Rafael Muñoz.
(Publicado en La Provincia el 31 de mayo de 1918, página 1
por Agustín Moreno y Márquez)
Frente a la calle de Miguel Redondo, donde hoy se halla la estación de ferrocarril de Sevilla o próximamente, estaba el dique en el que se carenaban los barcos y se construían también otros nuevos. Por esos años hubo aquí grande actividad mucho trabajo y, con ello, el bienestar consiguiente, puesto que se hicieron algunas goletas.
Un particular, don Eugenio Viñez, construyó una para dedicarla, según se decía, a la trata de negros; otra, el Consejo o Diputación provincial que se llamó “Huelva”, y dos más no sé si por el Gobierno o por otras entidades; pero sí que se llamaron “Extremadura” y “Guadiana”. Parece que estas tres últimas, eran regalo que las provincias hacían con el único fin de aumentar las unidades de la Marina española.
Mas si el puerto de Huelva no carecía de lo necesario para el desenvolvimiento de su comercio marítimo, no era así en cuanto pudiera referirse al movimiento terrestre, porque le faltaban vías de comunicación, no contando siquiera con una mala carretera. Sus tres caminos, el de San Juan del Puerto, el de Trigueros y el de Gibraleón, únicos existentes, se ponían casi intransitables, en el verano por el polvo y en el invierno por el barro. Más de una vez oí decir a la gente de la Sierra: ¿Qué cosa es infierno? – Las entradas de Huelva en tiempo de invierno. Y al responder así, tenían muchísima razón porque, en ocasiones, cuando por las aguas se formaban grandes baches; las ruedas de los carros se hundían hasta el cubo y las bestias hasta el pecho.
La primera carretera que se abrió en esta Ciudad fue la de Sevilla, empezando los trabajos desde la calle de Berdigón en dirección a San Cristóbal y torciendo luego a la izquierda por una cerca de almendros que necesariamente hubo de expropiarse en parte. Anteriormente el camino de Sevilla estaba por San Sebastián, puesto que era el mismo de San Juan del Puerto y por San Cristóbal solo había uno vecinal para ir a fincas particulares. Por esa razón, aquí no existía ninguna diligencia que nos pusiera en comunicación con aquella Ciudad, sino algún carro o galera donde se viajaba con mucho trabajo y se traían las mercancías necesarias por encargos particulares. Cuando la carretera se terminó ya fue otra cosa; el correo pudo venir en coche y, de alterno que era anteriormente, se hizo diario; pero el de la Sierra o de Aracena continuaba saliendo tres veces por semana.
Gibraleón se comunicaba con Huelva por la vía fluvial y por su camino, en el que transitaban unos a pie y otros en bestias y carros.
Recuerdo una excursión que hicimos por el río varios muchachos para ir a la feria de Gibraleón. Nos levantamos temprano, llegamos al muelle, nos metimos en la lancha donde nos estaba esperando un marinero que empezó a remar rio arriba y después de dos horas de trabajo llegamos al desembarcadero del pueblo; dimos algunos paseos por el real de la feria, nos divertimos un poco y gastamos nuestro dinero, reembarcándonos por la tarde para llegar por la noche a Huelva.
Este probará a nuestros lectores que, a veces, era mejor ir y venir a Gibraleón por el río que por tierra.
Algunos años después, se emprendieron los trabajos de la carretera de Gibraleón y con ella se facilitó más el tráfico y comunicación de ambas poblaciones; pero solo llegaba hasta la plaza de la Merced, sin que existiera la de circunvalación que lleva el nombre de ese pueblo, así como tampoco la de Odiel que principia por esta y termina en la de Sevilla. Esos dos trozos de carretera n son de aquella época, sino bastante más modernos.