HBN. Hay muchas formas de tomarse las vacaciones. Están los que se deciden ir a la playa, cerca de casa, en algún lugar turístico, ya sea de la provincia o un destino internacional, como Italia o el Caribe. Pero, además, también hay onubenses que dedican su tiempo libre a luchar por hacer que la sociedad sea más justa. Son aquellos que cada año apuestan por hacer un voluntariado internacional, una experiencia inolvidable para todos los que disfrutan de ella.
Tanzania, India, Paraguay, Mozambique, Honduras o El Salvador son destinos habituales de este tipo de actividad que pone el acento en la solidaridad de muchos onubenses que no dudan en dejar atrás la comodidad de su casa por ayudar a los que más lo necesitan en otro lugar del mundo. Una experiencia irrepetible para quienes la viven, hasta el punto de que todos aseguran que el que lo prueba, repite en más de una ocasión.
Hoy nos adentramos en el mundo del voluntariado, de la cooperación internacional, a través del testimonio en primera persona dos hermanos onubenses, de Cortegana, Juan Luis y Daniel Rodríguez Romero, que han tenido la suerte de vivir esta experiencia en Perú a través del Programa de Voluntariado Internacional de la Diputación de Huelva, onubenses que han querido compartir sus vivencias con Huelva Buenas Noticias.
Juan Luis Rodríguez Romero. Mi primera experiencia como voluntario del Programa de Voluntariado Internacional de la Diputación de Huelva comenzó en el 2014, donde pude participar con una estancia de corta duración (un mes) en un proyecto localizado en Puerto Maldonado, Perú.
En este primer contacto con el mundo de la cooperación internacional estuve trabajando en una casa de acogida, El Hogar Ana Almendros. Mi labor allí fue bastante variada, iba en calidad de docente pero acabé haciendo un poco de todo. Cuando llegas a sitios así hay que adaptarse a todas las necesidades que allí surjan. Yo vivía en la misma casa de acogida, así que me pasaba el día entero acompañándolos, ayudando en las tareas de la casa y ayudándoles con clases de apoyo en las diferentes materias.
En esta segunda experiencia como voluntario del programa de voluntariado internacional de la Diputación de Huelva, he tenido la suerte de poder vivir una estancia de larga duración (unos 6 meses aproximadamente). En esta ocasión he vuelto a Perú pero a un proyecto distinto y en una región totalmente diferente de la vez anterior. Puerto Maldonado pertenece a la región Madre de Dios, la cual es zona de selva y Abancay, la ciudad en la que he trabajado durante los meses pasados es zona de sierra. En esta ocasión iba bajo el amparo de la Ong Madre Coraje que también cuenta con diversos proyectos repartidos por todo Perú.
En Abancay he estado trabajando en una Ong local llamada Tarpurisunchis que trabaja en dos áreas diferentes. Por una parte tienen una escuela, en la que he trabajado durante los tres primeros meses, y por otro lado tienen la parte de los proyectos sociales en la que trabajé los siguientes tres meses de mi estancia.
En los tres primeros meses estuve inmerso en la escuela, dando clases de Inglés, Geografía e Historia Universal tanto en Primaria como en secundaria.
En diciembre llegaron las vacaciones de verano y a la vuelta en enero empecé a trabajar en proyectos sociales. En esos momentos estaban trabajando en la creación de unos dvds interactivos en los que se explicaba cómo crear una empresa, con el fin de fortalecer las capacidades de los líderes en las diferentes comunidades de las zonas rurales.
Durante esos últimos tres meses también estuve trabajando en la instalación de una pizarra digital y la organización de la nueva biblioteca de la escuela.
Desde mi punto de vista la experiencia del voluntariado es algo que todo el mundo debería vivir al menos una vez en su vida, ya que pienso que es más que necesario para que abramos los ojos y dejemos de creernos que somos el centro del mundo. Hay muchísimas necesidades básicas que nosotros ni siquiera prestamos atención en nuestro día a día, porque las damos por supuesto que son derechos que todos tenemos. Pero no es así, en muchos lugares del mundo esos derechos que pensamos que todos tenemos, allí no se cumplen y no pueden disfrutar de unas condiciones mínimas y básicas de vida saludable.
Daniel Rodríguez Romero. En septiembre de 2015 comenzaba mi estancia en Perú como voluntario del Programa de Voluntariado Internacional de la Diputación de Huelva. Tenía por delante nueve meses para comenzar de cero una nueva vida. Y nunca pensé que esa frase pudiera tener tanto significado.
Durante ese tiempo trabajé como nutricionista en un programa de desarrollo territorial integrado en la provincia de Angaraes, región de Huancavelica, situada en el corazón de los andes Peruanos, desplazándome por comunidades que se encontraban entre los 3300 y los 4500 msnm.
Este programa (PDTI “Sumaq LLaqta” que significa pueblo bonito”) está ejecutado por dos asociaciones peruanas, Sicra y Salud Sin Límites Perú, bajo la coordinación de la asociación Madre Coraje que lleva a cabo otros tantos proyectos en este país. En 2013 comenzó el periodo de ejecución de las actividades destinadas a promover el desarrollo de las comunidades altoandinas que son las más olvidadas del estado y también las más castigadas por la climatología.
Desde entonces, el PDTI se organizó en 4 componentes diferentes:
- Gobernabilidad ambiental
- Agua para el desarrollo
- Comunidades y familias saludables
- Fortalecimiento institucional
Entre los objetivos del componente C ‘Comunidades y familias saludables, está reducir los casos de enfermedades diarreicas agudas (EDAs) y las infecciones respiratorias agudas (IRAs), pues ambos son los promotores de las elevadas cifras de anemia y desnutrición infantil que cuenta la región de Huancavelica, y la provincia de Angaraes en concreto.
Es por ese motivo que mi trabajo se centró en complementar las actividades del componente C, poniendo énfasis en la importancia de la alimentación y la higiene personal como dos fuertes aliados contra la anemia. Siempre busqué concienciar de la importancia de consumir productos locales de alto valor nutritivo, trabajando en coordinación con las actividades del componente B “Agua para el desarrollo” que promueve la instalación de sistemas tecnificados de riego para mejorar las condiciones de cultivo de cereales, hortalizas y frutales.
Ese ha sido mi afán durante este tiempo, conseguir convencer a la población de que pueden mejorar la calidad de su alimentación con los productos locales, disminuyendo el consumo de “comida chatarra” y fortaleciendo sus defensas para evitar la aparición de la anemia.
Quizás cuando uno se va de voluntariado va con las expectativas de que puede solucionar el problema o la necesidad a la que se enfrenta. Por más que te advierten de que eso no será así tú conservas la esperanza de cambiarlo todo. Después te das cuenta de que no es así. Todo es mucho más complejo. Y lo que tú puedes hacer es sumar un granito de arena más a lo que ya se está haciendo y a lo que quede por hacer después, y eso ya es bastante.
El tema de hábitos alimentarios, que a fin de cuentas mi objetivo era ese, conseguir modificar algunas de sus conductas alimentarias, es un proceso largo y complicado. Todos y cada uno de nosotros tenemos unas costumbres muy arraigadas que son difíciles de modificar y más aún si no se cuenta con la motivación y el apoyo constante. Ésto me suponía una traba para conseguir mis objetivos. El ámbito de intervención del PDTI es bastante amplio, las comunidades están muy distantes unas de otras, y tanto los recursos humanos como logísticos (de movilidad) del programa no son suficientes para poder hacer una mayor incidencia.
Sin embargo, se aprovechó al máximo las oportunidades que tuvimos para conversar con las familias, con los niños en las escuelas y colegios, con promotores de salud, docentes, autoridades y profesionales sanitarios, para al menos, poder sembrar en ellos la semilla de la importancia de una buena alimentación como garantía de salud. Y espero que esas semillas vayan creciendo poco a poco y sirvan de caldo de cultivo o de motores de cambio en la forma de alimentarse, porque obviamente, en 9 meses no me ha dado tiempo a poder ver muchos resultados.
En el ámbito de lo personal ha sido una experiencia aún más gigantesca y brutal que en lo profesional. Desde el hecho de conocer otra cultura diferente, otra manera de hablar el castellano, aprender lo mínimo del idioma quechua, descubrir paisajes apasionantes, oler y probar comidas sorprendentes, aprender del respeto a la naturaleza, bailar ritmos nuevos, hasta llegar a conocerte a ti mismo como nunca lo habías hecho, romper perjuicios mal establecidos, comprender el funcionamiento de la cooperación internacional, aprender de ingenierías, antropología, medio ambiente, gastronomía, medicina natural, habilidades de comunicación, género, o hasta descubrir qué y cuanto puedes dar de ti, cuáles son tus puntos débiles, qué es lo importante en tu vida, que te gustaría hacer con ella, y querer plantearte una nueva forma de vida más coherente contigo mismo y con las necesidades del mundo, que no son las necesidades que tenía antes de salir de mi casa, de mi entorno.
Haber vivido en Perú durante nueve meses te hace ser consciente de lo gigante que es nuestro planeta y de las múltiples necesidades que hay en cualquiera de sus rincones. Realizar un voluntariado es una experiencia que te marca y que después de él no te permite vivir una vida mirando tu ombligo, ignorando lo que sucede en los países del sur, en el continente tal, o en la casa de la vecina de al lado. Te hace comprender que todos formamos parte de todos y somos responsables de todos, y que la única forma de salir adelante es cuidarnos mutuamente sin afán de superar a nada ni nadie, simplemente mejorar, en común, a la par.
Vivir una experiencia de voluntariado te hace mucho más humano y te ayuda a rescatar valores que ahora ya están desfasados, como el respeto y la tolerancia.
En este mundo donde todo es cada vez más automático y más difícil de conmover, una experiencia de voluntariado debería ser parte obligatoria de nuestro curriculum académico al igual que las matemáticas.
Y no hace falta irse a Perú o a la otra punta del mundo para ser voluntario. Empieza en casa, en tu entorno. La vida es una actitud y cada uno de nosotros tenemos el poder de decidir qué actitud le ponemos a la nuestra.
Ahora que todo vale, que todo se paga, que todo cuesta dinero, el mundo necesita más que nunca acciones voluntarias, entregas gratuitas, y volver a esa “filosofía de vida” de barrios de pueblos de antaño, donde cada vecino compartía con el otro lo que tenía y entre todos llenaban la mesa.