María Antonia Moreno Flores. En Ayamonte, en las tardes del Jueves Santo, cuando procesiona la “Hermandad Sacramental del Salvador y Cofradía de penitencia de la Oración en el Huerto, Ntro. Padre Jesús Caído y Ntra. Sra. de la Amargura”, descubrimos en la calle, la hermandad de una sede que ha significado mucho para la ciudad y que continúa siendo importante referente religioso en la población. Sale en cortejo la cofradía que en la actualidad representa el vestigio de una vida religiosa intensa, protagonizada hace centurias en su hermoso templo. Hoy en día, es la única hermandad que recibe culto en la citada iglesia. Detrás de la devoción a sus titulares, se encuentra no sólo la veneración de la Eucaristía en la antigua Hermandad Sacramental con la que se fusionó en el pasado año 2000. Detrás, aparece a mis ojos, los rezos y cultos aplicados en ese mismo edificio por las antiguas y desaparecidas hermandades tituladas de Ánimas del Purgatorio y de Ntra. Sra. de la Purísima Concepción, las cofradías de la Misericordia en funcionamiento durante el ya distante siglo XVI o de Ntra. Sra. del Carmen, al menos en vigor en el siglo XVIII.
La Hermandad del Jueves Santo posee la satisfacción que aún, protagonizando un prolongado trayecto hasta alcanzar la oficializada tribuna, descansa sus zancos en la antigua Parroquia de Ntro. Sr. y Salvador, la primigenia de entre las que se conservan en la ciudad y lo debe de hacer sabiendo que toda esa devoción, historia y religiosidad centenaria reposan en sus muros para su realce y esplendor. Prácticamente iniciando el siglo XIX, aún en 1799, el arzobispo de Sevilla, reconociendo el esplendor demográfico del barrio de la Ribera, manifestaba la necesidad de continuar con la obligación de celebrar algunas de las más importantes festividades religiosas entre las que se encontraban la de la Transfiguración, la Natividad y la del Corpus Cristi en la Parroquia del Salvador y obligaba al clero instalado en la de las Angustias, a trasladarse a la villa para acompañar en las celebraciones.
Enfrentándose a la evolución económica, social, política y demográfica de la población, la hermandad del jueves santo traslada al actual centro neurálgico de la ciudad su centenario cortejo. Llama y se presenta a las puertas de la Ribera con el revulsivo de un barrio y de unas devociones que aunque solapadas por el tiempo y por el devenir del propio sentimiento religioso, continúan estando en sus raíces. Desciende de la villa y lo hace, acompañada de todas esas antiguas devociones que cité anteriormente pero también con la fuerza de la tradición, anunciando como antesala la llegada de Padre Jesús y de unas horas más tarde de las muy antiguas hermandades franciscanas y también villorras de Vera Cruz y de Santo Entierro, germen de las hermandades penitenciales en nuestra ciudad.