Rafael Muñoz.
(Publicado en La Provincia el 29 de junio de 1918, página 1,
por Agustín Moreno y Márquez)
Sin embargo del gran desarrollo que esta ciudad ha tenido en todos los órdenes desde los tiempos de mi juventud, considerada militarmente lejos de haber progresado, no hay duda que más bien ha descendido. En efecto, en la mitad del siglo tenía Huelva constantemente acuarteladas dos compañías de Infantería, que daban la guardia en la Cárcel Nacional y en el Palacio al pie de las oficinas de Hacienda.
Todas las mañanas salía un piquete de San Francisco a mudar las guardias dándoles el “Santo y Seña” permaneciendo en una y otra durante 24 horas los soldados del piquete, prestando cada cual sus servicios de pié y a bayoneta calada. Cuando pasaba el Viático por delante de la guardia, se destacaban dos números escoltándolo a la ida y a la vuelta y los domingos venían ambas compañías tocando un pasodoble a oír misa de once en la parroquia de la Concepción.
Además los reclutas de la provincia acuartelados en la Merced eran disciplinados e instruidos por los jefes de esas compañías que les enseñaban los giros de pies, el ejercicio de esgrima, marcha y contra marcha, ordinariamente dentro de la misma plaza de la Merced.
Pero cuando el aspecto militar de Huelva llegó a su mayor apogeo fue al terminarse la guerra de Africa en 1860 pues vinieron repatriados unos 800 o 1000 hombres que se acuartelaron en el indicado edificio. Por cierto que todos traían señales de grandes privaciones y sufrimientos con sus largos cabellos desgreñados y las barbas hirsutas y el rostro atezado por el aire y el Sol ostentando en él alguna que otra profundas cicatrices. Por la tarde nos íbamos los muchachos a la plaza de la Merced para presenciar el desfile de la tropa que regresaba del campo de hacer sus ejercicios y luego se les repartía por compañías un suculento rancho consistente en arroz y garbanzos cocidos en grandes ollas o calderas en las cuales echaban un caldo de grasa hecho con tocino y pimentón revolviéndose para darle color con un cazo grande antes de usarlo. Luego cada soldado sacaba su correspondiente marmita y en ella recibía un cucharón o cazo de rancho.
Ya no queda de eso más que el recuerdo: Huelva militarmente nada significa.
Parece mentira que, ocupando esta provincia una posición estratégica de grande importancia, fronteriza con Portugal y litoral del Atlántico con varios Centros mineros en los que trabajan miles de operarios, visitando su Puerto por los buques de todas las naciones y teniendo enfrente el santuario de Santa María de la ávida que registra el acontecimiento más glorioso de la historia, se vea tan olvidada por el Gobierno el cual parece que no le preocupa ni poco ni mucho la prosperidad de Huelva ni los acontecimientos que en ella pudiera desarrollarse. No; esa desconsideración no la merece nuestra provincia mucho menos habiendo dado hijos tan preclaros en el foro, en la ciencia, en la marina y en la política.
Por hallarse tan desatendida en la parte militar se perjudica, no solo el Municipio sino también el Estado pues con motivo de las frecuentes huelgas suscitadas en los Centros Mineros tiene que ser reconcentrada la guardia civil y a veces tropas de Infantería, sirviéndoles de cuartel las escuelas públicas de primera enseñanza, obligándoles también a holgar forzosamente a los maestros y a los niños durante todo el tiempo que dure la reconcentración y cuando esta termina al cabo de quince y veinte días, hay que reparar los edificios y reponer el material que se ha inutilizado o se ha perdido.
Nada de esto sucedería si Huelva tuviera sus correspondientes cuarteles y las tropas necesarias como ocurre en las demás capitales de provincia.