A.R.E. Aunque tenemos la sensación de que los procesos de descolonización españoles ocurrieron hace siglos, la realidad es que hace menos de 50 años nuestro país gestionaba varios territorios más allá de nuestras actuales fronteras. Uno de ellos era el conocido como África Occidental Española, un grupo de colonias situadas al oeste del continente africano que agrupaba los territorios de Sidi-Ifni, Cabo Jury y Saguía el Hamra y Río de Oro o Sahara Español, los cuales fueron cedidos por Mohammed IV, sultán de Marruecos, a España en 1860.
Años más tarde, con la independencia de Marruecos en 1956, Mohammed V, hijo del anterior sultán, empezó a promover la expulsión de los españoles de los territorios africanos, desembocando aquella hostilidad en un enfrentamiento por todos conocido, el de Sidi-Ifni.
En este punto enganchamos con la actualidad y con nuestra tierra, pues el pasado 15 de diciembre, el onubense Isaías Carrasco Martín recibía en Huelva, a sus 80 años, un merecido homenaje por parte de la Subdelegación de Defensa por ser un superviviente de esta guerra de Sidi-Ifni, un conflicto que retiene con cristalina claridad en su memoria a pesar de que han transcurrido ya casi 59 años. Lo que vio en aquellos días sigue bien vivo en su recuerdo, como los nombres de sus compañeros de fatigas: el teniente Antonio Ortiz de Zárate, José Vilaplá, el también onubense Manuel Rodríguez Matamoros… todos fallecidos en combate.
La verdad es que Isaías nunca tuvo una vida fácil. Natural de El Campillo, huérfano de padre a causa de la Guerra Civil, a los seis años su madre lo metió interno en el colegio que Auxilio Social tenía en Nerva. Allí pasó cuatros años y luego otros tres, también interno, en el colegio Don Hugo de Huelva. «A los 13 me salí porque no me gustaban las directrices del centro y me fui a vivir a Marigenta, una aldea de Zalamea la Real, con una hermana de mi madre. Ella se vio obligada a marcharse a servir a Sevilla y Barcelona y dejó a mi hermana con otra tía nuestra de Jerez y a mi hermano conmigo», recuerda el campillero.
Cuando alcanzó la mayoría de edad, se trasladó a Barcelona con su madre, pero aquel modo de vida no le convencía y tomó una decisión que más tarde lo llevaría a África: entrar de manera voluntaria en el Ejército. Por entonces, en 1956, se acababa de crear en Alcalá de Henares una nueva unidad, la Segunda Bandera Paracaidista ‘Roger de Lauria’ e Isaías, que no padecía de mal de altura, quiso entrar en ella. Como él mismo relata, «la gente admiraba mucho a esta unidad y tenía un uniforme precioso. Yo hice mis pruebas y las saqué, cosa que no todos lograron. Éramos 156 personas apuntadas y quedamos 148 porque algunos se rajaron y no saltaron«.
Durante tres meses, Carrasco y sus compañeros realizaron un curso en la Escuela Militar de Paracaidismo Méndez Parada, que se encuentra en la base aérea de Alcantarilla, en Murcia. Fueron la octava promoción del centro, conformando sus alumnos al salir, junto a otros de los dos cursos anteriores, la 7ª compañía de la Segunda Bandera. «Todos teníamos entre 19 y 21 años, éramos la flor y nata de España entonces», afirma el onubense con añoranza.
Al poco de salir de la Escuela y regresar a Alcalá de Henares, a Isaías le comunicaron que se los llevaban de campaña a Sidi-Ifni, «a fortalecernos, a hacernos hombres», como se decía entonces. Se cambiarían con la Primera Bandera, aunque el relevo no fue nada sencillo. La primera traba era llegar a África, ya que desembarcar directamente en la zona era imposible. «Después de 15 días en barco alcanzamos Las Palmas de Gran Canaria y de ahí nos trasladaron en avión a Sifi-Ifni. Llegamos en febrero de 1957«, afirma Carrasco.
Por entonces, quedaban un par de meses para que estallaran las manifestaciones contra el dominio español, aunque en ningún momento los militares estuvieron a salvo. A este respecto, el campillero relata: «el día que cumplí 21 años, el 8 de mayo, un avión que traía refuerzos se estrelló y murieron algunos compañeros. También el 1 de junio se ahogaron varios de la octava y novena compañía tras hacer gimnasia. No podíamos salir solos a la capital, había que ir de tres en tres porque temíamos que nos atacaran…. ¡hasta que nos atacaron de verdad!«.
Cuando empezaron los disturbios, ya en el mes de abril, Isaías fue destino a la frontera de Casablanca con un grupo, donde reconoce que descansaban de día para, por la noche, ir «de montaña en montaña» y que los asaltantes no les cogieran por sorpresa.
Así transcurrieron las semanas hasta que llegó el 22 de noviembre, día en que los marroquíes tenían todo preparado para atacar Sidi-Ifni. «Un nativo dio la voz de alarma y gracias a él no nos pillaron desprevenidos», afirma Carrasco, y continúa: «nos dijo que por la noche iban a rodear la capital de Ifni, así que aguantamos hasta que a las seis de la mañana nos atacaron. Recuerdo que murió un chico de Jaén». Más de 2.000 hombres protagonizaron este asalto, que fue rechazado por los militares españoles, aunque varios puestos avanzados se perdieron y tres quedaron asediados por los marroquíes: Tiliuin, Tagragra y Telata o T´Zelata.
Precisamente a este último, que estaba siendo atacado, la compañía de Carrasco, es decir, la 7ª compañía de la Segunda Bandera paracaidista, envió una sección de apoyo bajo el mando del teniente Antonio Ortiz de Zárate, con la que se desplazó el onubense. El puesto de Telata estaba a unos 20-25 kilómetros de Sidi-Ifni y el cometido de esta sección era rescatar a quienes estaban allí resistiendo… pero su misión fue imposible y casi suicida.
Carrasco recuerda perfectamente cómo ocurrió todo: «salimos el 23 de noviembre a las 17.00 horas y se nos hizo de noche, así que tuvimos que parar. A la mañana siguiente seguimos, pero la carretera estaba cortada con zanjas y piedras que habían puesto los marroquíes y los camiones no podía pasar. Entonces abrieron fuego contra nosotros. El teniente nos dijo que subiéramos a una colina y nos hiciéramos fuertes en el monte. Nos avisó ‘No os asustéis de lo que vais a ver!’. Cuando alcanzamos la zona más alta, tres compañeros habían muerto, entre ellos uno de Huelva que se llamaba Manuel Rodríguez Matamoros«.
Fue un penoso momento que se alargó 11 días… Asediados en la montaña por los nativos, se defendieron con uñas y dientes esperando refuerzos. El agua de las cantimploras se les acabó enseguida, buscando un sustituto del líquido elemento en las chumberas, que les causó después terribles problemas de estómago. «Las vendas que llevábamos las utilizamos para poner en el suelo mensajes de SOS para que los aviones los vieran. Algunos pasaron y nos tirarnos garrafas con paracaídas, pero se iban con el aire y era imposible cogerlas», explica Carrasco.
El 26 de noviembre alcanzaron al teniente Ortiz de Zárate y también a un compañero del campillero llamado José Vilaplá, muriendo ambos. A Isaías también le tocó el turno. Dos días más tarde una bala le impactaba en un brazo, agravando aún más aquella terrible situación para el joven onubense.
Por fortuna, el 2 de diciembre llegaron los refuerzos, miembros de la 6ª Bandera de la Legión y un grupo de tiradores de Ifni rompieron el cerco en torno a los asediados soldados y los sacaron de allí. Del grupo de Carrasco, formado por 34 personas, seis cayeron en el campo de batalla y casi una decena, como él, resultaron heridos.
«Nos montaron en camiones y nos llevaron a la capital de Ifni, donde ingresé en el hospital. Luego, como aquello se fue llenando, me trasladaron al de Las Palmas y, finalmente, al de Barcelona. Estuve 80 días ingresado«, explica Isaías, a quien afortunadamente no le quedaron secuelas. Pero no conforme con lo que ya había pasado, cuando le dieron el alta eligió regresar de nuevo junto a su compañía de la Segunda Bandera a África, porque no quería dejarlos solos en aquella guerra.
En abril de 1958, cuando terminó el asedio y volvió la calma, el onubense retornó a España tras 14 meses en África y siendo muy consciente de que había contribuido a escribir una de las páginas de la historia de su país. Su labor fue recompensada con un ascenso a soldado de primera y la concesión colectiva de la Cruz al Mérito Militar.
Carrasco se quedó en Alcalá de Henares un año más y luego decidió abandonar el Ejército. Se marchó a Barcelona y se echó una novia de Riotinto, con la que lleva 56 años casado, y a la que le unen tres hijos. Durante medio siglo la capital catalana fue su lugar de residencia, allí entró a trabajar en la fábrica de Seat, aunque luego montó su propio negocio, un kiosko de prensa en la Gran Vía, frente al Hotel Ritz. Cuando se jubiló en 2002, vendió el negocio y, debido en gran parte a los problemas de salud de su mujer, se volvió a Huelva, donde la pareja había comprado hacía tiempo una casa en la aldea zalameña en la que Isaías había vivido de joven.
A pesar de hacer una vida normal tras salir del Ejército, el onubense, que confiesa que alguna vez se ha arrepentido de aquella decisión, siguió vinculado al mundo militar a través de las asociaciones de veteranos de Cataluña, en el seno de las cuales ha acudido a numerosas iniciativas a lo largo de los años, como al homenaje que le hicieron a la Segunda Bandera Paracaidista con motivo de su 50 aniversario en la Escuela de Alcantarilla.
Asimismo, una de las principales reclamaciones de Carrasco, y del colectivo al que pertenece, es que las autoridades reconozcan que aquel conflicto en el África Occidental Española en el que murieron muchos militares fue una guerra y, por tanto, se les concedan a sus veteranos los privilegios oportunos.
En cualquier caso, el homenaje que Defensa le rindió en diciembre fue muy bien recibido por Isaías, quien mostró su enorme agradecimiento por el mismo. Y es que bien está reconocer el valor y el compañerismo que demostró este onubense durante aquel conflicto, durante aquella guerra olvidada de la que aún quedan algunos héroes con vida.