Juan Villegas Martín. En una entrega anterior apuntábamos nuestro interés por las implicaciones populares de la Semana Santa onubense, un aspecto de la celebración que a lo largo de la historia siempre ha circulado en paralelo con su significado litúrgico, a pesar de que en algunos momentos se haya querido soslayar como si no existiera.
De la mano de las crónicas del diario La Provincia de los años finales del siglo XIX1, volvemos a asomarnos a una Semana Santa muy diferente de la actual, de dimensiones modestas, pero sin duda auténtica en tanto que heredera de una antigua y asentada tradición. En su sencilla expresión, aquella celebración nos sigue ofreciendo esos detalles populares que tenían la virtud de enervar a los más engolados y de esbozar la sonrisa burlona y pícara de la gente de la calle.
Resbalones en la calle Concepción
La calle Concepción era a finales del siglo XIX paso obligado de todas las cofradías. Como en la Semana Santa de 1896 habían salido “tantas procesiones y con tanta profusión de alumbrado”, el pavimento de la citada calle había quedado cubierto de cera y resbaladizo a más no poder. Es cierto que el número de cofradías se había incrementado con respecto a los años anteriores –Expiración, Santo Entierro, Judíos y Soledad–, por lo que la cantidad de cera vertida constituía ese año más que otros un peligro para los viandantes.
Tal era el panorama de la céntrica calle aquella noche de Viernes Santo, en concreto entre las ocho y las diez de la noche. Mientras el público acababa de ver pasar el Santo Entierro y esperaba a la Soledad de la Concepción –la antigua Vera-Cruz, gran novedad de la noche, recién reincorporada a la nómina procesional–, la cera de las baldosas empezó a hacer de las suyas y “se armó un regular jolgorio con las caídas”.
Realmente lo malo no era resbalar y dar con los huesos en el suelo, sino tener que sufrir las chanzas y risotadas de los corrillos que se habían formado para disfrutar de aquella inesperada y malsana diversión. Era –decía el cronista– “como por Carnaval cuando se ponen trampas para engañar y aporrear al prójimo”. Y, peor aun, “los que así se divertían no eran solo perdidos y beodos, no, había en los corrillos mujeres y niños…” Indignado, el periodista ironizaba contra estas “muestras de educación” que resultaban tan impropias del día, exclamando que “para ver espectáculos como este y otros que suelen verse en tales circunstancias, valía más que no hubiese procesiones”.
Algunas notas de humor en la prensa
Sin restar un ápice a la solemnidad de sus informaciones sobre la Semana Santa, los redactores del diario La Provincia no perdían la oportunidad de colar de vez en cuando alguna nota de humor, algún chiste o historieta –real o inventada– relacionada con la celebración. He aquí el que, aprovechándose de la ancestral mala fama de las suegras, insertaban en el ejemplar del 20 de abril de 1884:
“–¿A qué hora será el entierro de mi suegra? Preguntaba en la parroquia con mucho interés un hombre del pueblo la noche del Viernes Santo.
–Irán los sepultureros mañana a eso de las nueve.
–¿No podría ser algo más temprano? Repuso tímidamente el yerno de la muerta.
–Si tiene usted empeño…
–Quisiera darla tierra antes del toque de Resurrección…”
Uno de los actos desaparecidos de la Semana Santa es el “Sermón de Soledad”, que por aquellas fechas se celebraba en las iglesias onubenses. También en abril de 1884 era motivo de un comentario jocoso. Cuentan que el predicador de uno de estos sermones había estado “tan poco feliz y tan pesado” que poco a poco los fieles habían ido abandonando el templo. Al terminar, le interpelaba el sacristán: “!Ah, padre, qué lastima que no estuviera usted en el Gólgota el día aquel!”. Creyéndose halagado, preguntó por qué el predicador. He aquí la respuesta: “Porque si les endilga usted otro sermón parecido, no queda un judío para remedio, y así se hubiera salvado el Divino Redentor”.
El “sentío” que se le cayó al Cristo
Muy nueva era aquella hermandad que se había sumado a los desfiles procesionales de Huelva. Antes de su fundación en 1894 solo salían cofradías el Jueves y el Viernes Santo; el Miércoles era un día vacío. La hermandad de la Expiración, con su único paso en el que figuraban el Crucificado y la Virgen al pie de la cruz, había supuesto un revulsivo para la Semana Santa onubense. Salía de la antigua iglesia de San Francisco, segregada del extinto convento de la misma advocación, gran parte de cuyo edificio estaba habilitado por entonces como prisión.
En la segunda estación penitencial de su corta historia, la del Miércoles Santo de 1895, la cofradía salió a las nueve de la noche de San Francisco. “Como la noche estaba muy templada, las calles viéronse constantemente llenas de gente, notándose bastante animación”. Al no existir lo que hoy es la Gran Vía, discurriría por las calles Señas (hoy Berdigón) y Monasterio (Vázquez López), para ir a la plaza de las Monjas, donde ocurrió un ligero incidente que recogía la prensa: al Crucificado, por “efecto de un brusco movimiento se le desprendió y cayó al suelo una de las potencias”. Advirtiéndolo, uno de los espectadores, con la chispa y el gracejo del habla popular, exclamó: “Hermano, hermano, allí se le ha caído al Cristo un sentío”.
La decadencia del Imperio Romano
Obnubilados por la nocturnidad y por las ganas de diversión, no eran pocos los que en aquellas Semanas Santas decimonónicas mezclaban sin pensarlo lo sagrado con lo profano. Quizá no han cambiado tanto los tiempos, y la noche del Viernes Santo daba ocasión a más de uno para entablar desmedida amistad con la botella. A veces la tentación llegaba a alcanzar a los propios protagonistas, de manera que no fue difícil para el reportero ver en la Semana Santa de 1895 a “algunos nazarenos con túnicas dobles, externas e internas”, no siendo precisamente de tela la interior.
Pero fue en algunos romanos de la centuria donde el periodista pudo observar esa noche con plenitud “la decadencia del Imperio Romano, entregado a los placeres de Baco y Venus”. Por la calle Béjar había quien, proporcionando “soberbio espectáculo” marchaba “con el casco al cogote, lanza al hombro y paso vacilante, hablándole a Dios de tú”. Por aquellas fechas, anteriores a las reformas litúrgicas de mediados del siglo XX, la Resurrección se celebraba el Sábado de Gloria; como en el pasaje evangélico, aunque por razones muy distintas, a aquellos romanos choqueros el mayor misterio de la Cristiandad los cogería sumidos en un “letárgico sueño”.
Valgan estos breves apuntes como recordatorio de aquella Semana Santa, casi perdida ya en el tiempo, en la que con tanta naturalidad se daban la mano, como las dos caras de una misma moneda, las cosas de Dios y las de los hombres.
*1 Archivo Municipal de Huelva. Hemeroteca histórica. Diario La Provincia, 06-04-1896, 10-04-1884, 20-04-1884, 12-04-1895, 14-04-1895.