HBN. Las viejas cunetas de Valverde del Camino se han llenado este 14 de agosto de lágrimas y sentimientos, en el mismo lugar donde hace 80 años hubo sangre y dolor. Quedan los claveles depositados por la treintena de familiares del doctor Roncero, sus seis nietos, muchos biznietos y algunos tataranietos, quienes acompañados de sus parejas, han recordado la figura de este médico gaditano que durante más de un cuarto de siglo ejerció en Nerva una medicina social que no sentó bien a las nuevas autoridades franquistas. Todos se han reunido en el antiguo Puente Nuevo, el lugar donde la Guardia Civil lo apeó del coche de línea de Damas, junto a otros dos nervenses, para asesinarlos “en cumplimiento a órdenes verbales de la superioridad” y abandonarlos varios días hasta que sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común del cementerio de Valverde del Camino.
Primera parada para después dirigirse a Nerva, a la calle San Bartolomé dónde él vivía, de cuyo domicilio la madrugada del 14 de agosto de 1937 fue requerido por un guardia civil, paciente suyo, siendo la última noche que el doctor Roncero pasó en la población a la que había dedicado más de un cuarto de siglo de vida, fomentando una medicina social desconocida en la época y enfrentada al monopolio roto de la Rio Tinto Company Limited, La Compañía. La emoción ha estado presente en cada de una de las estaciones de este numeroso grupo familiar que –en muchos casos- ha conocido por primera vez la Villa minera y los puntos de donde la esposa e hija del doctor Roncero (ambas llamadas Wigberta) tuvieron que huir tras la guerra civil.
El doctor Roncero llegó a Nerva en los primeros años diez del pasado siglo, tras una breve estancia como médico en El Madroño (Sevilla), casándose con Rosario, la hija de otro doctor del pueblo, Leopoldo Domínguez, y con quien tuvo a su única hija, Wigberta. Muy pronto se integró en el mundo minero de la población, siendo que con el apoyo de sindicatos y partidos de izquierdas formó una mutua médica para que los obreros no tuvieran que depender del departamento médico de La Compañía. Posteriormente convenció a varios médicos gaditanos para que se integrasen en los servicios médicos de la cuenca minera. Introdujo elementos modernos, como los rayos X y otros aparatos vanguardistas para la medicina de la época y los puso al servicio de los más débiles. En los últimos tiempos creó el Centro de Higiene Rural, una especie de Hospital Local, que intentó extender a otros pueblos de la zona. No solo fue médico titular de Nerva, sino también dentista, siendo que sus puestos y actividad lo llevó a ser envidiado por otros médicos, lo que a la postre lo llevó a la muerte.
Su única hija (nacida en Nerva en 1915) al volver en 1986 a Nerva lo tenía claro: “No lo asesinaron por asuntos políticos, lo mataron por envidia”. El doctor Pedro Parreño lo denunció acusándolo de acaparar con la ayuda del poder local socialista los distintos puestos sanitarios que ocupaba. El 6 de agosto de 1937, cuando ya habían pasado los peores momentos de la represión inicial, que convirtió a la provincia de Huelva en uno de los puntos con mayores ajusticiados en la retaguardia, el general Queipo de Llano dictó un nuevo Bando de Guerra para perseguir a los huidos en las sierras onubenses. Casi 200 muertos en agosto por este motivo, según el historiador Espinosa Maestre.
Se había roto la falsa tranquilidad que se instaló en la provincia en los primeros meses de 1937 y los fusilamientos arbitrarios sin juicios volvieron a Huelva. La ley de Fugas se aplicó sin miramientos y el doctor Roncero la sufrió, “por orden verbal de la superioridad”. Al poco de su muerte se abriría el juicio donde quedaron claras las motivaciones del doctor Parreño. Lo acusa de ser el médico de los socialistas, de crear un Hospital de Sangre en el antiguo Convento, de presionar para comprar aparatos médicos, e incluso de llevarse comisiones por esas compras. Y decide, en octubre de 1936, de presentar la denuncia “para cortar de una vez para siempre la perniciosa actuación del doctor Roncero”.
No solo era el médico de los obreros, como dejó escrito la novelista Concha Espina en 1920, al inmortalizarlo en la novela El metal de los muertos, “inclinándose a la causa de los trabajadores bajo una porción de aficiones morales y desinteresadas. Era romántico y poeta”. Tanto que era amigo del poeta local José María Morón (Minero de Estrellas) y de Juan Ramón Jiménez, con quien se carteaba. Participaba activamente en las tertulias culturales, manteniendo también amistad con los pintores Vázquez Díaz y José María Labrador y con el músico Maestro Rojas, compositor del pasodoble Nerva. Su importante presencia en Nerva lo llevó a ser comisionado por el alcalde socialista para entregar pacíficamente el pueblo a las tropas franquistas que lo sitiaban. Días antes había evitado que los exaltados republicanos quemaran un retrato de Alfonso XIII, pintado por Vázquez Díaz con uniforme de ingeniero de minas y había protegido a algunos encarcelados, entre ellas el párroco Constantino Lancho, quien se desentendió a las llamadas desde el calabozo la noche del 14 de agosto de 1937 del doctor Roncero y su familia.
Ya en Valverde del Camino, minutos antes de ser fusilado, la mirada de un niño, José Olivares, se posó sobre aquel hombre esposado rodeado por dos guardias civiles, quien tuvo un hilo de esperanza al reconocer el coche de la familia Olivares: “Nos vio y se levantó de golpe como un resorte. Levantó sus manos esposadas y nos saludó, pero no nos detuvimos. Mi padre intuyó el final del doctor Roncero”. Cuando el juicio, a instancias del doctor Parreño se celebró posteriormente, las conclusiones fueron contundentes: “Es público y notorio en Huelva que el denunciado, el médico señor Roncero, había sido ejecutado recientemente (…) en cumplimiento de órdenes verbales de la superioridad”. Junto a él fueron fusilados Antonio Pérez Quinta y Manuel Morales Lancha, también de Nerva, lo queda según Wigberta Roncero, “los utilizaron para disimular lo que iban a hacer con mi padre. Lo mató la envidia y lo que me duele es que se pudo evitar”. Los seis hijos de Wigberta Roncero, sus nietos y biznietos han testimoniado el recuerdo del doctor Roncero con las flores que hoy reposan donde cayó la sangre de un hombre bueno y generoso.