Cristina Morales. Cuando la vida aprieta y tu tierra natal se convierte más en un peligro que en un refugio, la idea de emigrar retumba con fuerza en la cabeza del local, que ansía encontrar un futuro con esperanza. Siria, país árabe situado en Asia, de gran belleza y riqueza, lleva años sumido en una guerra civil que ha provocado que millones de sirios hayan tenido que abandonar el lugar por la situación política, viéndose obligados a refugiarse en diversos países europeos, entre ellos España. En el marco de la primavera árabe, un conjunto de protestas sociales pacíficas que estallaron en marzo de 2011 en Túnez, algunos colectivos sirios extrapolaron estas reivindicaciones a la situación de su país y comenzaron a manifestarse en contra del presidente, Bashar el Asad. Un grafiti que decía «es tu turno Doctor», en referencia a que el dirigente es oftalmólogo, fue la mecha que hizo estallar el levantamiento de la sociedad, tras torturar y arrestar a los jóvenes autores de la pintada.
A partir de ahí se sucedieron marchas y manifestaciones en las que muchos murieron a manos de las fuerzas de seguridad del estado, lo que hizo que se extendieran por todo el país, llegando a la capital, Damasco, y a Alepo, las ciudad más poblada y segunda en importancia. Cientos de miles de sirios pedían en las calles la dimisión de Asad, reformas políticas y el fin de la brutalidad policial, formándose grupos opositores armados y empezaron las deserciones de militares sirios que se unían a los rebeldes, aglutinados en el Ejército Sirio Libre (ESL). El país se sumió en la guerra, los bombardeos de las fuerzas sirias se multiplicaron y comenzaron a entrar otros países, provocando un conflicto insostenible que perdura y que hizo que gran parte de su población se viera obligada a huir para salvar la vida y que incluso, la perdiera en su odisea hacia Europa.
Lama Tomeh Abdul vivió todo el duro conflicto que se desencadenaba en su país desde Cartaya, Huelva. Ella ya había tomado la decisión de dejar su tierra para cambiar de vida y emprender un camino con más posibilidades. Con solo 17 años, ya se había casado con un ciudadano sirio que había conseguido trabajo en España, por lo que juntos emprendieron rumbo hacia un nuevo país. Desde su llegada, se sintió acogida entre sus vecinos que incluso le prestaron ayuda cuando, años después y con dos hijos, esa misma persona con la que había emprendido el duro viaje y había cimentado una nueva vida comenzó a no tratarla como debía y decidió alejarse. Muchos de sus conocidos cartayeros le prestaron apoyo emocional, le ayudaron con los niños o le apoyaron en su particular lucha personal. Con el drama de haber sido víctima de malos tratos y encontrarse sola en un país extranjero sin el apoyo de su familia, tuvo que hacer de tripas corazón y salir adelante con sus propios recursos. Comenzó a buscar trabajo y fue encadenando varios contratos temporales, intentando buscar su sitio, el lugar donde verdaderamente encajara y aportara algo con valor.
El estallido de la guerra en Siria le hizo pensar en qué podría hacer para ayudar a sus paisanos, para prestarles servicio desde tan lejos. Cuando el problema de los refugiados fue un hecho, buscó varias asociaciones con el objetivo de colaborar con ellas como traductora o prestando apoyo psicológico a los recién llegados, que tuvieran una persona con la que poder expresarse en su idioma y que comprendiera la situación en la que se encontraban. Su intención era también explicar a sus vecinos onubenses y a los españoles, en general, el por qué de los refugiados y de qué venían huyendo, algo que al principio no se entendía del todo, muchos creían que pretendía apropiarse del trabajo de los locales, cuando su razón de emigrar era salvar la vida.
Primero comenzó en varias asociaciones y organizaciones como captadora de fondos para ayudar a los más necesitados y, tras estudiar varios cursos de voluntariado, dio con Cruz Roja, ONG en la que lleva más de tres años como traductora y prestando apoyo emocional y psicológico a los refugiados, encargándose de vigilar que vivan a gusto en los pisos que la organización les cede e incluso, recepcionándolos en el aeropuerto de Madrid para que, desde su llegada, cuenten con alguien que les hable de tú a tú y se sientan comprendidos y apoyados. Su tarea se volvió tan esencial, debido al problema de los refugiados, que comenzó a trabajar como traductora de la Policía y en los juzgados de la provincia de Huelva. Su interés por ayudar a los demás hace que, en la actualidad, además de seguir prestando apoyo a sus paisanos, trabaja en la asistencia a mayores a domicilio.
Desde su llegada a la ONG encontró su sitio y desarrolló sus tareas, prestando asesoramiento a los refugiados cuando llegan, en su primer contacto con el país. Les ayuda a adaptarse a su nueva vida, los acoge desde su llegada, les explica la cultura y la sociedad española, las leyes, las normas y todo lo que pueden hacer en función de sus derechos. Es la persona de confianza para los sirios en Huelva, su único nexo con su añorado país, del que se han visto obligados a huir. Su empeño y su labor altruista, ya que todo esto no le aporta retribución económica y no ha pasado precisamente por buenos momentos en cuanto a dinero, hace que sus compañeros presentaran su candidatura para los premios que ofrece el gobierno de España al mejor voluntario de cada año. De entre otros candidatos onubenses, pasó a la final y, finalmente, el pasado mes de noviembre llegó la noticia de que había sido galardonada con el Premio Estatal de Voluntariado 2018. Estos premios reconocen la acción voluntaria de las personas físicas o jurídicas, desarrollada ante las situaciones de vulnerabilidad, privación o falta de derechos, a través de programas de voluntariado que pretendan favorecer la igualdad de oportunidades y no discriminación, y la búsqueda de la transformación social, así como conseguir una mejora social, tanto en las personas, como en sus entornos.
Según nos cuenta la propia premiada «no me esperaba ni la nominación y, mucho menos, el premio final. Al principio no sabía que era a nivel nacional y me sorprendí mucho, había muchos compañeros y asociaciones que también lo merecían». Para Lama Tomeh, ayudar a otras personas con una situación similar a la suya cuando llegó a España es una enorme satisfacción, aporta sentido a su vida. Con la experiencia de casi 20 años viviendo en Cartaya, se siente llena al poder prestar apoyo a personas que se encuentran perdidas y frustradas al no entender el español. De su premio destaca el chute de energía que supone «yo hago esto de forma altruista, sin pedir nada a cambio, sino por la satisfacción personal que me da, sin embargo es cierto que un reconocimiento así te da fuerzas para seguir y para trabajar con más ganas».
Ya lleva más años viviendo en tierras onubenses que sirias, pero comprende lo que es llegar y encontrarse solo y perdido. Desde el principio, asegura que se sintió muy apoyada por sus vecinos y que la ayudaron en los momentos duros de su trabajo y en las dificultades que se le presentaban al ser una madre trabajadora sin familia cerca. Fue acogida como una más en la localidad y asegura no haber vivido ninguna situación de discriminación por su procedencia. A pesar de todo lo que ha vivido y de lo que lucha por su futuro, se sigue alegrando de haber tomado la decisión de emigrar de su tierra, en la que no disponía de libertad para vivir su propia vida.
Una mujer luchadora, emprendedora y solidaria, que no olvida sus raíces y que apuesta por mejorar la vida de otros, incluso antes que la suya. Un ejemplo de superación y de integración en el entorno, que se ha visto reconocido a nivel nacional entre numerosos propuestos más. Todo un orgullo para la provincia onubense el acoger en sus tierras a una persona con tal calidad humana y férreo compromiso social. Una mujer que se ha hecho a sí misma, y se ha convertido en alguien muy fuerte, curtida en la vida, que ha sabido canalizar las malas vivencias en buenas acciones. Sin duda, una historia digna de ser contada.