Fernando Gracia. La casi coincidencia en las carteleras de la película sobre Freddie Mercury y la que ahora nos llega sobre Elton John ha propiciado que el personal haga comparaciones. En principio, comprensible. Ambos son estrellas del rock, artistas de masas y homosexuales, por citar solo algunas similitudes.
Con una diferencia: Mercury sucumbió al sida y el británico aún está vivito y coleando, incluso actuando de vez en cuando. De hecho a finales de este mes está anunciado en Madrid, a precios exorbitantes y con casi todo vendido al escribir estas líneas.
“Rocketman” ha sido dirigido por Dexter Fletcher, quien curiosamente estaba en la producción de “Bohemian Rapsody”, de la que se comenta dirigió buena parte ante la espantada de Bryan Singer, y ha contado con el beneplácito del propio Elton, que además pone dineros en la producción.
Cabía pensar que con estas premisas nos podríamos encontrar con una hagiografía al uso, y afortunadamente no es así. Contada en flash back a partir de un momento clave en la vida del artista, el director no solo cuenta la niñez, los comienzos artísticos, el éxito y sus andanzas amorosas, sino que por encima de todo –y ahí estriba a mi modo de ver su mayor mérito- nos ofrece todo un musical.
Utilizando como no podía ser de otra manera algunas de las canciones de Elton, se evade del relato naturalista las veces que considera necesarias para presentarnos un musical en toda regla, que como cualquier buen aficionado sabe no es lo mismo que una película con números musicales.
El director nos ofrece algunos momentos muy brillantes en este sentido, soberbiamente filmados, en los que además de mostrar algunas de las magníficas piezas que Elton compuso con música de su amigo Bernie –Jamie Bell en la pantalla, aquel que hace 18 años fuera Billy Eliot-, hace que la acción avance. No se trata, pues, de una interrupción de la trama para mostrarnos la canción, sino que esta forma parte de la línea narrativa: en una palabra, lo que ha sido toda la vida la esencia de los auténticos musicales.
El acierto en la elección del actor para encarnar –y al igual que ocurriera con el caso de Mercury, pocas veces se puede utilizar con más propiedad este verbo- la figura del británico, es un punto más a favor de la buena impresión que me ha dejado la película. A Taron Egerton apenas le podemos recordar en “Kingsman” y poco más. Se ha mimetizado magníficamente en la excéntrica figura de Elton John y nos acerca su compleja figura con brillantez y eficacia.
Ni que decir tiene que para los fans del cantante y para los buenos rockeros resulta ser una película de visión casi obligatoria. Su banda sonora es espléndida, las coreografías brillantes y la adecuación a lo que fueron aquellos años francamente acertada.
Como quiera que John se considera curado de aquellos excesos, no ha dudado en permitir que se expongan, cual si el filme sirviera como acto de contrición ahora que parece haber alcanzado la paz espiritual, que incluye el amor. Se explicita en los títulos de crédito finales, por si hay espectadores no muy al día sobre las andanzas de este hombre. Andanzas que no faltará quien considere exageradas, como sus atuendos. Y no es así. A estos les sugiero que echen un vistazo a las abundantes fotos antiguas que atestiguan lo contrario. La realidad aún fue más estrambótica.
Y si no, recuerden aquellos que en su momento vieron de estreno su participación en “Tommy”, el musical de Ken Russell, basado en la obra de los Who, ahora casi convertido en filme de culto. Curiosamente, la primera vez que un servidor veía imágenes de Elton John.
Y volviendo al principio, y aunque las comparaciones sean odiosas, permitan que me decante en cuanto a calidad cinematográfica, por el biopic de Elton por encima del de Mercury. Sin que eso me haga decantar como artistas por ninguno de los dos. Ambos me parecen magníficos. Pero estamos hablando también de cine, no solo de rock.