Miguel Mojarro
Genaro es un profesor en Sevilla, en un Centro docente de Triana, en la calle Pagés del Corro, donde alterna la tiza y los mapas, con las tapas de los bares de la Plaza de Santa Ana y con los paseos por la orilla del Paseo Colón. Que él dice que la calle más bonita de Sevilla, la Calle Betis, hay que disfrutarla desde enfrente.
Los fines de semana y los periodos de vacaciones los pasa en Jaral, donde nació, porque es el lugar en el que recupera tiempos perdidos y disfrutes olvidados.
Él dice que el mejor goces es el que se tiene cuando se vuelve al sitio de siempre, con lo que se ha aprendido fuera de él.
Y en Jaral, lejos de sus tareas y de su entorno intelectual de la semana, encuentra mesas en las que jugar, café de toda la vida, agua en el búcaro, brasas y badila para los días de invierno y charlas con Marcelo, simples e interesantes, como siempre han sido las conversaciones cuando aprendíamos escuchando a los mayores.
- “Ahora ya somos mayores todos, dice Genaro, pero estamos”.
Genaro no se trae de Sevilla su cultura, ni su poder intelectual, ni presume de lo bonita que es su calle o la magnífica torre de la iglesia de su barrio. Genaro llega a Jaral con la camisa de jugar al dominó, los ojos brillando de afanes y las manos en los bolsillos, que es la forma más elegante de hacer tratos con el asueto.
Genaro es amigo de Marcelo, aunque sea mucho más joven, desde que Marcelo le enseñó a jugar al dominó, siendo Genaro el socio más joven del casino. Nadie quería jugar con él, pero Marcelo lo tomó de compañero en aquella su primera partida, aunque eran seguros perdedores.
Desde entonces, la figura de Marcelo adquirió dimensiones de especial afecto para Genaro, que le correspondió con la fidelidad del alumno al maestro que le introdujo en el mundo fascinante del dominó.
Genaro, en Jaral, recupera placeres, ejerce de casinero y se reencuentra con su maestro, ya mayor, en una relación fascinante entre generaciones.
Y se sienta a la puerta del casino, en la misma silla de siempre, como si quisiera recuperar la bulla de cuando aquella esquina era lugar de gente y no de coches.
En la misma silla, que es la forma más bonita de recuperar ocios pasados.
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