A.R.E. Ana Isabel Millán Lagares es una joven de La Palma del Condado que, como muchos adolescentes, no sabía a qué dedicar su vida cuando cumplió la mayoría de edad. Ahora, a los 23 años, su situación ha cambiado. Parece que las circunstancias fueron construyendo un camino que la ha llevado a convertirse en una enóloga con mucho potencial y un futuro prometedor.
Anabel, como la llaman sus allegados, se crió en su pueblo rodeada de familiares y amigos. Durante su último año de instituto, que la joven califica de “relajado”, sus aspiraciones de futuro eran estudiar Bellas Artes o alguna rama de esta carrera, aunque en realidad no tenía muy claro su objetivo profesional.
Cuando recuerda aquel momento, Millán pone de relieve que “creo que es muy difícil que una persona con 16 o 17 años, que no es ni niño, ni es adulto, deba decidir a qué va a dedicarse el resto de su vida. Sin conocer mundo, alternativas, y sin saber qué hay más allá de 50 kilómetros a la redonda. Éste era mi principal lastre con 16 años y, en mi familia, eso era inconcebible”.
Y es que Anabel procede de una familia de arraigada tradición bodeguera, dedicada a estos menesteres desde los años 60. Fue su abuelo quien puso en marcha este negocio. Adquirió una finca donde construyó, por un lado, un lagar donde elaboraban vino del Condado y, por otro, una tonelería en la que fabricaban barricas y botas de madera para bodegas de casi toda España y países de la UE, siendo una de las más grandes y modernas del territorio nacional en su época.
“Todo esto no duró mucho tiempo, ya que a principios de los 80 una crisis a nivel europeo cayó sobre la demanda de barriles y toneles, posicionando en su lugar los depósitos de cemento y de poliéster”, explica Millán. La empresa cerró, pero su familia abrió otra de vinagres de altísima calidad, consiguiendo abastecer a clientes tan importantes como Ybarra o Nestlé y siendo pioneros del primer vinagre balsámico en España.
Más tarde fueron sus padres quienes pusieron en marcha un despacho de vinos y vinagres en el antiguo lagar de la familia, donde comercializan a nivel provincial productos de gran calidad y variedad. Así pues, con semejantes referentes de constancia y trabajo duro, en casa nadie entendía que la pequeña Ana Isabel no se dedicara a algo de provecho.
Ante semejante tesitura, y conocedores de los puntos débiles de su hija, los padres de Anabel le propusieron un plan que no pudo rechazar. “Me ofrecieron la oportunidad de irme a Madrid capital, sola, a una escuela de “no sé qué”, rodeada de todo lo que me gustaba (tiendas, sitios para salir, etc.). Me enamoré de la idea y me fui. Se puede decir que mis padres me chantajearon un poco, sin esperarse la repercusión en el futuro que aquello tendría”, explica la joven palmerina.
Cuando se marchó su estrategia era aguantar un mes y, pasado ese tiempo prudencial, buscarse algo para poder quedarse en Madrid. Pero resulta que el curso de ‘no sé qué’ era en concreto de enología y, para sorpresa de todos, a Millán le encantó. “El contacto con la naturaleza y a la vez con un universo tan sibarita como el que te encuentras en una cata de vinos, fue el contraste que me enganchó a este mundo. Sin saberlo, mis padres dieron en el clavo”, reconoce la onubense.
La escuela de Madrid disponía de residencia para estudiantes internos y en ella había viñas, olivares, bodega propia, molino de aceite, museo… todo lo necesario para convertir a la indecisa joven en toda una enóloga.
Tras finalizar los dos años de este curso de Formación Profesional (fue la tercera promoción del ciclo), se trasladó al Puerto de Santa María para continuar con los estudios de Técnico Superior de Vitivinicultura. En el municipio gaditano aprendió mucho sobre elaboraciones, enfermedades del vino, la viña, el campo, las catas, ensayos en laboratorio, normativa, gestión de calidad y, sobre todo, de vinos andaluces, tan distintos a los del resto del mundo y tan complejos.
Al finalizar sus estudios en Cádiz, Anabel regresó a La Palma del Condado, pues sentía la necesidad de estar de nuevo en casa, con su familia y amigos. Ya en su tierra, la joven encontró un empleo en una gestoría agrícola de Bollullos del Condado, donde trabaja asesorando sobre ayudas de viñedo, haciendo controles de campo, proyectos de sanidad, cuadernos de campo y asesorando al agricultor de viña y olivo. También, aunque más como un hobby, realiza pequeñas reuniones concertadas con amigos y conocidos, y ofrece catas de vinos y talleres de enoturismo.
Conocemos un poco mejor a la palmerina:
– Anabel, al principio estudiaste un poco ‘obligada’, pero luego la enología comenzó a ilusionarte, ¿por qué?
– Me emocionaba la idea de realizar algo que pudiera traducirse en la repercusión más exacta del esfuerzo que haces para lograrlo. Es decir, me gustaba la idea de que, si cuidas una viña, le pones dedicación y esfuerzo, sacarás una uva excepcional, y que con ella, si cuidas y estás pendiente de la elaboración y tienes ganas de que salga bien, consecuentemente a todo esto, conseguirás un vino excepcional. Al contrario y a la negativa, pasaría lo mismo.
– ¿Has conocido a alguien del sector que haya sido inspirador para ti?
– Más inspiración que la trayectoria de mi familia… Ojalá yo llegue donde ellos llegaron.
– Creo que no hay muchas enólogas en el Condado de Huelva, ¿no es así?
– Enólogas, la verdad que no conozco a ninguna… Personas que se dediquen a esto, pero sin estudiarlo, hay bastantes. Pero como en todo, no sabes nunca qué te va a deparar la vida o si vas a acabar ejerciendo de lo que estudiaste de joven.
– ¿Te sientes una mujer en un mundo de hombres? ¿Crees que eso está cambiando?
– Por supuesto que sí, esta profesión por desgracia está bajo el “techo de cristal” que obvia que las mujeres puedan ostentar altos cargos o cargos de mando por el único hecho de ser mujer, independientemente de sus logros, méritos, trayectoria, etc. Cada día son más las mujeres que se ven en este mundo, pero cuesta mucho introducirnos en él. Todavía no conozco ninguna bodega que lleve el nombre de una mujer, o enólogas que hagan vino y sea conocido. Si buscas en Google los mejores sumilleres de España, de unos 60 nombres, solo seis son femeninos.
– Como experta en vinos, ¿cuáles son tus favoritos y por qué?
– Sin duda me encantan los vinos jóvenes del año, ya sean blancos o tintos, que muestran su máxima expresión, mucha potencia y demuestran también son grandes vinos, sin la obligatoriedad de pesar por barrica. Odio el equivocado conocimiento de algunos, que dicen que los vinos con crianza o estancia en barrica son mejores vinos por ese simple hecho. Es totalmente falso. Si un vino es bueno, lo es desde su juventud. La barrica le ayuda, aporta complejidad, armonía… pero no lo hace mejor si de joven no lo era.
– Después de haber viajado y probado tantos, ¿cuál es tu valoración personal de los vinos onubenses?
– Huelva es una zona peculiar debido al clima tan cálido, a los suelos de arenas, barros, las labores culturales de campo y bodega son distintas y, por supuesto que tenemos grandes caldos: blancos, tintos, rosados, generosos, dulces… pero poco conocidos y eso debe cambiar. Si tenemos buenos productos, estemos orgullosos de ellos y démoslos a conocer, empezando por nosotros. Antes de pedir un ‘Rueda’ o un ‘Rioja’ en un bar, o en supermercado, pidamos un vino del Condado, que nos van a sorprender gratamente. Pero siempre queda más sibarita decir que con la carne pega un ‘Ribera’ y que con el pescado un ‘Rueda’ o un ‘Albariño’.
– Por último, ¿cuáles son tus planes?
– Pues tengo tantos planes que me gustaría hacer, que no sé en cuál debo centrarme. Lo que tengo claro es que en el mundo de la enología acabo de empezar, y que si algo no me sale tendré el plan B, C, D, E… ¡y ganas para intentarlos todos!
Gracias Anabel y mucha suerte.