Antonio José Martínez Navarro. Las oficinas de Correos (con sus dos leones-buzón) continuaron allí hasta 1935, después, en parte, Guillermo Martín, Tintorería “Larios” y Pagaduría Militar. Por cierto en los altos del mencionado Correos y frente a la Sección de Certificados, Giros postales y venta de sellos, tenía su consulta el doctor don Alonso Bobo, prestigioso otorrinolaringólogo.
Le seguía la casa del altillo. En su bajo y parte posterior estuvo la Casa de Curtidos de Ulpiano Rubio (sustituido por Mantequería “Rubio”); en los altos estaban ubicados los despachos de la Agencia de Seguros “El Fénix”.
La siguiente casa se construyó allá por los años treinta e instalaron en ella una fabricación de Helados y Polos y posteriormente se instaló la Exposición de Casa Ajuria y después las oficinas del Instituto Nacional de Previsión. En la parte superior residía la familia Saavedra, propietaria del inmueble.
En la esquina que hasta principios de los años noventa ocupó la “Meca de los Pantalones”, hace muchos años hubo una casa de electricidad. Después, se instaló el Bar “Primero” y más tarde conocí el célebre Bar “Sanlúcar”, de doña Rosa, punto de reunión de los buenos catadores de manzanilla sanluqueña, con sus riquísimas tapas de caracoles y que desapareció para dar paso a la Gran Vía. Conozcamos el fin que tuvo este célebre bar (Comisiones Permanentes del día 29 de abril de 1942):
<<…Se acordó conceder a doña Rosa Rodríguez Vidal la cantidad de dos mil pesetas en concepto de indemnización del traslado forzoso de la industria que tenía establecida en la casa número uno de la Plaza de José Antonio, afectada por las obras de apertura de una calle entre la indicada Plaza y la Alameda Sundheim…>>.
En los altos vivió durante muchos años la familia del doctor Tercero.
Al lado, seguía la Farmacia de don Pedro Garrido Perelló. Arriba tenía su consulta el médico don José Luis Merelló, aunque antes, se me olvidaba, estuvo la conocida familia Oliveira. A renglón seguido, conocí las oficinas de la Empresa “Aguas de Huelva”, S. A., ya comentado en mi anterior repaso, después Confitería de Galera, hombre simpático y ocurrente.
Poco después existían unas casas, derribada con motivo del “desanche” (Gran Vía) como familiarmente le decía el vulgo, y antes de la construcción del actual edificio estuvo la segunda instalación del Cinema Park. Por último, la vivienda del doctor Eduardo Vázquez Casanova y la primera ubicación de Casa Rosa o bar “Sanlúcar” que hemos comentado.
De esta época recuerdo con simpatía el ambiente festivo que me embargaba en tiempos dedicados al dios de la carátula. Los puestos instalados en mi misma Plaza vendían grandes sacos de papelillos que, tras ser arrojados con regocijo, se convertían en un espeso manto que me embellecía aún más si cabe.
A mí me encanta acercarme al Archivo Municipal y allí leo que en la sesión municipal del 31 de julio de 1914, “Se aprueba una cuenta de pesetas 519, 30 céntimos por pintura de bancos, jaulas y barandas de los jardines de la plaza de las Monjas…”.
En 1943 me llevé una gran alegría cuando levantaron una fuente a la que la vox populi, encabezada por Francisco Jiménez “El Duende de la Placeta”, luego llamaron Fuente Magna. Y que dio un gran frescor a una parte de mi cuerpo en los trece años que estuvo. En 1956 empecé a sospechar que ésta tendría que hacer oposiciones a una nueva “colocación”. Ello fue debido a los continuos comentarios aparecidos en la prensa local que llevaban la firma del mencionado periodista.
Raro era el año en que dos o tres marchosos no se remojaban en el pilón y estampaban un par de besos a sus simpáticos delfines. Cómo me desternillé de risa cuando le dieron un chapuzón al novillero bufo “El Lolo”, que era un chufleta. Una tarde, para volverlo loco, lo sacaron de cachondeo a hombros de la plaza de toros de la Merced y al llegar a esta fuente lo tiraron al agua. Cuántas más imprecaciones salían de su boca más me reía. Por cierto, a estos delfines el populo lo identificó con dos conocidos personajes onubenses de la época. Gracia que hay en mi tierra. ¡Tiempos aquellos!
El día de su desmonte fue una jornada triste para mí.
En los años ochenta y noventa del siglo pasado esperaba que los chicos de aquella Asociación que lideraba Martínez Navarro… ¿Cómo se llamaba? ¡Ah, sí, Adepah, consiguieran levantarla de nuevo, ya que la Fuente Magna entusiasmó a indígenas y foráneos, aunque también tuvo muchos detractores, pero no les fue posible..
En este punto mi alma se siente poeta y le canto a mis recuerdos enamorados:
¡Fuente Magna, demolida y no enterrada!
Esperas un día tu resurrección
Y que al igual que a Lázaro te digan:
“Cobra vida, levántate y anda”
Bueno, a lo que íbamos. En los años cuarenta, en el lateral que hoy ocupa la entrada de la Gran Vía, entrando por la calle Vázquez López, seguía encontrándose la Farmacia, que luego se trasladó a su actual emplazamiento, encima, estaba el Gobierno Civil. Le seguía el popular cinema Park, propiedad de la familia Balarí, donde en verano se proyectaban las películas de moda de aquel entonces, por un precio bajo y con gran aceptación. Por mí se canalizaban la multitud que salía de ese conocido local y luego, poco a poco, iba dispersándose por las calles adyacentes, volviéndome de nuevo la calma y la tranquilidad.
El Cinema Park fue utilizado mayormente para cinematógrafo, pero también se daban temporadas de teatro y bailes. En invierno, la terraza se empleaba para la práctica del patinaje, pista de baile y concursos de cualquier eventualidad, como uno de “Yo-yo, que por cierto ganó Fernando Vargas Tasero, empleado del Excmo. Ayuntamiento de Huelva. Algún que otro domingo, por la tarde, se daban veladas de boxeo.
El Cinema Park tenía un servicio de ambigú con mesas en la misma sala de proyección, regentado por Lázaro Páez, que también tuvo el del Gran Teatro, en su primera fase histórica.
En la esquina, con dirección a la calle Méndez Núñez, había un caserío, muy antiguo, que fue derribado para levantar el que fuera Banco de España y que merece unos renglones.
Sobre él, algunos eruditos han dicho existía una leyenda derivada de un idilio y ocurrida a finales del siglo XIX. Más tarde limpia de fantasmas, leyendas, nimbos poéticos y aromas de amores, constituyó el Banco de España, que desde 1937 entró con pase de favor en la historia de Huelva hasta que el euro desbancó a la peseta y, al poco tiempo de ocurrir este hecho, cesó en su actividad. Por cierto, gracias a mi buena memoria, recuerdo que constaba el caserón de planta baja y primer piso y era su propietario el terrateniente Francisco Jiménez, dedicado a la noble actividad de la agricultura. Junto a éste y ocupando el resto de lo que fue Banco de España, estaba un zapatero, que también era músico, y que no recuerdo su nombre, que eso sería rizar el rizo. Aunque creo que entre miles y miles, no ya de legos cultos, sino de graves eruditos de la Historia de esta ciudad, ni una docena sabrían decírmelo.
Estos años fueron bonitos para mí. Momentos emocionantes eran cuando en Semana Santa las cofradías desfilaban por mi parte central, reinaba un profundo silencio algunos minutos. Me entraba escalofríos ante la visión de Jesucristo crucificado.
En las proximidades de la celebración del Rocío también me animaban cuando se llenaba de chiquillería ataviada con el traje de faralaes, que con el acompañamiento del tamboril no cesaban de bailar las típicas sevillanas, o cuando los domingos durante el invierno, al mediodía, y en el verano, los jueves por la tarde, la Banda Municipal de Música daba conciertos instalada en el antiguo y artístico templete. ¡Ah! debajo de este templete y para las urgencias corporales, existían dos retretes, uno para cada sexo, con su letrero encima que indicaba si era de hombre o de mujer, éste último atendido por la señora Rosario, que vivía en la calle Berdigón. A este templete y sus servicios la gente graciosa le puso el remoquete de “El Palacio de los Pitos”, ya que había “pitos” por arriba y “pitos” por abajo.
El nombre oficial de este “Palacio” era el de evacuatorio. Así, en las Comisiones Permanentes del día 19 de noviembre de 1941 se acordó tener por vistas sin reparo alguno que oponer la siguiente cuenta;
<<…Otra de ciento cinco pesetas de servicios prestados en el evacuatorio…>>.
Y no digamos cuando a finales del siglo XIX e iniciales del XX se celebraba sobre mi piel la típica verbena de la Plaza de las Monjas. Me iluminaban a la veneciana dejándome más guapo que a un San Luis. Y hasta mi llegaban la banda de música y la Estudiantina Onubense que interpretaban bellas melodías de nueve a once de la mañana.
Sobre este “Palacio” mi dilecto hijo, Francisco Jiménez, “Duende de la Placeta” escribió en la prensa local, en su “Perfil de la Ciudad”, el día 9 de diciembre de 1944, lo siguiente:
<<Los sótanos del kiosco de la Música en la Plaza de las Monjas están acondicionados para el mejor cumplimiento de ciertas funciones catalogadas por los doctos como de imperiosa necesidad. No somos nosotros partidarios de glosar estos temas que hay que dar vueltas y más vueltas para decir lo que se quiere sin detrimento del limpio lenguaje que sacrificamos en esta sección, enseñanza y recreo de espíritus cultivados y tal y cual.
Sin embargo, nos vemos obligados nuevamente a ocuparnos del asunto. Huelva es una ciudad en la que todos o casi todos los bares están situados en el centro. Los bares, ya es sabido que sirven para formar cerveza y también, en caso de apuro, para escanciarla. No teniendo pues a mano el socorrido servicio de estos establecimientos públicos, la gente se ve obligada a utilizar para su uso propio el procedimiento de los sones, tan amigos del hombre, y de quienes tanto tenemos que aprender.
Dicho está que las vallas y rincones propicios sirven a las mil maravillas para consulta y desahogo de sapientísimos varones.
Y así, luego de este exordio tan complicado, entramos de lleno en la cuestión. ¿Cómo no se procura que los sótanos del kiosco de la música estén mejor atendidos, pues que llenan una necesidad que atañe por igual a todos los vecinos de una ciudad ilustre? ¿Es justo que el único lugar decente con que contamos para esto y lo de más allá presente tan sucio y lamentable espacio?
Las gradas de San Pedro o el ensanche de la calle Vázquez López frente al Gran Teatro ofrecen al viandante más amable acogida para sus acuciantes y biológicos deseos. No estaría mal que se habilitara conforme a uso y razón algún que otro consultorio público. Y sobre todo el único que hay exclusivamente en lugar céntrico como la Plaza de las Monjas, debe higienizarse sin más demora>>.
Quioscos. No estaría completa mi historia si no hablara de mis entrañables quioscos. Hubo cuatro aunque con diferentes dueños cada uno de ellos.
En el vértice de los que durante décadas fue Nuevas Galerías estuvo el quiosco de “El Tío del Paquetito”. Posteriormente, lo regentó su viuda, cariñosamente conocida como “La Rubia” por el color de su pelo.
Por mis idóneas condiciones poco a poco me fui convirtiendo en el rincón ideal para los conversadores ingeniosos. Así, en el quiosco de Arjona, vértice de la Farmacia de Pedro Garrido Perelló, estuvo la célebre tertulia “La Palmera”. Los tertulianos, no serán muchos, pero tan escogidos, que aunque pocos, abrazaban juntos todas las ramas de las letras. Mencionamos entre ellos a Manuel Siurot, pedagogo insigne y escritor brillante; a Adrián García Age, al industrial Florentino Azqueta, el citado farmacéutico Garrido Perelló, a Claudio Saavedra, agricultor y ganadero, a Nicolás Vázquez de la Corte, al doctor José Luis Merelló y a Antonio Mora y Claros. Propietario de este quiosco fue el popular Ramón, dueño de la célebre Cervecería “Viena”.
Otro grupo de mágicos charlatanes era el que se reunía a diario en el quiosco-bar que existía en el rincón que ocuparon los almacenes Simago. Era la llamada “Tertulia del Recreativo”. Destacaban en ella Jerónimo Rodríguez, presidente del Club Decano, Basilio Marquínez, armador de buques y excelente deportista, y Manuel Marín, procurador.
Posteriormente al año 1950, en el rincón de que fuera Banco de España, estuvo el llamado “Puesto de Manuel”.
Anécdotas. Ahora, amigos míos, voy a comentar algunas anécdotas que ocurrieron en mi Plaza y que sería imperdonable omitirlas:
Al lado de la panadería de Restituto Santos existía una accesoria destinada a platería y relojería cuyo propietario era Manuel Mora Carrasco. Una tarde la dejó sin cerrar, por olvido, y cuando volvió por la mañana estaba, ante su asombro, intacta y tal como la dejó.
En el templete que existía en mi plaza (anterior al que levantara en los años ochenta el arquitecto Alfonso Martínez Chacón) fueron agasajados los tripulantes del hidroavión “Plus Ultra”, Franco, Rada, Durán y Ruiz de Alda, a la vuelta de su viaje a Buenos Aires. Al mecánico Rada le regalaron un automóvil marca “Hispano-Suiza” y, por suscripción popular, un martillo de oro.
Este viaje tuvo repercusión en todo el mundo y sirvió de base para que Lindbergh, el aviador norteamericano, cruzara, primero el Atlántico y más tarde diera la vuelta al mundo.
Los sábados por la mañana y en la puerta del Cinema “Park”, se estacionaba José Saavedra Navarro para dar limosna a una interminable cola de mendigos. Ésta consistía en una “perra gorda” (moneda de diez céntimos) que les permitía que cada uno se comprara un bollo y se untara el mismo con manteca, por lo menos.
Todavía recuerdo un hecho que me causó gran hilaridad y que, como anécdota curiosa, voy a tratar de comentar: una criada se acercó a mí para depositar una carta en uno de los buzones con cabeza de león, que había en la Administración de Correos. Este hecho lo presenciaron varios conductores, bastante marchosos por cierto, que decidieron reírse a su costa. Así, cuando la vieron, tras realizar la operación que le había hecho encaminar sus pasos hasta allí, le preguntaron con la mayor seriedad del mundo: ¿Ha dicho usted el destino de la carta? “No”, respondió la simple, que tornó sus pasos y gritó al estar cerca del buzón: ¡esta carta va a Barcelona…! Nuevamente la abordaron preguntándole: ¿ha tenido contestación?. “No”, contestó la empleada del hogar, que dirigiéndose de nuevo al buzón entonó una interminable letanía de ¡esta carta va para Barcelona…! Esperando una contestación que distaba mucho de llegar. Los cocheros pasaron unas horas de juerga, que me contagiaron, y que se repetía cada vez que contaba a alguien el lance.
En 1935 me quedé atónita cuando, con motivo de la celebración de las Fiestas Colombinas, tuve la ocasión de presenciar la actuación de un “hombre mosca” que subió por la fachada de la vivienda situada donde estuvo durante muchos años la sucursal de Almacenes “Arcos”, y hasta su azotea. Los atronadores aplausos en su honor me volvieron en mí.
En algunas Fiestas Colombinas se celebraron solemnísimas misas de campaña en mi plaza.
El día 12 de octubre de 1938 tuvo lugar en mi plaza el homenaje popular que nuestra ciudad rindió al general García Escamez, al que se le hizo entrega del fajín que se le regaló por suscripción.
Con el fin de que se llevase a efecto la ampliación interior de la ciudad que daría lugar a la Gran Vía, en el diario “Odiel” del día 23 de enero de 1940 se publicaba “El concurso de derribo para la casa número 8 de la Plaza de José Antonio Primo de Rivera, Plaza de las Monjas, os aclaro, queridísimos lectores- y aprovechamiento de los materiales resultantes”.
En las Comisiones Permanentes Municipales del día 25 de septiembre de 1940 se adquiere una casa para ensanche en la Plaza de José Antonio:
<<…Otra de mil quinientas sesenta pesetas con noventa y cinco céntimos de derechos notariales por compra de casa para ensanche en la Plaza de José Antonio……>>
En los inicios del año 1941 se pintaron las jaulas de los árboles plantados en la Plaza de las Monjas y se adquirieron naranjos, ya citados (Comisiones Permanentes del día 5 de febrero de la citada datación:
<<…El Sr. Díaz Castro interesó se pinten las jaulas de los árboles plantados en la plaza de José Antonio y que se construyan unas jaulas para la plantación que se está haciendo en diversas vías, y que se decida donde han de plantar más naranjos de los adquiridos últimamente; autorizándose al Sr. Arquitecto y Sr. Delegado de Servicio para señalar los lugares donde han de plantarse dichos naranjos…>>.
La aprobación del proyecto de apertura de la vía que conectaría a la plaza de las Monjas y Alameda Sundheim (aunque años más tarde a un pequeño espacio entre ambas se le denominaría Plaza del Punto) se daría, según las Comisiones Permanentes, el día 2 de octubre de 1940:
<<…Proyecto apertura vía plaza José Antonio-Alameda Sundheim Aprobación. Visto informe del Sr. Arquitecto Municipal a oficio del Excmo. Sr. Gobernador Civil trasladando resolución del Excmo. Subsecretario de la Gobernación, por la que se aprueba proyecto de reforma interior de una calle de unión de la plaza de José Antonio con Alameda Sundheim haciendo, no obstante determinadas recomendaciones que deberán ser tenidas en cuenta por la Corporación, se acordó devolverlo a dicho funcionario municipal para que amplíe su informe el cual deberá abarcar cuantos extremos contiene dicha resolución