HBN. La guerra de la injusticia social tiene una de sus batallas en el hambre. La pirámide de Maslow es implacable cuando asegura que antes que lo demás está la propia subsistencia. Comer es una necesidad vital que llama a la puerta cada día, y cada día un grupo de voluntarios onubenses se asoma a esta cara b de la sociedad de consumo para ofrecer no solo su empatía sino algo tan tangible e imprescindible como comida.
En esa primera línea de fuego, cruda aunque gratificante porque saben que contribuyen a aliviar una necesidad básica de personas, cuentan con el patrocinio de la Autoridad Portuaria de Huelva, de la Fundación Caixa y del Ayuntamiento de nuestra capital. Además de este esencial apoyo, su benefactora actividad de apuntala con las aportaciones de los Jesuitas -ceden también el local-, el Banco de Alimentos, el Ayuntamiento de Palos de la Frontera, los propios socios con sus cuotas y una lista importante de Hermandades, Colegios, Asociaciones y muchas personas anónimas.
Ese respaldo y asunción de responsabilidad en una cuestión tan seria permite y exige que la actividad del comedor sea ininterrumpida, con excepción del domingo -el sábado de incrementa la atención-, de modo que cada jornada a partir de las 12:30 sus puertas están abiertas para ofrecer con una sonrisa subsistencia al necesitado.
Las circunstancias en estos meses de confinamiento han cambiado y en la sede de la calle Calle Bollulllos del condado nº7, de la Barriada del Molíno de la Vega, por las restricciones derivadas del mismo no se ha podido comer in situ. Si antes daban de comer entorno a unas 120 personas entre semana y 160 los sábados, en varias turnos ya que el comedor tiene 64 plazas en su totalidad, ahora con el coronavirus y el sistema de bolsas ha pasado a 160 diarios y unos 200 los sábados.
La presidenta de la asociación es Carmen Vázquez, quien aseguraba en pleno estado de la pandemia que “hemos comprobado las duras consecuencias de esta crisis, ya que día tras día han acudido a nuestro comedor a recoger comida muchas más familias, personas que antes de que diera comienzo el estado de alarma no lo hacían”. Dada la importancia de quedarse en casa y mantener el distanciamiento social durante el periodo de confinamiento, las personas beneficiarias han acudido solas con sus respectivos libros de familia, lo que les ha permitido obtener las bolsas y productos para todos los miembros de la unidad familiar.
Los miembros de la asociación programan las comidas con una estimación de solicitantes. La pregunta, máxime en este contexto de crisis, sería si alguna vez se ha acabado la comida o si pudiese suceder. Desde 1983, cuando abrió en sus orígenes el comedor, nunca ha faltado comida y -nos dicen- que en el caso de que el almuerzo programado se agotase tienen reservas de conservas para poder atender a una demanda superior.
El Comedor Virgen de la Cinta incide en la vida de estas personas que forman parte de colectivos vulnerables mucho más allá de la base tangible, material, que supone algo tan esencial como es comer; su actuación permite que tengan un mínimo de esperanza para tratar de salir de situaciones tan dramáticas, en la búsqueda de una justicia social en la que está claro -y esta es una muestra- que hay gente verdaderamente comprometida.