José Manuel Alfaro / Relato de ficción ‘El cuaderno de Muleman’. Hoy domingo a primera hora de la mañana, se han hecho público los datos del estudio epidemiológico que se ha realizado tras detectar en Cartaya un incremento en el número de casos del conocido como ‘Síndrome de El Portil’. Un síndrome del que los expertos han querido destacar que se trata de una patología que no tiene ningún efecto sobre la salud humana, y para la que se recomienda que se acuda al especialista solo en aquellos casos en los que se presenten algunos síntomas especiales.
Hasta ahora los casos de este síndrome se habían detectado siempre en personas de El Portil, cuya curva de contagios comienza su crecimiento con la llegada del buen tiempo, alcanza su máximo a finales de la segunda quincena de julio y la primera de agosto, y que termina aplanándose a principios de septiembre con el comienzo del curso escolar. Una gráfica que se mantiene en niveles mínimos todo el año, con algunos repuntes los fines de semana que terminan desapareciendo los domingos por la noche. Aunque ahora se hable de este síndrome, este ya es un viejo conocido de la patología médica con otros en diferentes localidades de la provincia, por ejemplo en la zona de Doñana se conoce como ‘Síndrome de Matalascañas’ y el otro extremo, en Ayamonte por ‘Síndrome de Isla Canela’ o incluso en el interior de la provincia en los núcleos de población con mayor densidad recibe el nombre de ‘Síndrome de Thoreau’.
Aunque los epidemiólogos han dejado claro que se trata de una patología endémica y con evoluciones cíclicas y constantes en la población, lo destacable de este informe que se realiza todos los años antes de verano es que se han detectado no solo casos autóctonos en El Portil, sino que se ha producido un aumento significativo de casos importados más allá de los focos naturales donde son endémicos. En este Cuaderno hemos querido conocer más información de este estudio de la mano de uno de sus autores, un reputado celador de uno de los hospitales más grandes de la provincia y presidente de una de las comunidades de vecinos más numerosas del Portil que ha contestado a algunas de nuestras preguntas.
– ¿Desde cuándo lleva haciéndose este estudio?
– Aunque nadie se lo crea, este estudio que hemos presentado se lleva a cabo todos los años. Primero se presenta en la asamblea de la comunidad de vecinos, en la que yo como presidente de ella ejerzo de portavoz, y luego cuando se refrenda en la asamblea lo hacemos público. Un estudio del que tengo que decir que llevamos haciéndolo desde que El Portil se convirtió en lugar de veraneo y se levantó la primera urbanización con piscina comunitaria. Un informe epidemiológico que ha pasado desapercibido durante todo estos años menos este, en el que debido a la pandemia, los medios de comunicación se han hecho eco de este informe paramédico sin base científica alguna, que nos viene a indicar cómo se ha pasado de no haber ningún caso en la población de Cartaya a identificar más de una docena de casos conocidos hasta ahora.
– Cuéntenos un poco sobre su metodología.
– Este año la toma de datos ha sido atípica, ya que generalmente el estudio se comienza en Semana Santa cuando la gente comienza a desplazarse del interior a la costa y aumentan exponencialmente las pernoctaciones en El Portil. Pero como este año, debido al estado de alarma y al confinamiento de la población no ha habido flujo de población, los resultados que empezamos a obtener eran muy extraños. Mientras que en El Portil no había casos, es decir no se observaba en el núcleo ningún ciudadano con síntomas del síndrome, en Cartaya a escasos kilómetros observábamos como en una población donde apenas había habido casos otros años, se empezaba a detectar en algunos ciudadanos síntomas compatibles. Esto nos hacía pensar que podíamos hablar no de una importación, porque eso significaría que ciudadanos de El Portil habían podido influenciar a ciudadanos de Cartaya produciendo en ellos este síndrome, sino más bien tendríamos que hablar de una mutación en la conducta provocada por el estado de alarma, que habría provocado los mismos síntomas que los afectados por el síndrome del Portil pero en ciudadanos de Cartaya. Un aspecto de esta mutación que para la ciencia creo que va ser todo un foco de estudio bastante interesante.
– ¿Cuáles son los síntomas más importantes de este ‘Síndrome de El Portil’?
– Antes de hablar de síntomas habría que hablar de causas, es decir qué es lo que provoca el síndrome. Las conclusiones a las que hemos llegado tras este informe es que el factor decisivo que provoca el síndrome es el silencio, es decir, cuando los ciudadanos se ven afectado por largos periodos de silencio esta situación redunda en una tranquilidad infinita, acompañado de una paz espiritual equivalente a la de un monje budista en su monasterio. Cuando esta situación se revierte, el individuo se ve sometido a una presión tal que da lugar a una desestabilización emocional que deriva en lo que hemos denominado en el informe como ‘Síndrome de El Portil’. Imagínese un ciudadano de El Portil o de Cartaya que lleva dos meses en su calle sin escuchar pasar un coche, oyendo como pían los pájaros en el jardín del enfrente donde cagan los perros, sale a la calle a tirar la basura y es capaz de escuchar el chirriar del humo contaminante de las fábricas del polo químico, ve incluso como día a día las plantas colonizan la calles encespedando las grietas de los adoquines o incluso por la mañana cuando ha sacado al perro se ha cruzado con un jabalí en la calle. Cuando todo esto se revierte y se rompe y todo vuelve a la normalidad, el individuo se desequilibra emocionalmente y cae preso del ‘Síndrome de El Portil’, lo que le produce ansiedad, irascibilidad, fotofobia, rechazo social, agorafobia, asco por la gente, susceptibilidad y, sobre todo, procesos maníaco compulsivos que lesionan su sociabilidad hasta tal punto que estos individuos terminan aislándose y construyéndose un mundo paralelo.
– ¿Tiene tratamiento este síndrome?
– Lo primero que tengo que decir es que este síndrome no tiene efecto ninguno sobre la salud de los que los rodean, incluso en condiciones normales no requieres ni la visita al médico. Estos pacientes lo que necesitan básicamente es un baño de realidad, hacerles sentir que no son el ombligo del mundo, que no son más guapos y guapas que nadie y en casos extremos, sería conveniente la visita de un especialista o incluso a un curandero. De todas formas, en cualquier caso más que de enfermedad deberíamos hablar de un trastorno del que se mejora si se dedica tiempo a pasear y mezclarse con la gente; leer un rato en la playa o en el parque; salir de compra al supermercado del pueblo; evitar hacer compras por internet; dar los buenos días al vecino todas las mañanas o quedar incluso con él para tomar un cerveza u organizar una barbacoa en casa. Son tratamiento sencillos que no necesitan de ningún placebo o química farmacológica, que van encaminados básicamente a dejar de sentir repugnancia por la gente y todo lo que te rodea y potenciar al mismo tiempo la empatía por las personas que solo buscan lo mismo que tú, un trozo de esa felicidad que pertenece a todo el mundo.