Antonio José Martínez Navarro. En el bosquejo biográfico de Juan Antonio Guzmán van a coincidir la historia de un hombre enraizado como pocos en la tierra propia, que tanto ama, con poemas cuyos versos están llenos de irisaciones brillantes y fugaces, como las imágenes de un calidoscopio que han hecho que mantenga los fastos de nuestra estupenda tradición poética. Yo quisiera en la ocasión presente disponer de amplias páginas, porque es mucho lo que tengo que decir de Juan Antonio Guzmán, pero…Sumerjámonos, sin más dilación, en las notas que nos van a hacer recordar la trayectoria de un hombre muy vinculado a nuestra capital.
Juan Antonio Guzmán Camacho nace en una época en la que España había dejado, desde hacía once años, sentir sobre sus valles y sobre sus montes el retumbar de los cañones y agudo sonar de clarines militares. En aquellos días en que salía nuestro país de una etapa de muchas necesidades, en la que se estaban dejando en el olvido las cartillas de racionamiento, ve la luz primera, el viernes, 10 de marzo de 1950, en la bonarense calle Larga, frente al Casino ‘Centro Benéfico’. Es el primogénito de una familia acomodada formada por Juan Eusebio Guzmán Hilazo, natural de Bonares y Salomé Camacho Gómez, también hija de la misma localidad, y sus tres hermanos, Fernando, Jesús Miguel y Rosario.
Acerquémonos a sus ascendientes: El padre de Juan Antonio había realizado el paseíllo en diversos alberos de la provincia a mediados de los años cuarenta. Más tarde, se dedicó como industrial al transporte en una prestigiosa empresa que disponía de cinco camiones y el mantenimiento de varias fincas heredadas por la familia de su esposa y por la suya en los términos municipales de Bonares, Niebla y Rociana del Condado dedicadas al cultivo de la vid, cereales y olivar, y era nieto paterno de María Dolores Hilazo Muñoz y de Fernando Guzmán Riaño, originario de la zona Norte de La Rioja, y ambos nacidos en Bonares. Su bisabuelo era Pablo Guzmán Pérez, abogado.
Por línea materna, sus abuelos fueron Rosario Gómez Feria, casada con Antonio Camacho Carrasco, agricultor e hijo del médico José María Camacho Carrasco. Su abuelo Antonio, enviudó un año antes de su nacimiento y dedicó todos sus afanes y tiempo para nuestro biografiado hasta que falleció en febrero de 1960, inculcándole la afición al caballo y al conocimiento de su trato y de su doma, completado por el hijo, su tío materno, Rodrigo Camacho Gómez, que permaneció célibe y que completa la composición de su familia. Debemos hacer hincapié que, actualmente, su conocimiento del mundo del caballo le ha proporcionado poder ser Juez territorial de Doma Vaquera (consiste en realizar en sucesión y dentro de un cuadrilongo, una serie de ejercicios de los que habitualmente los nobles brutos realizan en el campo para trabajar con el ganado vacuno) y Juez de morfología de caballos hispanos árabes (caballo surgido tras el desembarco delos árabes en Al Ándalus y el cruce de los equinos que éstos traían de Arabia y Marruecos con las razas que ya existían en el Guadalquivir).
El dolor le acusa muy pronto, aún antes de nacer Juan Antonio, y recordándolo parece que como si un halo de tristeza quisiera hacer su aparición y evocarnos el tema de una excelente película de Summers titulada “La niña de luto”, esto es, el casamiento de sus ascendientes fue traumático: Sus padres habían abierto las puertas de la fantasía y del amor y soñaban en voz alta, pronto contraerían matrimonio. A tal efecto y con toda la ilusión del mundo se acercaron, unos días antes de la ceremonia religiosa, a comprar los muebles a un establecimiento de Sevilla. Pero, cuando la boda era inminente, a la madre de su madre, Rosario, le da un infarto y muere. El hecho causa en el hogar el consiguiente quebranto, pero es una familia de firmes convicciones: La boda se celebra en su casa, en una habitación que se prepara para tal efecto y en la que sólo van a asistir los contrayentes, vestidos de luto riguroso, el sacerdote que iba a oficiar el acto y los testigos.
En estos instantes me acuerdo de unos versos de Bécquer dedicados a la muerte de Alberto Lista que, transformados, dirían:
“¿Quién cortó la preciosa vida
del cisne de Bonares, qué mano
impía de las ondas siempre claras
de Huelva arrancó su amada hija?
¿Quién fue el osado?
Llorad, musas, llorad y descompuestas
las trenzas del cabello de Rosario dad al viento:
la Parca fue quien de su vida el hilo
cortó inmutable”.
No acobarda esta adversidad a la familia, pero esta anómala circunstancia rompe el esquema de felicidad en que estaba sumido el matrimonio. Rechazan la posibilidad de realizar el viaje de luna de miel y adquirir una casa para independizarse y siguen viviendo en la casa de su padre con un hermano más pequeño, que estaba soltero. Su madre le contaba, como detalle traumático, que la noche de bodas la efectúa el nuevo matrimonio en una habitación dormitorio de la casa, a continuación de la suya, propiedad de su tía, Rosario Carrasco Guzmán.
Juan Antonio Guzmán está seguro del cómputo cronológico. En cifras y en fechas su memoria no palpita. Así, recuerda que con año y mediovive su primera romería vestido de flamenco y a lomos de un burrito adornado con buganvillas granates en la frontalera. A los dos años su madre, muy religiosa, le enseña su primer poema y primeros rezos: una oración a su Ángel de la Guarda que Juan Antonio eleva trémulo de emoción cuando se acercaba al Sagrario. A los tres años, asiste a la escuela privada de Guillermo López Ugena, maestro y anterior alcalde de Bonares. Propiamente no es una “miga”, más bien era un aula donde progresaban en el estudio diversos niveles y que tenía gran prestigio en Bonares. El niño Juan Antonio llevaba al colegio una gran ventaja, ya que su madre le había enseñado a leer… Su primer recuerdo de la escuela es el siguiente: En su primer día de clase le dice al maestro que sabe leer. Incrédulo éste le invita a que lo haga en su mesa. Comienza a leer con gran soltura y un murmullo de asombro y risas surgió de sus compañeros al verlo tan pequeño y con todo el desparpajo del mundo en el libro que traía de casa, el Nuevo Catón.
A los seis años se pasa a la escuela nacional del excelente maestro Emilio Romero Llorente. El programa de estudios tendía a inculcar en los muchachos los modelos propios de la gente bien educada, las fórmulas y los usos más urbanos en las salutaciones y concursos, la prudencia en hablar y callar, el aseo y limpieza en el vestir… Don Emilio fue, sin duda, el maestro que Juan Antonio necesitaba en la primera enseñanza y primero de Bachillerato.
Juan Antonio Guzmán era zurdo y para algunos profesores de los años cincuenta esta circunstancia se consideraba negativa. En este sentido, parecía como si el destino de hubiese empeñado en moldearle insistentemente. De esta forma, debía situar el brazo izquierdo detrás de su espalda y escribir con la mano diestra. Esto le acarreó algunos problemas de dislexia y coordinación que tiene a la hora de hablar, leer y orientarse. Además, también padecía de cierta hipersensibilidad auditiva o alto grado de agudeza, esto es, que las ondas sonoras viajaban hasta su oído medio con gran fuerza, lo que representaba ciertos problemas para el tímpano y le acarreaban unos dolores muy acuciados. Este defecto no le acomplejó demasiado y hasta puede que redundara en beneficio de su capacidad estudiantil, ya que le permitió concentrarse mucho más en sí mismo, evadirse de muchas conversaciones triviales y muchos ruidos que “explosionaban” en sus oídos y pensar sin ser interrumpido por tales ruidos que distraen la atención de la mayoría de las personas y que él, a base de concentración, eliminaba de su radio de acción.
Este alto grado de audición, le hizo más solitario y tímido, pero a la vez más serio y reflexivo. Además, vino a colaborar con él Fernando, su abuelo paterno, que era un lector empedernido y le hubiese gustado haber seguido la senda que lo hubiera conducido a ser un excelente actor, a ascender a su hermético universo, cosa que le impidió su padre, ya que decía que aquello no tenía futuro, por no estar bien visto en la familia-; y que debía optar entre ser sacerdote o dedicarse a las faenas propias del campo. Y decidió respirar el aire del campo y respirar junto a los aperos de labranza. .Juan Antonio recuerda que él tenía una enciclopedia, la del Conde de Buffón, compuesta por cuarenta y cuatro volúmenes, la obra científica y copiosa más importante del siglo XVIII, y la más popular, ya que tuvo el acierto de combinar descripciones redactadas con elegancia, con historia sobre la vida de una elevada cantidad de animales y plantas. Juan Antonio repasaba los tomos con cierta vernación. El primero recordaba que tenía como temática las razas humanas y los primates; el segundo enseñaba todo sobre los paquidermos, el tercero, sobre los pájaros y así sucesivamente y los volúmenes finales se detenía en la Botánica y los minerales, Esta colección tenía primorosos dibujos a plumilla y aquella lectura le sirvió para ampliar, sin proponérselo, su cultura y para comprender que el hombre como persona prácticamente no era nada, era un ser que vivía y formaba parte con los demás en la Tierra.
Podemos afirmar que Juan Antonio se leyó muchos pasajes de la obra entera, un libro tras otro y consiguió un buen bagaje cultural.
A los ocho años lo elige el maestro para representar a su escuela en un concurso escolar local. Obtiene el triunfo y representa a Bonares, junto con otra alumna en la fase provincial que también gana, pero le impiden representar a la provincia, en el inmediato concurso regional por tener dos años menos de la edad adecuada que exigía la normativa del concurso, por lo que no se pudo presentar. En contrapartida, le premiaron abriéndole una cartilla de la Caja Postal con la cantidad de veinticinco mil pesetas, una cantidad importante en aquella época.
A los diez años se presenta para examinarse de Ingreso de Bachiller y aprueba. Su padre decide que se quede en Bonares dando clases con don Emilio y, por la tarde, se preparase para examinarse libre de 1º de Bachiller. Aquello no salió bien, ya que los alumnos matriculados oficialmente en un centro educativo parcelan un libro en diversas pruebas, esto es, si tiene la materia veinticuatro lecciones sufren cuatro exámenes de seis lecciones aproximadamente; en cambio, los alumnos libres tienen que examinarse de todas las materias del nivel que sea en un solo examen. No obstante, aprueba. En estas fechas, su abuelo le cede una excelente cantidad, cien mil pesetas, para que resida y se matricule en otra localidad y estudia en el Colegio de los Salesianos de La Palma del Condado. En esta localidad se verán disminuidos los gastos de estancia viviendo en casa de unos padrinos que no tenían hijos y como tal estuvo dos cursos académicos, segundo y tercero de Bachiller. Todo se iba desarrollando casi a la perfección, ya que el único lunar que existía era que tenía que
Y en 1963 se vio a un niño que se dirigía con sus bártulos por la plaza de Quintero Báez, doblaba la esquina de la de la Fuente y tras recorrer el pequeño espacio de la Plaza de San Pedro bajaba por la calle San Andrés hasta alcanzar las tapias de la Escuela Francesa. El corazón de Juan Antonio palpitó presuroso al pasar ante el pequeño campo de deportes del Colegio con una canasta, donde los alumnos acostumbraban a jugar al baloncesto y la vieja palmera. Allí haría cuarto de Bachiller y Revalida y se encontraría con un magnífico plantel de profesores: la señorita Carmen, Juan José, el profesor de Ciencias Naturales; la señorita Medel, que hacía que sus alumnos quedasen fascinados con sus lecciones de Historia; don Francisco, enjuto, delgado y al que sólo le faltaba su toga para que no lo imagináramos como un césar imperator redivivo, ya que podía darse el lujo de hablar en el idioma vernáculo del Imperio Romano o latín; don José Jiménez, otro gran especialista…
El ambiente que presidía la Escuela Francesa era magnífico. En ella se encontró con condiscípulos maravillosos de la altura de Pedro Siles, Paco Revuelta… En el quinto curso de Bachiller se matricula en el Colegio Menor, dando clases en el Instituto “La Rábida”. En el Colegio Menor pronto se vio rodeado de una legión de amigos que en el primer día le preguntaban acerca de su pueblo natal, de su parentela, aficiones y otros pormenores análogos y que, con el transcurrir del tiempo, se convirtieron en amigos del alma. En este Colegio Juan Antonio demostró el placer de poner a prueba su pericia al pasar y recibir el balón y de acreditarla muy cumplidamente integrado en los equipos de fútbol y balonmano del propio Colegio. No obstante, el curso le fue regular, suspendió algunas asignaturas y buscando la huida a las Ciencias se pasa al Colegio de los Maristas donde realiza el sexto en la calle San Andrés. Se trasladan los Hermanos a la Avenida Doctor Cantero Cuadrado y Preu lo hace en la nueva dirección, en la habitación número cincuenta, habitáculos donde, por cierto, los antiguos alumnos han estado hace meses con motivo de haberse cumplido los 200 aniversarios de la fundación de esta benemérita y educadora Orden religiosa.
En clase, Juan Antonio trabaja a su aire, buscando en los libros de los mejores poetas y filósofos una justificación a su deseo de realizarse como poeta. Son unas fechas donde comienza a escribir mucho, de día y de noche, como recurso para indicarles a sus padres que lo suyo eran las letras. Tanto es así, que, en 1967 o 1968, en un examen de Matemáticas, sobre límites infinitesimales y su etcétera, escribió un poema. Aunque dicen que la ternura es una debilidad en los genios, el hermano Clemente, gran profesor, lo llamó aquella noche y expresó su afecto a Juan Antonio en una conversación profundamente tierna.
Le dijo: “¿Guzmán, a ti que es lo qué te pasa?”.
“Lo que me pasa, contesto Juan Antonio, es que lo mío no son las Matemáticas, no me gustan las Ciencias y yo no sé cómo decírselo a mis padres”.
El hermano Clemente le interrogó: “Vamos a dejar el problema aparcado ¿A ti que es lo que te gusta entonces?”.
“A mí lo que me gusta es la Filosofía y la Poesía”, contentó el alumno.
“¿Y en la Filosofía?”, inquirió el sacerdote.
Desde los pre-socráticos hasta la escuela tomista, Jean Paul Sartre, Albert Camus…
¿Y de poesía?
“Las coplas a la muerte de su padre”, de Manrique, pasando por San Juan de la Cruz Herrera, Bécquer, Unamuno, A. Machado, Juan Ramón… contestó el adolescente, dejándole testimonio de su mundo mágico-poético interior y recordando, sin duda, una infancia que alimentaria su vida y su obra.
Aquella entrevista se mantuvo desde las once de la noche en el estudio hasta las siete de la mañana, uno hora antes de empezar la primera clase.
Aquellas delicadas horas de emociones compartidas terminó dejando resquicio del interiordel alma del hermano Clemente: “Para que lo sepas, yo soy de Matemática y lo mismo me interesa una cosa como otra. Para ser una persona íntegra debes conocerlo todo”. Y supuso un cambio drástico en la poesía de Juan Antonio: le sirvió para que su formación fuese tanto científica, utilizando métodos científicos en lo que él creía que debía estructurar, utilizando su intuición y su sentido de creación pisando métodos científicos. Y de ahí parte también su temática poética y su forma de construir a la hora de hacer todas esas experiencias lingüísticas-literarias que se deben dar a la hora de comunicar lo creativo, lo poético. Debemos añadir unas palabras sobre el hermano Clemente: Bien formado, rebosaba salud y vida, robustez y lozanía, daba, en definitiva, la impresión de que la felicidad y la sapiencia les salían por los poros de la piel. Era una eminencia en todo lo que comenzaba y, en este sentido, Huelva se aprovechaba de estar en un extremo peninsular y que a ella llegaran excelentes profesores que por diversas cuestiones sociales y políticas habían tenido que salir de las metrópolis y, por ello, sufrían de los rigores del ostracismo.
El primer poema de Juan Antonio es un estallido de vida palpitante en el que su personalidad corre como un río que desciende por un recorrido cimbreante y sensual, salpicada de adelfas, viñedos, olivares, y pájaros que se le acercaban, bajo un cielo de claros y oscuros a capricho de los vientos. Esta poesía adolescente, que no comprendieron, se llamaba “El río”.