Cristina Morales. En nuestra sociedad tenemos muy interiorizada la protección a los más vulnerables, sobre todo en lo que se refiere a los menores. Los más pequeños son los protegidos de nuestra sociedad, esforzándonos en darles un futuro esperanzador y cuidarlos de lo malo que pueda sucederles. Es por eso que desde nuestro país y, en concreto desde Huelva, se apoyan numerosos proyectos que contribuyen en la mejora de la calidad de vida de los más pequeños y vulnerables. Actualmente, la Diputación de Huelva, a través del servicio de Cooperación Internacional, y la Mancomunidad del Condado colaboran en un proyecto para mejorar las condiciones de vida de la infancia y adolescencia en situación de abandono de Puerto Maldonado, en Perú. Ambas instituciones contribuyen al sostenimiento de las dos casas-hogares que la Asociación Santa Marta gestiona en la ciudad: el Hogar ‘Ana Almendro Rodríguez’ y la Casa-Hogar ‘Señor de los Milagros’.
Los dos son centros de acogida de niños y adolescentes de 0 a 18 años, que se encuentran en proceso de investigación tutelar por sufrir presuntamente situaciones de violencia física sexual, orfandad y/o abandono. La colaboración con el proyecto permite la contratación de mano de obra y compra de materiales para acometer algunas mejoras de la Casa-Hogar ‘Señor de los Milagros’. Además, el proyecto se ha ampliado a los municipios del Condado con la posibilidad de crear un programa de voluntariado que refuerce la acción en la zona. Así, tras un proceso de selección de las personas candidatas realizado la primavera pasada, las dos personas seleccionadas emprendieron a principios del mes de septiembre el viaje para realizar el voluntariado.
Se trata de María Teresa Olivares, educadora social de Moguer y María Dolores Guerrero, trabajadora social de Lucena del Puerto, que están conociendo desde dentro el proyecto y colaboran en él prestando sus conocimientos y experiencia laboral durante un mes. Ambas son personas responsables, con motivación y experiencia profesional en ámbitos de acción relacionados con la atención a menores y colectivos en situación de vulnerabilidad. Las voluntarias corren con el 50 por ciento de los gastos y el 50 por ciento restante, la Mancomunidad el Condado.
El departamento de Madre de Dios -cuya capital es Puerto Maldonado- es una de las 25 regiones que componen la República del Perú. Este departamento ubicado en la Amazonía suroeste del país, tiene una población estimada de unos 137.300 habitantes. Una alta cantidad de niñas y adolescentes de la capital se hallan en una situación de abandono material y moral, encontrándose numerosos casos de interrupción o abandono de los estudios, embarazos precoces, víctimas de violencia y abuso en el interior de sus hogares, tráfico y explotación sexual, principalmente orientado hacia las zonas de minería ilegal del oro.
Este problema es originado por factores como la desintegración de las familias, causada principalmente y el maltrato y abuso a niñas y adolescentes en el seno de sus propias familias. Maltrato que aumenta por circunstancias como el hacinamiento en las viviendas -donde varias familias comparten una única vivienda, muchas veces de una sola habitación- y la promiscuidad sexual que se vive en el interior de las familias numerosas, con varios hermanastros, y otros familiares, inclusive padrastros. La deficiente o nula presencia efectiva de instituciones de Derechos Humanos y el temor a denunciar hechos de violación, debido a la cultura de silencio, son otros indicadores que explican la realidad que se vive en la región. A ello se suma la escasa capacidad de acoger a niñas y adolescentes en riesgo debida a que los espacios existentes se hallan saturados, y que el Estado no invierte en construir orfanatos y casas de acogida.
A esta realidad se ha enfrentado la mujer que nos ocupa hoy, una onubense por el mundo pero no para mejorar su vida, sino precisamente para mejorar las de muchas personas. Loli Guerrero Contreras, de 41 años y natural de Lucena del Puerto, es trabajadora social y Animadora Sociocultural. Tras una selección de profesionales, el pasado 5 de septiembre emprendió junto a su compañera moguereña el esperado viaje hasta Puerto Maldonado, donde comenzaría una verdadera aventura que ha resultado aportarle mucho más de lo esperado. Tal y como nos cuenta ella misma «siempre tuve en mente hacerlo algún día y ha llegado mi momento, lo siento como una necesidad personal conmigo misma que me ayudará a crecer como profesional dentro del ámbito del trabajo social y a seguir creciendo personalmente».
Acostumbrada a tratar con los colectivos más vulnerables y ayudarles a insertarse en la sociedad, la lucenera ejerce en Perú labores educativas y sociales en dos residencias de menores maltratados, en las que tendrán que responder ante cualquier necesidad. Ya allí Loli Guerrero nos cuenta que su llegada «fue muy buena, me sentí totalmente arropada y me adapté rápidamente a pesar de los cambios y costumbres. Puerto Maldonado es una ciudad invadida por la pobreza, pero los valores humanos engrandecen la convivencia en el hogar». Su trabajo, aunque es educativo y sobre todo se encarga de estimular a los niños, es un poco impredecible ya que depende de las necesidades de cada día y de lo que pueda surgir. Son menores con muchos problemas y un pasado que desean olvidar, por lo que deben trabajar con ellos en un diálogo continuo para intentar que saquen los traumas infantiles que llevan dentro. Además les enseñan y acompañan en tareas de higiene y hábitos de conducta dentro del hogar.
Desde que llegó «me siento genial porque todo es muy gratificante y me encuentro llena y feliz», nos admite la voluntaria. Con los sentimientos a flor de piel por todo lo que está viviendo en un lugar en el que tanta falta hace un profesional de su talla, la educadora espera que su estancia en Perú sea fructífera para los menores, ya que es consciente de que a ella le está aportando mucho más de lo que va a entregar, aunque se desviva por ejercer su vocación donde tanta falta hace. Esta experiencia lleva esperándola mucho tiempo y sabe que le va a llenar, tanto a nivel profesional como personal. Una decisión arriesgada la de viajar hacia la otra punta del mundo, pero para la que cuenta con todo el apoyo de su familia y amigos «estuvieron encantados con la noticia y animándome desde el principio porque saben también la debilidad que tengo por los niños. No solo eso, sino que me hicieron una fiesta de despedida antes de venir y me regalaron chucherías para que las trajera aquí a los niños, estoy muy orgullosa de todos ellos. Me han trasmitido tanto ánimo que me traje la maleta cargada de besos, abrazos, apoyo y mucho cariño».
Su trabajo es su vocación, por lo que su único sueño es seguir aprendiendo y enriquecerse como profesional, pero también como persona. Por último, Loli Guerrero ha querido lanzar un mensaje a todos los lectores «una acción así como un voluntario no es algo que se haga para obtener un título o que te consideren una heroína, es algo que hacemos para aportar nuestro granito de arena, es nuestra necesidad de ayudar para que todo vaya mejor. No hay nada más gratificante que trabajar con personas, tú das pero recibes con creces. Desde aquí, animo a todas esas personas que sienten el gusanillo de hacer voluntariado a que lo hagan, que no se lo cuestionen tanto, que ante cualquier duda se informen y que no dejen que la incertidumbre y el miedo les impida realizar este sueño».