A.R.E. Si se aventuran a descubrir la Sierra de Aracena y pasan por la localidad de Aroche, avistarán en su zona más alta, a más de 400 metros de altura, su impresionante castillo, una fortaleza con varios siglos de historia que, muy probablemente, no habría llegado hasta nuestros días si no fuera por la decisión que tomaron los ciudadanos de este pueblo onubense de convertirla en 1802 en una plaza de toros.
Aunque este tipo de festejos no convenzan a todos, es innegable que la reforma del edificio y su cambio de uso fue su tabla de salvación, y además lo que ha convertido a esta construcción fortificada en un lugar único, prácticamente en el mundo, pues sí existen castillos que albergan cosos taurinos en su interior, pero ninguno en el que el ruedo ocupe la totalidad del patio de armas.
Más allá de esta curiosidad, la fortaleza de Aroche habla de la vida constante que ha tenido esta zona, cuya orografía y posicionamiento estratégico han hecho que los poblamientos se sucedieran en la misma desde hace siglos. Vamos a hacer un repaso por la historia de esta construcción de la mano de Nieves Medina, arqueóloga municipal de la localidad onubense.
Para empezar, entre el siglo V a.C. y el año 50 a.C. en el cerro donde se erige el castillo se ha verificado la existencia de un asentamiento correspondiente, en un primer momento, a la Beturia Céltica y, posteriormente, a la Roma republicana. De hecho, las últimas investigaciones realizadas en colaboración por la Universidad de Huelva y el Ayuntamiento de Aroche ponen de manifiesto que la ciudad romana de Arucci Turóbriga se formó gracias al aporte poblacional de dos asentamientos previos: uno del Valle del Chanza, probablemente Solana del Torrejón, cuyo nombre sería Turóbriga y otro el situado justo donde ahora se encuentra la fortaleza arochera y que se denominaría Arucci. «Estos pueblos celtas decidieron abandonar su ubicación y mudarse a la nueva ciudad que Roma estaba construyendo en San Mamés, a la que bautizaron en deferencia a las dos anteriores como Arucci Turóbriga», explica Medina.
Así pues, con el paso de los siglos la situación política se irá complicando y eso provocará que la población regrese al cerro en busca de mayor seguridad. En este sentido, en la entrada de Aroche se han encontrado restos de un asentamiento califal de finales del siglo X, principios del XI, el cual será abandonado, al igual que antes lo había sido de manera progresiva Arucci Turóbriga, cuando a finales del siglo XI se empiece a construir el castillo arocheno. Como explica Nieves Medina, «los conflictos entre reinos taifas harán que los ciudadanos regresen a zonas elevadas para defenderse mejor. Se produce de nuevo un traslado de población, esta vez del Llano de la Torre al cerro, y se inicia la construcción de la fortaleza. Para ello reutilizarán materiales romanos, un hecho que posteriormente confundió a los eruditos locales».
Y es que durante muchos años ha existido la creencia, promovida por historiadores y cronistas de la zona, de que la fortaleza se había edificado sobre las ruinas de un anfiteatro romano, llegando incluso a afirmar que un portugués había encontrado los pasadizos por los que las fieras llegaban al interior del espacio. Nada más lejos de la realidad, pues las inscripciones, lápidas, piedras y demás piezas romanas halladas -incluso una de las puertas de acceso, la de la Reina, se asienta sobre dos sillares romanos- procederían de Arucci Turóbriga.
A inicios del siglo XII comienza la construcción del castillo, de origen almohade, llevada a cabo con tierra apisonada o tapial. El edificio se levantó siguiendo el modelo típico de las fortalezas islámicas de la provincia onubense, así posee una planta rectangular, con diez torres, también de base rectangular o cuadrada, cuatro de ellas en las esquinas y el resto entre los lienzos de muralla.
De su primera fase de construcción se conserva una puerta, la Puerta de la Reina, en la zona sur, compuesta por un arco de herradura enmarcado en un alfiz, y que fue recuperada en el año 2007, cuando se realizó la última restauración. Asimismo, en el plano más antiguo que se conserva del castillo, de 1735, y correspondiente a un informe del Comisionado Extraordinario Joseph Díaz Infante, aparece la existencia de otra puerta, hoy desaparecida, un acceso en recodo a través de la torre sureste. Finalmente, en la actualidad también se puede acceder por otra entrada, que da directamente al coso taurino, y que data del siglo XVIII.
En el siglo XII, la presencia del castillo dio lugar a que el núcleo de población comenzara a crecer en círculos concéntricos, levantando casas que ocuparon todo el cerro a su alrededor.
En torno a 1250, con la Reconquista cristiana, ven oportuno reforzar la fortaleza islámica por considerar débil el tapial con el que estaba hecha. Así llevaron a cabo la introducción de piedras en los muros para darles mayor consistencia, técnica conocida como aparejo toledano.
En 1250 la Orden del Hospital de San Juan, con el militar Alfonso Pérez Fariña a la cabeza, conquista la localidad de Aroche y cede su castillo al monarca portugués Alfonso III. Aquel gesto provocará un conflicto entre el rey luso y el español Alfonso X ‘El Sabio’, pugna que finalizará en 1267 con la firma del Tratado de Badajoz, en el que Alfonso III cedía a su homólogo castellano la propiedad de las fortalezas de Aroche y Aracena y éste, a su vez, hacía lo propio en tenencia al Reino de Sevilla.
En este punto, un detalle curioso es que desde entonces estos castillos onubenses, así como otros de la provincia, han pertenecido al Concejo de la capital andaluza, luego su Ayuntamiento. No fue hasta el año 2006 cuando Aroche solicitó y recuperó la propiedad de su fortaleza al Consistorio sevillano.
Siguiendo con la línea histórica, en 1293 el castillo formará parte durante el reinado de Sancho IV ‘El Bravo’, de lo que ha pasado a la historia con el nombre de Banda Gallega o Gallego-Leonesa, un cinturón defensivo para proteger al Reino de Sevilla de posibles ataques por parte de los portugueses o de órdenes militares. Aroche, al encontrarse en la frontera con el país luso, pertenecía al primer cinturón de esta Banda, siendo su papel de control y vigilancia especialmente importante, tanto en esta época como en siglos posteriores, sobre todo durante la Guerra de Restauración Portuguesa (1640-1668).
Cabe hablar aquí de la muralla artillera exterior de la localidad, que debió ampliarse precisamente con motivo de la citada contienda para proteger a la población arochena que vivía en su interior. Sobre cuándo fue levantada, según las últimas excavaciones y los datos de archivo, parece que pudo ser sobre el siglo XV. Esas mismas intervenciones dejaron a la luz un tramo de esta muralla construido sobre una casa almohade del siglo XII. Asimismo, en los años 30 parte de la estructura fue dinamitada en algunos de sus tramos para ampliar el urbanismo.
Por el plano que se conserva de 1735, se sabe que la muralla artillera, de dos metros y medio de ancho, poseía cuatro baluartes y una gran torre, la Torre de San Ginés, rodeada actualmente de edificaciones. La muralla tenía tres puertas, todas al parecer con rastrillo, e incluso hay documentación de la existencia de una puerta levadiza.
Durante la Guerra de Restauración Portuguesa se tiene constancia de que el castillo de Aroche estuvo ocupado hasta por 300 soldados, aunque quien vivían en él principalmente era el alcaide de la fortaleza, normalmente caballeros hidalgos sevillanos nombrados por el Concejo hispalense.
El castillo estuvo habitado hasta el final de la contienda, en 1668, siendo entonces abandonado por los soldados y perdiendo, por consiguiente, la función defensiva que había poseído. La época de paz había abocado a la fortaleza al ostracismo, el Concejo dejó de realizar obras para mantenerlo y los habitantes empezaron a usar su interior para sembrar pasto y guardar el ganado.
Probablemente la construcción habría estado condenada a desaparecer, como le ocurrió al castillo de Encinasola, si no hubiera sido porque el Cabildo de Aroche se empecinó en 1802, según atestiguan documentos del Archivo local, en tener una plaza de toros. Tras darle muchas vueltas, concluyeron que la fortaleza, con una reforma, era perfecta para tal fin, pues se encontraba en el terreno más llano del pueblo y no se le estaba dando ningún uso en aquel momento.
El patio de armas en su integridad sería el albero, pero necesitaban nivelarlo a una altura determinada para que fuera recto. Concluyeron, para ello, en derribar parte del castillo y utilizar los materiales resultantes de relleno (parte de los almenados, zona alta del castillo, habitaciones sobre torres del castillo y tierra que sacaron de los alrededores). Cuando estaban en éstas, el Concejo de Sevilla, dueño legal del edificio, les llamó la atención y les mandó que pararan las obras, orden que el Cabildo desobedeció.
Como curiosidad, poco después de llevar a cabo la actuación, el castillo fue tomado por franceses (Guerra de Independencia), protagonizando un acuartelamiento que duró muy poco. En 1804 comenzaron los espectáculos taurinos, que fueron subastados y adquiridos por un noble de la villa, Félix Parreño, quien se comprometía a que se torearan 12 ejemplares al año.
Finalmente, el interior del castillo se transformó por completo, quedando el coso entre tres y cinco metros por encima del uso del antiguo patio de armas. Este desnivel se observa de manera muy clara tras la última restauración, llevada a cabo en 2007, en la que se recuperó la Puerta de la Reina, ya que ésta queda cinco metros por debajo del coso, habiendo montado unas escaleras de metal en el interior de la fortaleza para poder ascender desde la puerta a la plaza.
Asimismo, desde 2015 el castillo cuenta con otro espacio visitable, la Sala del Alcaide, que recrea el despacho de este jefe militar en una de las salas abovedadas que se conservan.
La fortificación arochena se puede recorrer de miércoles a domingos, con visitas desde el Convento de la Cilla (Centro de Recepción de Visitantes), y también se organizan eventos especiales en torno a la construcción a lo largo del año (visitas nocturnas, Noche de las Velas, etc.). Un buen momento para disfrutar de la misma es en la segunda quincena de agosto, cuando Aroche celebra su Feria y, en el marco de las mismas, sus festejos taurinos. Se trata de todo un espectáculo, ya que al encontrarse el coso en un cerro, es necesario organizar un encierro para que los toros alcancen la plaza. Así, se cortan todas las calles desde la altura de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción colocando empalizadas para que los toros lleguen, desde este punto, a la zona más alta del pueblo.
En resumen, toda esta historia permite deducir que la plaza de toros, a pesar de haber transformado el castillo, evitó su avocado final tras ser abandonado en el siglo XVII, convirtiéndolo además en una construcción única que bien vale la pena conocer y disfrutar.