Juan Carlos León Brázquez. La presentación en Madrid del nuevo inédito del poeta moguereño vuelve a poner el acento en la ingente -y aun por descubrir- de su extensísima obra. El poemario que ve la luz gracias al minucioso trabajo de Rocío Fernández Berrocal, reúne 27 piezas inéditas hasta ahora adormecidas en Puerto Rico y Madrid, esperando este preciado rescate. Poemas del “yo más tierno donde se refleja el espíritu del poeta”, en palabras de su editora. Caminan ahora juntos a un cuaderno gráfico con fotos y facsímiles de los manuscritos.
Coincide la publicación, a cargo de la Fundación José Manuel Lara en su colección Vandalia, con la cercanía del Simposio Internacional sobre el Diario de un Poeta Recién Casado, del que celebramos su centenario, así como de la edición completa de Platero y Yo, también editada por primera vez en 1917. Para algunos, entre los que me encuentro, el año cumbre de la intensa acción productiva de Juan Ramón. Por eso, conocer nuevos rasgos creadores de su poesía siempre es un acontecimiento feliz al que damos la mejor bienvenida. Los 61 poemas escritos en Moguer, entre 1909 y 1912, se reúnen por primera vez bajo un mismo cuerpo, tras incorporarse a la impresión los textos de esos 27 poemas nuevos rastreados y ordenados por la gran juanramoniana que es Rocío Fernández Berrocal. Se unen a poemas conocidos en sus antolojías (con jota), como La verdecilla que dice “verde es la niña. Tiene verdes ojos, pelo verde”, cómo no pensar en el posterior Romance del sonámbulo de Lorca, con su conocido inicio “verde que te quiero verde”. ¿Conoció Federico el poema de Juan Ramón?, no sería extraño ya ue el moguereño los corrigió en 1921, aunque el posterior exilio mantuvo gran parte de sus poesías en las sombras de sus cuidadas carpetas.
Ahora éstos ya los tenemos ordenados en cuatro partes: Historias para niños sin corazón, Otras marinas de ensueño, La niña muerta y El tren lejano.
Estamos en la que para muchos es la etapa más sensitiva del poeta que se desarrolla en su pueblo blanco de Moguer. Ahí muestra la cercanía a la naturaleza y a los niños. Es un Juan Ramón cercano, alejado de malintencionados tópicos. Está con su pueblo, su gente, su mar y se siente ya un hombre viajero, en un preludio de lo que será el Diario de un Poeta Recién Casado. Y vuelve a ensalzar el habla parca y zezeante de su Andalucía (Madre me jeché arena zobre la quemaúra) siempre al lado de los más pobres y débiles; o el mar cercano, el de Moguer y el que sintió como estudiante en el gaditano Puerto de Santa María, en un Atlántico que lo une al que también sintió en Francia, en el sanatorio de Arcachon. Y al final el tren, que lo aleja o lo acerca, en un camino siempre poético, en el que “la voz baja es mayor que el silencio del mundo. Es uno casi monte, casi agua, casi abismo”. Y tiene ante sí el sentimiento de la muerte, al acurrucar a una sobrinita de solo dos añitos (María Josefa Hernández Pinzón Jiménez), que fallece en septiembre de 1911: “yo la tuve cogida por la mano, mucho tiempo después de haberse muerto, por si podía (yo), ayudarla a pasar por el misterio”.
¡Qué sol tan claro!
¡qué azul de seda!
Mi amor perdido…
¡la niña muerta!¡Corazón, vaso
de la tristeza!
Y todo este sentimiento, escrito sobre un papel cualquiera, una cuartilla, una postal de época, sigue disperso. En puntos como Puerto Rico, en la Sala Zenobia-JRJ, o en el Archivo Histórico Nacional de Madrid, o en su Casa Museo de Moguer, o en los propios fondos que aun conserva la familia, tal como advierte Carmen Hernández Pinzón, la sobrina-nieta del poeta que vela por su legado. Tanto escrito y tanto por descubrir pendiente de ser publicado, que cuando nos llega un libro como ‘Historias’ no cabe más que asombrarnos una vez más por su extensa gama de matices sensitivos y de alegrarnos por conocerlos. Es el tiempo de Juan Ramón en la luz de su Moguer natal, como una pieza de su puzle poético que faltaba en el extenso mapa de su inagotable lirismo. Vida y obra siempre han estado unidas en Juan Ramón, ‘Historias’ es un buen ejemplo.