Carmen Palanco. Es verdad que en esta pandemia que vivimos sentimos cosas nunca antes imaginables. La dureza del terreno ha sido y sigue siendo afilada y sobre ella vamos temblando mientras caminamos. Pero, también es verdad que ha dejado un reguero de necesarias causalidades, en donde el ser humano se ha vuelto a sembrar a sí mismo para un futuro próximo, al que darle la mejor versión de lo aprendido. En esas anda esta historia que merece la pena ser contada.
Por el mes de marzo, al inicio del confinamiento, la periodista y escritora Rosa Montero, propició una serie de encuentros en sus redes sociales. Encuentros a los que se fueron sumando escritoras y escritores de numerosos países; los que la acompañaron en su diálogo y a los que instó a escribir. De manera casi improvisada, Rosa acabó concibiendo un taller literario en donde la suma de las obras que provocaron, comenzaron a tener carácter de magnificencia.
A raíz de aquello las escritoras: Maru San Martín y Chantal Mas de México junto a la española Alejandra Albert, confeccionaron el mecanismo que dio lugar a las publicaciones de los textos que fue destilando el movimiento. En primera instancia se creó la publicación, En Cuentos con Rosa, una antología seriada, de dos partes, que recogió la totalidad de las obras.
Dada la repercusión, a posteriori, tras concursos y una criba, en la que también participó la periodista, escogieron una treintena de relatos para una antología en la que se seleccionaron los mejores, y que titularon: Labios rojos, chocolate y una rosa. Antologías que Rosa Montero ha prologado, siendo alma y gen de este milagro creativo en tiempos difíciles.
Publicaciones que se han presentado en México y que tienen intención de comercializarse en nuestro país.
A mí, me parece el triunfo de la luz, que en medio de un mal se genere un bien, en este caso: cultural y social. Que además haya corrido como la pólvora por diversos países, salvando las fronteras. Teniendo efecto no sólo a niveles creativos y a niveles de proyección personal. De enriquecimiento propio para el creador y elevado para quienes tengan la oportunidad de leer buenas letras. También a niveles de conciencia como registro del tiempo que vivimos.
Conocido el antecedente, no me queda más que decir que la escritora onubense, Carmen Martagón nos hizo los honores, el de estar metida de lleno en este asunto no exento de importancia. Siendo su escrito, Sonrisas de rojo carmín, uno de los treinta mejores seleccionados, quedando su testigo literario en todas las publicaciones que han salido. La propia Rosa Montero lo destaca, entre otros, en su prólogo:
Algunos de los relatos que más me gustan, verdaderamente magnéticos, tratan precisamente de eso, de la rareza del ser, de la fragilidad y la necesidad que manifiestan unos individuos maniáticos y rotos; o bien, de la gloria de conseguir ser felices, pese a ser diferentes: “El lector”, “El antisocial y la madona”, “Acompasados”, “Entre sueños y locura”, “Su propia realidad”, “Sonrisas de rojo carmín” o “Refugio en la azotea”.
Es verdaderamente admirable y motivador ser testigo del curso de las letras de nuestras autoras y autores, de la extensión y de como pueblan otras latitudes. En esta sangre cultural ha circulado nuestra identidad y saberla expansiva es motivo de relevancia. Así pues, a Carmen debía estas letras de su historia, como buena escritora de nuestra Huelva, como embajadora de nuestra raíz que, en este caso, ha salvado las distancias.
A veces creo, que debemos ser un núcleo de profunda energía, en el que acaban orbitando las personas que han nacido para secundar las mismas huellas. Iniciada con aquella chispa que provocó la extraordinaria Rosa Montero, Carmen, una onubense que va camino a ser literatura, ha tenido pulso y alcance, y eso había que reconocerlo.
La palabra es una secuencia que traza caminos para quienes la activan y así ha sido.