Salomé de Miguel
Del Grupo Azoteas
La cultura árabe clásica nos ha dejado grandes científicos, artistas, escritores, … pero también leyendas adornadas con el mas puro estilo de la riqueza y la fantasía propias de aquella civilización.
Omar Jayam y el algebra, Alhacén y el método científico, Avicena, el gran sabio, Yabir ibn Hayyan y la química, Abulcasis, el cirujano cordobés, Avicena el gran médico, el enciclopédico Averroes, … , y el gran Abu Yacub, sin el cual no tendríamos ahora la magnífica Giralda. Así podríamos seguir hasta … . La cultura árabe de esos siglos fue tan esplendorosa como la que más y dejó increíbles joyas en todas las disciplinas que ahora disfrutamos (o sus efectos).
Antes de su llegada a nuestras tierras visigótico-romanas, los árabes desarrollaron un enorme despliegue geográfico por todo el norte de África, Europa y Asia. Era la época del mayor califato jamás imaginado. Eran los tiempos del año 800 y una ciudad fue creada para ser la mítica capital de tal imperio: Bagdad.
Allí se dieron cita la fantasía, la cultura y la leyenda, los tres ingredientes de la transmisión oral de todos los tiempos. Hasta que nació Internet y se fastidió el invento.
Suntuosidad, riqueza, auge del comercio, de la artesanía y de la multiculturalidad de Bagdad.
Desde allí, una tradición oral dispersó por todo el califato leyendas y tradiciones contadas, que llenaban los zocos y las esquinas, como en nuestra Edad Media, pero con otro estilo menos austero y espiritual. La riqueza de personajes y lugares, puso el color a estas leyendas. Nació la obra fantástica por excelencia: Las mil y una noches.
Recopiladas en su momento por vete a saber quien, recogidas por docenas de receptores que la enriquecieron a su modo, estas leyendas se han diversificado a lo largo de los años y de los lugares. Pero lo esencial y el estilo permanecen, sea cual sea la versión que se cruce en nuestro camino lector.
Hay cuentos que son conocidos por todos y otros que nos sorprenderán por su originalidad. Pero, sobre todo, tengamos en cuenta que hay que leerlos desprovistos de prejuicios y suficiencias. Somos los que somos, pero hay saber disfrutar de bellezas ajenas y no hacer lo que un señor (nuevo rico) que se dedicó a viajar por el mundo. Cada lugar que visitaba, era objeto de displicencia estúpida, porque «en mi ciudad hay … que es mejor». Siempre había algún recuerdo de su ciudad, que le impedía el goce único de lo que tenía delante y nunca más volvería a ver. Murió hace años, creyendo que había conocido el mundo, pero sin haber disfrutado de nada de él.
A estas alturas de nuestra hermosa «civilización» deberíamos ser algo más inteligentes y abrir las neuronas del placer para disfrutar de una literatura y unas leyendas que son una joya de la historia cultural de la Humanidad.
Nadie me diga que son cuentos para niños, porque se estará retratando. Uno dijo: «Pobre el que no sepa recrear aquello que le hizo disfrutar de niño. Será señal de que no es capaz de apreciar los valores que le hicieron vivir intensamente». Cuando recuerde quien lo dijo, lo referiré. Pero era buena gente aquel personaje.
Ya saben, dos personajes en busca de lector «disfrutón»: Shariar y Scherezade, que, noche tras noche (las de ellos) sacan la fantasía a pasear para que tengamos entre las manos un libro (o varios, porque todos son diferentes), con aromas de fantasía, intemporalidad, exotismo, ingenuidad y riqueza exuberante.
Si alguno se atreve, que no lo oculte. No es denigrante, sino todo lo contrario. Y si alguien os lo «afea», borradlo de la lista de amigos. No merece la pena.
Hay un lugar … que puede ofrecernos el marco adecuado para este goce lector. Aljaraque tiene una terraza, con vistas a la marisma, que puede ser lugar para olvidarnos del ruido y relajarnos ante esa maravilla de agua y recuerdos.
Y para leer «Las mil y una noches». Sólo algunas.
Grupo Azoteas
