María José Fernández. Este verano, atípico e inesperado como ninguno que he vivido, se escapa de nuestros ojos, los atardeceres tienen prisa para dar paso a la oscuridad que acompaña a la noche y con ella la hora de preparar a los más peques, ya que han de volver al colegio y después de tantos meses con horarios un tanto descontrolados, ya que la falta de actividad los ha tenido sin ese cansancio habitual de estar jugando con sus compis, correr, discutir y abrazarse para volver a ser esos fieles amigos y amigas, en resumen la vida que siempre llevaban y de repente todo cambió y ahora vuelve a cambiar bajo el nombre de “nueva normalidad”, disculpen pero no me gusta tal definición, no puede existir normalidad, cuando lo que ocurre no es normal, pero a pesar de todo con esfuerzo para los docentes y personal vario, los colegios han abierto sus puertas, esfuerzo titánico que hemos de agradecer y disculpen mi redundancia, pero ese agradecimiento lo tienen bien merecido.
Recuerdo el primer día de colegio de mi pequeña, tres añitos y una ilusión hacia lo nuevo, ni adiós me dijo, cuando vio las puertas abiertas y unas sonrisas que la recibían junto a tantos otros niños y niñas, había quien lloraba y los que no, en sus caritas se podía ver la duda, la incertidumbre, las ganas de jugar, la vida, esa vida que todo infante merece.
Y pueden reírse cuando les digo que ni un beso me dio y la que se quedó llorando fui yo en vez de mi hija, no me separé del colegio hasta que a la hora de la salida, deseosa de ver a mi pequeña, voy a su fila y por más que la nombraban no aparecía, y ahora sí que pueden reírse, yo me empecé a marear del susto, mi pequeña princesa de tirabuzones y enormes ojos, imposible no verla, no estaba, tal y como les digo, hasta que a paso lento, veo una niña andando tranquilamente por la fila de otro curso, acercándome a ella junto con su profesora nos mira y nos explicó que ya había conocido a sus nuevos amiguitos, pero que nadie le había presentado a los demás y quería conocerlos… a día de hoy recuerdo el momento y me di cuenta que iba a dar “la nota en el colegio”, su curiosidad, el paso de ser tranquila a un “torbellino”, el verla crecer junto a los demás peques era precioso, y como era de esperar los años fueron transcurriendo, con sus respectivas vueltas al colegio, siempre deseadas y con nervios, mochila nueva, y todo lo bonito que se podía llevar dentro de ella y que a escondidas se llevaba hasta lo que se le prohibía, pasó de las muñequitas a las barritas de labios, que los labios se agrietan, seré inocente, ¡aaayyyy! que no me doy cuenta.
Este año no hay mochila, ni juguetes, ni la barrita de labios sin color, esa que tanto les gusta a las “chicas”. Este año todo se ha cambiado por mascarillas, cajita para la susodicha con otra de recambio, gel hidroalcoholico, mesas separadas, no se comparte nada, no hay abrazos, no hay “planes perversos” para jugar a ser mayores, no habrá unión en los recreos, horarios escalonados donde no podrán saludar a otros compis, en fin… a partir de aquí podría decir muchas cosas y a la vez nada, el hecho de pensar que lo primero que les espera a primera hora de la mañana es un termómetro que les apunta a la frente para medir la temperatura, creo que no es una manera de empezar el día con esa alegría de salir corriendo y no dar un beso a mamá viendo como se alejaban unos tirabuzones y podía escuchar los grititos de alegría, hemos cambiado esa felicidad por la incertidumbre, seriedad, miedo, si, ¿por qué no llamar a las cosas por su nombre?, yo tengo miedo, por muchos motivos, y sé que tendré que volver a esperar cerquita de la puerta del colegio aguantándome las lágrimas, porque esta “nueva normalidad” no es normal.
Mi deseo es que más pronto que tarde pueda volver a ver a esos niños y niñas entrar en el colegio con sus risas, enfados o lo que toque, pues cada día no es igual, pero viendo cómo pueden seguir abrazándose y compartiendo momentos además de alguna que otra chocolatina o labial, sin miedo a contagiarse del maldito virus del miedo, ese sí que es el peor enemigo que nos ha venido a acompañar y realmente les diría, no sucumban a ese virus del miedo, ese que Ismael Serrano nos cantaba años atrás, preciosa canción , por cierto, pero no bajen la guardia, y respetemos para que todo vuelva a la normalidad, a la verdadera normalidad, esa que va acompañada de la sonrisa de un niño.