Félix Morales Prado. Entonces, para llegar a Punta Umbría sólo había un medio, la canoa; a no ser que fueses cruzando los pinares a lomos de caballería o a pie, lo que era sumamente improbable. Y, una vez allí, para llegar a la playa casi sólo había un camino, el Camino de la Playa, que así lo llamaban entonces, y no Calle Lepanto, en una época en la que casi ninguna de las calles del pueblo tenía nombre, excepto la Calle Ancha, que no era muy ancha.
El Camino de la Playa, formado por dos aceras de cemento cuyas losas tenían impresas en bajorrelieve las siglas de la Rio Tinto Company, RTC, partía de la Plaza Pérez Pastor, junto al Muelle de las Canoas, y cruzaba toda la lengua de tierra, desde la ría hasta el mar, transcurriendo al principio entre moreras que daban unos frutos exquisitos, blancos o morados, rezumantes de almíbar, que los niños nos ingeniábamos para coger con un palo o con piedras o subiéndonos al árbol. Más adelante, se dejaba a la derecha el Cuartel de la Guardia Civil, que el pintor Pepe Caballero dejó anotado en un dibujo de juventud, junto a la Torre Almenara, construcción defensiva del siglo XVII y, a la izquierda, la vieja iglesia del Carmen (hoy cambiada su advocación, a saber por qué, a Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes), construida por José María Pérez Carasa. Del mismo arquitecto, poco más adelante a la derecha, la casa racionalista amarilla inspirada en elementos náuticos que lleva su nombre: Chalet Pérez Carasa. Y, a unos metros continuando el camino y también a la derecha, el bosquecillo de La Retama, escenario de los juegos de los niños de la época, hoy desaparecido, junto a todas las Casas de los Ingleses que contenía, para dar paso a la construcción de chalets. Seguía andando el turista, junto a bocas de riego que jalonaban todo el trayecto, y entre construcciones elevadas sobre pilares que las aislaban de la arena y facilitaban la circulación de la misma y del aire, hasta, antes de llegar al fin del trayecto, pasar bajo las dos últimas moreras del camino, en cuya sombra una mujer vendía agua y barquitos de juguete artesanos de corcho, con sus velas latinas, su timón y todos sus componentes primorosamente dispuestos.
Al fin, desembocaba el viajero en el Bar de playa La Terraza, donde había entonces una serie de anuncios de azulejos, entre ellos uno de bañadores Jantzen, que a mí me impresionaba bastante, en el que una joven se arrojaba en plancha al agua. Desde allí se ingresaba a la visión del mar. La mar, en femenino, como la llamaban los marineros. La mar, esa giganta de agua que sobrecogía si vista por primera vez y, como un amor, dejaba ya para siempre regustos del impacto inaugural. La mar, el mar, con el misterio andrógino en el nombre, el mar, la mar, como una fiesta. Como ya dije en “La inocencia herida”: “En el verano, el mar estaba en fiesta. Todas las gentes lo invadían. No era la mar. ¡Tanta luz, tantos colores en las pieles, los ojos, las telas, las risas juveniles! No era la mar. Era la mar de fiesta con la gente”.
Los vendedores de patatas fritas, portando las canastas en las que llevaban los preciados cucuruchos de papel de estraza rellenos de las deliciosas y crujientes obleas, voceaban su mercancía. La señora con tres niños a su cargo lo llamaba desde el toldo de cañizo. “Deme cuatro”. Y los chiquillos se agolpaban a su alrededor con las manos tendidas como pajaritos hambrientos, aún goteantes de su último baño.
El vendedor de parisién gritaba: ¡Parisieeeeén, al riiiico parisieeeeén! Las olas se estampaban en la orilla con su rumor interminable, con su encaje de espuma.
2 comentarios en «El camino de la playa»
Por algún motivo que no se me alcanza, esa Punta Umbría que Félix está recordando, esa y no otra, generó en aquel tiempo un sinnúmero de poetas, pintores y amantes de la belleza en general. Algo de tal excelencia no podía durar. Desapareció para siempre y sólo quedan los recuerdos de aquellos que una vez fuimos niños en esa Punta Umbría. Gracias, Félix, por recordar.
Félix me encanta.
Siempre que escribes de nuestra antigua Punta Umbría mis recuerdos vuelan hacia tiempos maravillosos y llenos de felicidad, tiempos que por desgracia ya no volverán.
Gracias por ser nuestra memoria.