HBN. 25 de junio de 2017. El incendio forestal declarado en Moguer se acercaba peligrosamente al Centro de Cría en Cautividad del Lince Ibérico de El Acebuche. El humo se divisaba desde sus instalaciones. La rápida actuación de los trabajadores permitía evacuar a 14 de los 27 linces que se encontraban en el interior del espacio, dejando la puerta abierta a los demás para que pudiesen escapar del fuego, según el protocolo establecido.
Todos tenemos estos recientes acontecimientos en la memoria. Ocurrieron hace menos de dos meses. Al día siguiente, 11 de los felinos sueltos fueron localizados en las inmediaciones del Centro de Cría. Su instinto les había ayudado a escapar de las llamas, que se habían quedado a las puertas del Parque Nacional de Doñana y a escasos dos kilómetros de las instalaciones de El Acebuche.
El 27 de junio, un equipo formado por personal del propio Centro de Cría y del Proyecto Life Iberlince comenzaba la búsqueda de Fran y Aura, los dos linces nacidos en libertad que aún estaban en paradero desconocido. ¿Cómo los localizaron? Es una larga historia que nos relata José María Galán, ingeniero técnico forestal de Almonte y rastreador profesional que trabaja de guía en el Parque Nacional de Doñana desde 1992.
La capacidad de interpretar las huellas dejadas en el entorno, es decir, el rastreo, fue la clave de las recuperaciones. Fran, de 15 años de edad, todo un anciano felino, había sido el primero en salir del recinto y se dirigió hacia occidente, hacia la tierra quemada. Su rastro se caracterizaba por dos rasgos, como explica Galán: «ambos relacionados con su cojera de la mano izquierda. Por un lado, una distintiva marca digital en arco que no siempre se evidencia sobre el suelo. Por otro, un particular patrón de movimiento semejante al de un gran mustélido». Dos aspectos que, en un terreno complicado, podían confundirse con las pisadas del tejón o de la nutria.
«Pistear cualquier carnívoro lleva su tiempo, pero pistear a un lince que te lleva varios días de ventaja sólo es posible si el viento lo permite. Las huellas aparecen desdibujadas, pisadas por insectos, por vertebrados diurnos y nocturnos, señales inequívocas de esa ventaja», destaca José María.
Todo ello les llevó en varias ocasiones a pistas falsas o falsos positivos, es decir, rastros de otros animales que al estar poco definidos se podían asemejar al de un lince. «En estos casos conviene seguir el rastro hasta encontrar una huella de mejor calidad. El rastreador continuamente tiene que discernir patrones, filtrar la información de manera continua y desechar más del 98% de lo que ve», explica el guía de Doñana.
Entre el monte y un cortafuegos, entre cientos de rastros, el equipo localizó una huella interesante y, al seguirla, se dieron cuenta de que, efectivamente, por sus características -la huella trasera más alargada que la delantera, tres lóbulos definidos, sin trazas de uñas… – era de lince, pero por sus proporciones se trataba de una hembra. Habían dado con el rastro de Aura.
Al seguir sus pisadas, Galán y sus compañeros dedujeron que podrían localizar a la felina en las inmediaciones del Centro de Cría o bien en la laguna del Acebuche, donde buscaría agua y comida. Aura fue finalmente localizada en el sendero del Acebuche, donde un equipo de recuperación se trasladó rápidamente para capturar a la hembra, necesitada de medicación por un problema renal.
Escondidos entre los matorrales para no ser descubiertos, los protagonistas recuerdan la escena como de gran tensión. «Estamos en el lugar adecuado y en el momento oportuno, trampas colocadas y todos expectantes ante la lincesa que nos mira desde la puerta del observatorio. Se sube a una de las ventanas, va a saltar hacia la laguna; lo único que se me ocurre es gruñirla, me mira, la vuelvo a gruñir, se lo piensa y decide volver a la seguridad de su observatorio; supongo que el gruñido de averroncho no le transmite confianza», narra Galán. Al final, la felina caería en un caja trampa tentada por un conejo.
Tras la recuperación de Aura, sólo quedaba Fran. El equipo tenía que adelantarse a sus movimientos, como había hecho con la hembra, prever dónde estaría antes de que llegase para darle captura. Localizaron sus huellas en la laguna del Acebuche y, al seguir el rastro, acabaron en el aparcamiento del Centro, pasando por una pista paralela al sendero.
Las cámaras trampa habían captado al felino la noche anterior, siguiendo la dirección de la tierra quemada. «El olor del humo nos indicaba que Fran avanzaba con el viento de cara, lo cual sirve a los carnívoros para alertarlos de lo que se puedan encontrar de frente, proporcionándoles información y seguridad», explica Galán.
Las huellas del felino hablaban. El lince se había estado moviendo de noche por senderos despejados y cortafuegos, pero cada 500 metros se tumbaba a descansar, debido a su avanzada edad y su cojera. De día se internaba en el matorral, un terreno que compartía con zorros, tejones y ciervos, que con sus pezuñas borraban las huellas del gran gato.
En la continua búsqueda, los rastreadores se percataron de que Fran había cambiado de dirección. Quizá se había asustado, tenían ciertas evidencias, y se había internado en el matorral, dando con una senda que muchos animales enfilan habitualmente para llegar a la laguna en busca de agua y comida. Al felino, viejo, hambriento y cansado, se le agotaba el tiempo, y cierto nerviosismo empiezaba a correr entre el equipo de rescate.
Desesperados, los profesionales organizaron batidas nocturnas en coche, aplanando caminos para tener más posibilidades de encontrar su rastro; ampliaron el área de búsqueda hasta la zona quemada; montaron comederos en torno a la laguna para que no muera de hambre; se sirvieron de perros adiestrados para localizar el rastro de linces y de caballos para registrar densos matorrales; colocaron más cámaras trampa… pero no hubo respuesta.
Tras días sin rastro de Fran, se plantearon dos supuestos: «en el mejor de los casos el animal ha podido abandonar la zona sin ser detectado por las cámaras, por los rastros o por los oteadores. En el peor de los casos, Fran no se mueve de la laguna porque está herido o muerto», explica Galán.
Pero la gran noticia llegaba el 19 de julio, 25 días después de su forzosa puesta en libertad y cuando todo parecía apuntar a los peores presagios. El lince era localizado en Los Cabezudos, a 15 kilómetros del Acebuche, paradójicamente a escasos metros de las instalaciones del Infoca en esta zona. Fran se había ‘entregado’ justo a tiempo, pues como señala el guía de Doñana, «una semana más y el hambre lo hubiera enterrado entre las arenas y cenizas del Abalario».
Al final, la suerte le sonrió al lince Fran, quien, como resume José María Galán, «de forma simbólica, llegó a su destino final a modo de embajador de Doñana, como queriendo mostrar nuestro agradecimiento a quienes participaron en la extinción del gran incendio, el primero que nos puso a todos contra las cuerdas».