VIII. La Casa del Diablo

La Casa del Diablo estaba situado donde hoy se encuentra el Colegio de Farmacéuticos de Huelva.

Rafael Muñoz. 

 

(Publicado en La Provincia el 18 de mayo de 1918, página 1,
por Agustín Moreno y Márquez)



 

La Casa del Diablo estaba situado donde hoy se encuentra el Colegio de Farmacéuticos de Huelva.
La Casa del Diablo estaba situado donde hoy se encuentra el Colegio de Farmacéuticos de Huelva.

Hay en la calle Palos una casa antigua de propiedad particular, que todo el mundo conoce por el terrorífico nombre de la casa del Diablo. La razón de ello ignoro cuál pueda ser; pero creo que el vulgo la había designado así por las figuras, carátulas o mascarones en relieve, que contiene en las dos pilastras y el piso por debajo de la cornisa.

Lo cierto es que de esa manera se llamaba esa casa cuando yo era niño y que continúa llamándose de igual modo en el día de hoy: “la Casa del Diablo”.


Puerto de Huelva

¿Antecedente? No los hay o al menos yo no los tengo ni sé que nadie los pueda tener; pero conozco un cuento humorístico que escribió sobre el particular D. José García Cabañas, fundador en Huelva de la “Federación Latina” y de LA PROVINCIA.

Aunque han pasado muchos años, conservo en mi memoria el argumento del enredo, el lugar de la acción, los personajes y el desenlace que tuvo todo lo cual voy a ver si puedo condensarlo aquí;

Había en la planta baja de la “Casa del Diablo” una habitación donde se reunían por la noche dos empleados de Hacienda, pupilos de la misma casa, y un capitán retirado, con el único fin de distraerse tirando de la oreja a Jorge.

 Una maldita noche en que el capitán perdió todo el dinero que llevaba, parece que exclamó:

            -¡Maldito sea el diablo…!

            -¡Eh!, replicó otro de los jugadores: cuidado con nombrar la soga en casa del ahorcado ¿No sabe usted, capitán, que la casa del diablo es esta y no otra?

            -Pues si viniera su dueño, ahora mismo le quitaba los cuernos de un pistoletazo.

            -Pues quizás venga. Mire usted, capitán; y le señaló en la pared de enfrente la sombra negra de una mano que empezaba a dibujarse por la interposición de esa parte del brazo y la luz del quinqué.

            Entonces el capitán sacó su pistola y levantó el martillo; pero la sombra, la mano asís dibujada, dobla el dedo índice, más el meñique y anular, dejando únicamente, más tieso que un palo, el del corazón, oyéndose una voz cavernosa:

            -Para ti, capitán.

            -Para tu madre, diablo desvergonzado, y descargó su Pistols.

            La mano desapareció y todos se echaron a reír.

            Era una broma que otro de los pupilos de la “Casa del Diablo” había inventado aquella noche para asustar al capitán y ya vemos que éste no se asustó.

            Ya veremos que los cuentos no son hechos reales, sino creados por la imaginación del que los escribe. Pero la anécdota que yo voy a contar pasó realmente, y tuvo principio en la “Casa del Diablo”, siendo protagonistas los pupilos que en ella había y unas costureras que trabajaban en un taller que se hallaba en frente.

            Era el día 22 de Diciembre de 1881, en el cual jugaba la Lotería de Pascua de Navidad.

            Yo me hallaba afeitándome en una barbería de la calle Rascón, cuando vino un chiquillo gritando:

            -Papá, ha venido una parte diciendo que ha tocado el premio gordo en el billete que llevan los pupilos de la “Casa del Diablo”.

            -¡Chiquillo! No vengas con esas bromas, porque en ese billete llevo yo diez reales.

-No es broma, sino verdad. Las costureras de enfrente han tirado la costura por la ventana, se han abrazado unas a otras y una que se hallaba planchando tiró la plancha al medio de la calle y se puso a bailar. Los pupilos también están muy contentos.

Entonces el padre sale escapado, como alma que lleva el diablo, diciendo; ¡Vamos a ver si es verdad!

            Mas volvió al poco rato con la cara angustiada y murmurando entre dientes: ¡Todo ha sido una broma! Los pupilos fingieron un parte y se lo dieron a un muchacho para que lo llevara a la casa, precisamente por la tarde a la hora de comer. Así engañaron a las costureras y a otros muchos, que también tenían parte en dicho número, hasta que se descubrió la verdad.

            La transición fue grande. En un instante se vieron millonarios y en otro se encontraron sumergidos en su pobreza.

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