R. Hood. ¿Es posible imaginar una España sin paro juvenil? ¿Una España en la que acabar una sólida formación signifique poder trabajar dignamente? Echar una mirada al mundo laboral y su relación con la juventud es actualmente un deber ineludible, un ejercicio que nos incita a reflexionar sobre la perspectiva de futuro.
Es evidente la contradicción que existe entre las expectativas de la juventud y la realidad socioeconómica a la que este colectivo tiene que enfrentarse. ¿Cuántas veces habremos oído que para “ser algo en la vida” hay que tener estudios? Llevamos forjando nuestro currículum desde pequeños, cuando empezamos a ir al colegio, luego la ESO, Bachillerato, un Grado universitario (o doble Grado, en muchos casos) que no basta porque hay que completarlo con un Máster y sumarle a todo esto, conocimientos de idiomas. Pero ¿realmente todo este esfuerzo nos garantiza encontrar un puesto de trabajo digno y acorde a nuestra formación? Me imagino que, si eres joven, también te habrás hecho muchas veces esta pregunta.
Por otro lado, es cada vez más frecuente que las empresas exijan años de experiencia en el sector, pero ¿cómo vamos a conseguirlos, si no se nos da esa primera oportunidad? Organismos internacionales como la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) sitúan a España en el contexto europeo como unos de los países cuyo porcentaje de universitarios es de los más altos, pero también en el que más paro juvenil hay. Esto nos lleva a una conclusión preocupante: los jóvenes españoles tienden a estar sobrecualificados para el empleo que generalmente encuentran. Y relacionando dicha conclusión con la pregunta anterior, es evidente que, al final, lo que sucede (y no siempre, dada la escasez de ofertas de trabajo) es que acabamos ganando experiencia, sí, pero de puestos que nada tienen que ver con lo que estudiamos, que no nos permiten poner en práctica la formación adquirida, por debajo de nuestras posibilidades y en unas condiciones de precariedad y abuso que desmoralizan a cualquiera. ¡Y encima nos dirán que tenemos que alegrarnos por haber encontrado un hueco en el mercado laboral!
Muchos jóvenes, al acabar los estudios y no tener muy claro su futuro, deciden que la mejor solución es marcharse al extranjero y ganar experiencia allí, a la vez que mejoran o amplían sus conocimientos de idiomas. Si esto se hace por voluntad propia, es una experiencia y una oportunidad magnífica, pero, cuando hay que hacer obligatoriamente las maletas porque en tu país no hay opciones de trabajo relacionadas con “lo tuyo” o, si las hay, son en unas condiciones deplorables, estamos ante un problema que hay que plantearse seriamente.
Luego están los contratos en prácticas… Sobre el papel el planteamiento parece adecuado, por cuanto supone un medio de adquirir experiencia sobre los estudios cursados, es decir, una forma de enlace, de continuidad entre la formación y el mundo laboral. Sin embargo, el desencanto y la realidad se imponen porque las empresas se aprovechan de la situación con contratos basura, indignamente remunerados y en los que rara vez se ofrecen opciones de incorporación posterior estable. Cuando finaliza el período de prácticas de un becario, siempre hay otro dispuesto (con su ilusión intacta) a asumir estos contratos abusivos y de esta manera se crea un círculo vicioso que hace imposible el sueño de conseguir un puesto estable y digno.
Y hablando de sueños, ¿por qué no poner en marcha nuestras ideas y crear nuestro propio negocio? Uno de los principales motivos por los que no emprendemos es por miedo: cuando nos aventuramos en terreno desconocido, nos paraliza el pánico al fracaso, a enfrentarnos a una serie de retos, aunque éstos nos permitan alcanzar una cierta ventaja competitiva. Si bien es cierto que cada vez son más los jóvenes que deciden crear su propia empresa, las cifras en nuestro país son bastante bajas en comparación con las de países como Alemania. De hecho, aunque -según el último informe «Doing Business» del Banco Mundial- España tiene un puesto más que aceptable (28 de 190) en la clasificación global de “hacer negocios”, sin embargo, se desploma al puesto 86 en el apartado de “apertura de un negocio”. El principal problema reside en que en España no hay aún instaurada una cultura emprendedora y que nuestra sociedad no valora el emprendimiento. En la mayoría de los casos, la idea no sale adelante porque no hay una entidad financiera que la avale y, para más inri, no parece que reformar el marco legal y promover esa financiación sean una prioridad política. Y es evidente que los tres elementos (cultura emprendedora/financiación/ regulación) se retroalimentan. Creo, por tanto, que el Estado debe fomentar, financiar y regular el emprendimiento, ya que, al fin y al cabo, supone el futuro de la economía del país.
El futuro…sí…un futuro que viene con fuerza, con gente joven con ideas nuevas, con energías, con ganas, con vocación, con aspiración de mejorar una situación que, aunque no nos convence, no nos roba la confianza en la lucha y el esfuerzo. Y ahora sí, espero que seáis muchos los que, al leer esto, os sintáis identificados.