Mari Paz Díaz. Aunque puede parecer que hablar de los orígenes de la palabra Huelva es un tema ya conocido, todavía son muchos los aspectos que pueden resultar reveladores a la hora de comprender la formación del nombre que ha tomado la ciudad de forma definitiva. Como hemos apuntado en artículos sobre esta cuestión publicados con anterioridad -véase, por ejemplo, ‘De Huelva, Onuba, de Paymogo, El país de los magos… El origen de los nombres de los pueblos de Huelva‘-, a la hora de determinar cómo se formaba ‘Huelva’ debemos tener en cuenta la rica historia de la capital para comprender la evolución que ha sufrido la denominación de esta urbe.
Una trayectoria a lo largo de la cual han surgido diferentes teorías sobre la toponimia de esta tierra. Así sucede, por ejemplo, con un interesante estudio publicado por la Universidad de Huelva, titulado ‘Análisis etimológico de la macrotoponimia onubense’, realizado por María Dolores Gordon Peral y Stefan Ruhstaller. En esta investigación se apunta a que la mayoría de los primeros nombres de los pueblos onubenses pertenece a una época prelatina, «huellas lingüísticas que, por una parte, son de dificilísima interpretación, pero que poseen un valor histórico importante por constituir testimonios inequívocos de la habitación de estos lugares desde tiempos prerromanos», apuntan. Y así sucede en el caso de Huelva capital.
No es extraño. Porque, como es sabido, se tiene constancia de que los primeros poblamientos de Huelva se produjeron hace 5.000 años, tal y como ha quedado constatado a través de los 29 ídolos aparecidos en el yacimiento de La Orden – Seminario. En concreto, estas figuras están fechadas entorno al tercer milenio antes de Cristo, lo que confirmaría el origen de la ciudad de Huelva en la Edad del Cobre y, por tanto, mucho anterior a la civilización tartésica, situándose entre las primeras ciudades de Occidente.
En época tartésica, parece ser que Huelva era nombrada como Olba, según recogió el alemán Adolf Schulten (1870 – 1960), arqueólogo, historiador y filólogo que ha trascendido por su dedicación a España y, especialmente, por sus investigaciones sobre Tartessos. Siempre controvertido, en sus teorías mezclaba ciencia, literatura, sueños y un poco de marketing y mitología. En una época en la que la arqueología estaba de moda, Adolf Schulten viajó a España en busca de la primera civilización de Occidente, una idea que se convirtió en una obsesión para este explorador, pionero en la Europa de 1920.
Entre sus teorías más conocidas se encuentra la de situar a la mítica Atlántida, citada por Platón, en los límites de la actual provincia de Huelva. Su hipótesis sobre un Tartessos con rasgos de la Atlántida se centraba en Doñana, lo que motivaron diversas campañas de Schulten en el Parque Natural. Estudios que podrían haber llevado a este investigador alemán a determinar que el origen de Huelva se encontraba en la palabra tartésica de Olba.
Lo que sí está demostrado es que en Huelva contamos con interesantes vestigios de la época tartésica, que, por ejemplo, nos remiten directamente a espacios como el Cabezo de la Joya, uno de los yacimientos arqueológicos más importantes en la Península Ibérica, de donde se han recuperado piezas de enorme valor, como los jarrones recuperados de su necrópolis que fueron expuestos en el Museo de Nueva York. Este conjunto arqueológico abarca una etapa cronológica situada entre finales del siglo VIII y la segunda mitad del siglo VI a. C., siendo el mejor ejemplo del proceso de mestizaje entre el mundo indígena tartesio y la aportación de los fenicios, que se asentaron desde el siglo IX a. C. en este solar y cuyos restos son testimonio de la temprana presencia de los pueblos mediterráneos en el suroeste peninsular.
Precisamente, parece que fue en la época fenicia cuando el núcleo urbano es nombrado con el nombre de Onoba u Onuba, tal y como parecen atestiguar los escritos del geógrafo e historiador griego Estrabón, una palabra resultante de ‘Onos Baal’ o ‘Ono-Baal’, que significa ‘Fortaleza de Baal’, dios asirio, babilonio y fenicio del sol y el fuego, cuyo culto fue practicado entonces. Un topónimo que ha dado lugar al gentilicio de los habitantes de Huelva: onubense. Al menos, esto es lo que se ha creído tradicionalmente. Sin embargo, si atendemos a Gordon Peral y Ruhstaller, hay varias teorías al respecto. Ambos investigadores apuntan que «la etimología del nombre ONUBA es discutida: mientras que J. M. Solá Solé duda de un origen fenicio-púnico (…) otros, como A. Tovar y J. Corominas, piensan en un nombre ibérico, con sufijo -ubal -oba«. Una estructura que ha permitido la formación del nombre de otras ciudades, como puede ser el caso de CORDUBA (Córdoba).
Los sufijos -uba o -ubal podrían hacer referencia al agua, perfectamente entendible por la presencia de la Ría de Huelva, una de las señas de identidad de la ciudad. No podemos olvidar al respecto que durante un dragado realizado en 1923 en las inmediaciones del Muelle de Tharsis aparecieron objetos de bronce (espadas, puñales, fíbulas, puntas de lanza y flechas, botones, anillas, etcétera), todos ellos de mediados del siglo IX a. C.
De la misma forma, en el yacimiento situado en la isla Saltés, localizada en los estuarios de los ríos Tinto y Odiel, han sido hallados restos de época protohistórica, fechados en los siglos VII y VI a. C., así como huellas de varias piletas de salazón del periodo romano. Eso, a pesar de que la isla sea especialmente conocida por la impronta de la ciudad islámica de Shaltîsh, una población que llegaría a ser capital del reino taifa de Saltés durante el siglo XI d. C. Esta urbe contaba con una mezquita, entre otras estructuras de relevancia. Y, de hecho, la cultura árabe pudo ser clave en la evolución del término Onuba hasta Welba.
Pero antes de la configuración de este reino taifa se produjo la llegada de los romanos a la Península, cuando Huelva pasó a llamarse Onoba u Onuba Aestuaria. El sobrenombre de Aestuaria, al parecer, se le otorga por estar a orillas de un río que sentía los aestos o crecientes del mar. Una presencia romana que ha dejado múltiples huellas en la ciudad -y no sólo en la capital, sino en toda la provincia. A modo de ejemplo, podemos mencionar el acueducto romano al que se accede a través de la Fuente Vieja o los restos aparecidos en la Plaza de las Monjas y su entorno.
Posteriormente, con la llegada de los árabes, Huelva tuvo nuevos nombres, como Awnaba y Guelbah o Gaelbah, Umba y Welba, que con la presencia cristina se latinizó lentamente hasta el actual Huelva. Hay que tener en cuenta que, como hemos apuntado, la capital onubense tuvo un destacado protagonismo en la época islámica, puesto que, en el año 1012, Abd al-Aziz al-Bakri erige el reino taifa de Huelva, otorgándose el título de señor de Umba y Xaltis (Huelva y Saltés).
Por ello, en la capital encontramos vestigios islámicos. Y no sólo los referidos a la isla Saltés, sino también en el entorno del Cabezo de San Pedro, lugar elegido por algunos de los primeros asentamientos que se registraron en la ciudad de Huelva y donde existió una Alcazaba, que fue la precursora del también desaparecido Castillo de Huelva, de carácter cristiano. En esta zona existió una Mezquita, de estilo gótico-mudéjar, sobre cuyos restos se erigió la Iglesia Parroquial de San Pedro.
Pero, ¿cómo se configuró el nombre actual de la ciudad? Etimológicamente hablando, la razón estriba en el hecho de que Onuba ha sufrido «síncopa, diptongación y disimilación consonántica (ONUBA > * On’ba > *Uenba > *Uelba)», concretan estos investigadores en este artículo en el que apuntan a la evolución del término Onuba hasta la actual Huelva, lo que es una «prueba clara de que el mozárabe local conocía, al igual que otros dialectos peninsulares, tal diptongación de la ‘O’ breve latina en posición tónica». De esta forma, el término de Onuba ha provocado que, hoy en día, el gentilicio de la ciudad y la provincia de Huelva sea el de onubense, un nombre que suele llamar mucho la atención y que es consecuencia directa de la rica historia de esta tierra.
Sea como fuere, para finalizar, Gordon Peral y Ruhstaller advierten que «este estudio aún no puede considerarse definitivo, ya que la toponimia onubense constituye un campo prácticamente virgen». Y es que es un ámbito de estudio amplio del que todavía queda mucho por investigar. Un legado histórico-lingüístico de enorme riqueza que dice mucho de nosotros mismos.