Benito de la Morena. Recientemente impartí la conferencia de clausura del Curso 2016/17 de la Academia Iberoamericana de La Rábida, sobre un tema profundo y con el objetivo de “intentar reencontrarnos con el sentido de nuestra vida”, “reflexionar sobre nuestra existencia” y “reordenar nuestro pensamiento, mediante el conocimiento“, intentando ayudar a despertar nuestras conciencias, en un momento en el que el significado de la palabra “humanidad” está en entredicho, pues creo que plantearse la necesidad de impulsar una filosofía del comportamiento humano en la que prime la racionalidad, en la que el concepto de espíritu y de alma sea motivo de reflexión, donde la meditación ocupe también nuestras mentes y el conservacionismo medioambiental no sea ya una utopía, podrían servir como posibles soluciones de contraste ante los recientes episodios socio, políticos y económicos que están sumiendo al Planeta en una profunda crisis de identidad. Léase entre palabras, inmigración masiva, genocidios, corrupción, proselitismo, ambición desmesurada, guerras provocadas con fines comerciales, y un largo etc. que definen un comportamiento inexplicable de un ser, cuyo fin en la tierra pienso que debería ser distinto.
Estos comportamientos parecen propios de nuestra especie, debido a que venimos comportándonos así desde hace varios milenios, pero dudo que el objetivo real de nuestra existencia sea un comportamientos donde el odio y la ira, el instinto más irracional que todos llevamos dentro, prevalezcan ante la razón y el corazón, más bien es todo lo contrario, y pienso que intentando buscar ese eslabón que une las ciencias y las humanidades , podremos intentar comprender la magnitud de ese Ser Supremo a quien solemos llamar Dios. Un Dios creador del Universo que, bajo mi deformación científica, me deslumbra y apoca… y me induce a pensar que el ser humano debe aprender a mirar al Cielo, para comprender el papel que juega en todo este gran enigma universal y así llegar a entender que sólo somos energía en sintonía con el resto del Universo y que formamos parte de un complejo sistema conformado por múltiples formas de vida bilógica complementarias, en las que no se contempla el concepto de la “inmortalidad” física, pues los periodos de vida bilógica ya están claramente definidos y asumidos; el ser humano, con unos 85 años de vida media, ante un universo cuya existencia se estima entre 13 y 15 mil millones de años.
Poder reflexionar para intentar comprender y explicar los “misterios” de la existencia y la creación de un Universo, del que se desconoce casi todo, analizando las diferentes teorías que con enfoques matemáticos y de física cuántica tratan de encontrar una explicación a esta fantástica aventura que dio origen al Universo, y que se conoce como el Big Bang, es algo que nos debería hacer reorientar el sentido negativo de nuestra vida terrenal.
NO PODEMOS, NI DEBEMOS, SEGUIR MANTENIENDO LA PRESUNCION DE QUE ESTAMOS SOLOS EN EL UNIVERSO, tan sólo hay que mirar a ese espacio profundo que nos ofrece una noche estrellada y entender que ahí, en el firmamento, hay cientos de miles de cúmulos galácticos que podrían albergar cada uno más de un billón de estrellas, separadas cada una por distancias que pueden alcanzar entre los trescientos y los mil millones de años luz, donde existen miles de millones de estrellas y planetas, donde pudieran, perfectamente, haberse creado otras formas de vida, algo muy difícil de comprender por la limitada inteligencia de una mente humana que se desarrolla solo hasta los ochenta y cinco años de vida media y que algunos autores estiman en un uso efectivo de no más de siete por ciento, para los más avezados.
Hemos sido capaces de grandes progresos tecnológicos, entre ellos la puesta en órbita de la Estación Espacial Internacional, del gran telescopio Hubble, de enviar mensajes de nuestra existencia al espacio intergaláctico profundo, pero al mismo tiempo no somos capaces de aceptar y corregir la degradación del nuestras propias conciencias que, inapelablemente, nos llevará hacia la involución de nuestra propia especie.
Las diferentes religiones conocidas han querido siempre “apropiarse” de de Dios, pero la ciencia ha puesto un poco de orden en este dilema metafísico.
En nuestra cultura occidental, deberíamos recordar las iniciales hipótesis científicas sobre que la Tierra no era el Centro del Universo, impulsadas por Aristarco, 350 años a.C, que fueron silenciadas por el inmovilismo de la teoría geocentrista mantenida por Ptolomeo en el año 150 d.C, en un periodo convulso tras la caída del imperio de Roma y un cristianismo consolidándose y acorde con el pensamiento de la supremacía de un ser humano, creado por Dios a su imagen y semejanza.
Estas ideas se mantuvieron inmovilistas durante casi 1400 años, a pesar de las hipótesis de Copérnico, quien en 1543 impartió un carácter científico a especulaciones sobre el origen del universo y el sistema planetario, rechazando el concepto geocéntrista de Ptolomeo, y asignando un papel clave al Sol ubicándolo en el centro del sistema planetario, algo tan revolucionario para la época que tuvo que publicar su obra como una simple hipótesis, como medida precautoria. Pocos años después sería Galileo, quien tuviera que adjurar de su teoría heliocéntrica ante el tribunal de la santa Inquisición.
Pero la semilla estaba ya germinando y las aportaciones de Kepler, Newton y otros científicos de relevancia implantaron, con el peso de la razón científica, las hipótesis copernianas que daban cumplida explicación de los fenómenos terrestres y celestes, y ya con el respaldo de la jerarquía eclesiástica y en concreto del Papa Clemente VII.
Desde entonces, distinguidos científicos y filósofos como Tyco Brahe, Borg, Lambert, Einstein, Hoyle, Hubble, Carl Sagan, Stephen Hawking y otros, han propuesto variadas teorías científicas basadas en observaciones astronómicas con sofisticados equipos y firmes principios matemáticos.
Ha pasado un periodo suficientemente largo para que el razonamiento filosófico y pragmatismo científico se hayan ido aunado en una misma dirección, hacia un mismo pensamiento, que coinciden en decir que el Universo es un evidente ejemplo de la Gloriosa inmensidad de la Creación, al margen de a quien atribuyamos esta gran obra.
Por todo ello, deseo pensar que la observación de los cielos, por el ser humano, seguirá siendo objeto de admiración y de estudio, de reflexión y pensamiento hacia el origen de nuestra existencia, y anhelo que mantengamos una mano tendida a la solidaridad para y por la evolución y la mejora de nuestra especie, dando así el significado que merece la palabra HUMANIDAD.