Antonio J. Martínez Navarro. En los días iniciales de agosto de 1918, los munícipes onubenses, sagrados conservadores, po00r la tradición y la historia, de aquel hecho sublime de 1492, conmemoraban la fecha del 3 de Agosto. El Monasterio de Santa María de la Rábida recibía con orgullo el homenaje ideal de España y de los países hispanoamericanos que de él nacieron.
Aquél año, como era tradicional, los Lugares Colombinos, se hacían eco al entusiasta homenaje, y la mañana de ese día se ofrecía magnánima y luminosa.
La Marina española, en emocionada evocación de aquellos nautas de finales del siglo XV, auténticos lobos de mar, mostraba en la dársena huelveña la gentileza de los navíos enviados que ostentaban sus arboladuras empavesadas.
El magno Certamen Colombino se había desarrollado con inusitado boato y en los salones del Círculo Mercantil y Agrícola, adornados con banderas, guirnaldas y cartelas con inscripciones alusivas a la epopeya colombina, bellísimas y distinguidas damas y señoritas, con sus elegantes trajes daba a la viñeta un aspecto verdaderamente encantador.
Y la casi totalidad del pueblo onubense, había asistido al Paseo del Muelle en donde las rifas y los “cacharritos” de Potoño, los puestos de golosinas y de juguetería, instalados en el improvisado recinto, habían hecho su “agosto” en pleno agosto, un sitio cedido gentilmente al Ayuntamiento y por extensión al pueblo de Huelva, por un pequeño canon o arriendo anual.
“La Unión Ilustrada” de Málaga se hacía eco de aquella tragedia, sucedida en las Fiestas Colombinas, en su edición de agosto de 1918. En la primera de las fotos de Calle se observa “El salón de actos del Ayuntamiento convertido en capilla ardiente. Féretros con los restos de los tres niños muertos a consecuencia de la explosión de un mortero, durante la celebración de una vista de fuegos artificiales”. En la segunda instantánea el “Entierro de las víctimas dela explosión, al que concurrieron más de veinte mil personas. En círculos, los infortunados niños Rafael Martínez Torres y José Garcés del Castillo, muertos a consecuencia de las heridas que recibieron en la explosión”. Fototeca de Antonio José Martínez Navarro.
También había habido concierto en la plaza de las Monjas interpretado por la banda de infantería de Marina, que fue aplaudidísima.
En definitiva, las Fiestas Colombinas se deslizaban plácidas y tranquilas, sin el menor incidente. Sólo quedaban para completar el magnifico programa colombino, el fastuoso baile de sociedad (que se verificaría en el mencionado Círculo) y la exhibición de fuegos de artificios. Pero, estaba escrito que aquellas Fiestas Colombinas se convertirían en las más sangrientas de la historia al estallar una bomba de artificio de las llamadas “italianas” dentro del mortero de hierro que la contenía. Con la explosión, salieron violentamente despedidos muchos trozos de metralla que impactaron en los cuerpos de varias personas que estaban situadas cerca de lugar donde se debían desarrollar los fuegos artificiales. Pero, dejemos que nos cuente el trágico suceso el reportero del diario “La Provincia”, en su ejemplar fechado el 5 de agosto:
“… El hermoso paseo del Muelle se hallaba anoche, como en las anteriores, ocupado por un público numerosísimo que tranquilamente discurría.
En la confluencia del paseo que sigue la orilla del río con el paseo transversal que comienza en la plaza XII de Octubre, habían comenzado a quemar los castillos de fuegos artificiales.
De pronto una espantosa detonación produjo la alarma entre los que presenciaban la función de pirotecnia.
El espacio se llenó de humo, corriendo la gente atropelladamente.
Pasados los primeros momentos de pánico, el público reaccionó, acercándose al lugar de la explosión, en el que caídas en tierra había varias personas que se quejaban dolorosamente.
Lo ocurrido fue, que al disparar una bomba de artificio de las llamadas “italianas”, ésta, por causas que se ignoran, explotó dentro del mortero de hierro que se utiliza para dispararla.
Dicho mortero, reventó, y los trozos de hierro proyectados por la explosión alcanzaron a varias personas que se hallaban inmediatas.
Con la mayor premura, algunas personas recogieron a las víctimas de la explosión trasladándolas a la Casa de socorro.
Cuando llegaron a este benéfico establecimiento, habían dejado de existir los niños Rafael Martínez Torres, de ocho años de edad, hijo del conocido dentista don Baldomero y José Garcés del Castillo, de doce, que prestaba servicio como dependiente en la Camisería Inglesa.
Además había otros ocho heridos que con la urgencia que el caso requería, fueron asistidos por el personal de la Casa de socorro y otros señores facultativos que al enterarse de lo sucedido fueron al mencionado centro benéfico para ofrecer sus servicios.
A las cinco y media de la madrugada y después de penosa agonía, dejó de existir en la Casa de socorro el infortunado Manuel Moya Fernández.
Poco antes había estado viéndole su madre, desarrollándose una desgarradora escena…”.
Tan pronto como se tuvo conocimiento del trágico accidente, el presidente del Círculo Mercantil y Agrícola suspendió el baile de sociedad, y el alcalde accidental Sr. Garrido Perelló, dio orden de que se suspendiera el concierto y la velada que se estaba celebrando en el Paseo del Muelle.
La muerte de los tres pobres niños, sembró la consternación y el duelo, poniendo un trágico epílogo a aquellas Fiestas Colombinas de 1918.