Redacción. José Arenas Flores ya ha cumplido, y con creces, los requisitos que exige la ley para jubilarse. Lo ha hecho tras 48 años dedicándose a lo que siempre quiso, lo que comenzó siendo un hobby y terminó como su profesión. Otro afortunado que ha trabajado donde ha querido, aunque esto no signifique que haya sido fácil.
Pepe Arenas, el hombre tranquilo y relajado, ha echado el cierre a la cancela de su negocio. Le pillamos en su estudio recogiendo cosas, reciclando cachivaches, archivando papeles y quedándose con lo que realmente le importa. Junto a él, como desde que se dieron el sí, quiero, su mujer, Noli Martín Montiel y una de sus dos hijas que le trae un café. A ambas, madre e hija, les rebosa el amor y admiración que le tienen, le idolatran, y es entendible, Pepe son de esos a los que se les puede aplicar lo de buena gente. Difícil, muy difícil enfadarse con él, siempre mantiene una calma pasmosa, como el que sabe discernir entre lo importante y lo que no, entre lo trascendental y superfluo de la vida.
Recuerda que fue a los dieciséis cuando blandió su primera cámara de fotos, era la de su tío Manuel y a base de quemar muchos carretes aprendió a encuadrar, buscar la luz y experimentar. Por entonces se sorprendía de cómo se podía captar en un papel el objeto que tenía ante sus ojos. Compró muchos libros sobre fotografía, estudió la técnica y terminó revelando el mismo. Luego compró su primera cámara… “y hasta hoy”, dice.
Pepe nunca dejó de aprender, siempre ha sido como una esponja, absorbiendo conocimientos y acumulando experiencias. Cada año viajaba al Sonimag de Barcelona y Fotoventas de Madrid para conocer los últimos avances técnicos e intercambiar ideas con otros fotógrafos, comprobar qué se cocía en el mundillo para aplicarlo luego a su negocio.
Todo empezó mucho antes, tras el mostrador de la tienda de deportes que tenía su padre en la misma Calle del Carmen, donde terminaría instalando su estudio. Los clientes preguntaban dónde podían revelar sus carretes y Pepe contestaba “aquí mismo”. Luego comenzó a hacer algunas fotos de carnet en el salón del domicilio familiar “y algún que otro niño que me llevaban”, recuerda. De allí a los altos de la casa de unos tíos, en la calle San Juan, hoy Serafín Romeu Portas, y tras unos años, al estudio de la Calle del Carmen.
Arenas recuerda las tres reconversiones profesionales que le ha tocado vivir. La primera, pasar del blanco y negro al color, “que aunque un poco más complicadillo, también me adapté, revelaba a mano, en el cuarto oscuro”. La segunda, cuando se modernizaron y adquirieron el Minilab –máquina automática de revelado en una hora-, “y quince días en Barcelona haciendo un curso”, lo que le supuso al negocio todo un empujón. Que un cliente pudiera ver las fotos a la hora de hacerlas, fue toda una revolución.
Y la tercera, la más complicada, el salto del sistema analógico al digital, “que me costó mas en adaptarme”, reconoce Arenas, “es un concepto totalmente diferente, he tenido que echar muchas horas en aprender a manejar el ordenador y los programas de retoques fotográficos porque ya me ha cogido un poco mayor –risas- pero me ha llenado tanto aprender un nuevo sistema que aún sigo aprendiendo”. Pepe recuerda los encuentros entre colegas, “no se hablaba de otro tema mas que del nuevo sistema digital”, el cual Pepe ponía en duda y se preguntaba si no terminaría por ser una moda pasajera mas. Finalmente, y por la necesidad de ponerse al día, se adaptó, cambió el estudio y su fórmula de trabajo, “a pesar de haber puesto interés por aprender, aún hoy día no lo domino del todo”, dice Arenas.
Pepe habla de las diferencias en la profesión, reconoce que ahora todo es más fácil, “solo tienes que apretar un botón y las cámaras disparan solas; en automático es difícil que te salga mal una foto”. Antes, en analógico, dependiendo del tipo del carrete había que adaptar manualmente el diafragma y la velocidad, de su buena conjunción se obtenían mejores o peores fotos, pero siempre, antes y ahora, había que contar con cierta sensibilidad artística para captar el momento y el encuadre de lo que se va a fotografiar. Eso no se aprende, o se tiene o no.
Por sus ojos, en este casi medio de siglo de profesión, ha pasado de todo. Carnaval, Semana Santa, encargos insólitos y lo más visible, la BBC del fotógrafo: bodas, bautizos y comuniones. Arenas aún guarda un recuerdo agridulce por su primera boda que realizó, “yo nunca las había hecho pero mi buen amigo Matías Fernández, que también se dedicaba a esto, me dijo que le ayudara y fui muy nervioso, fue en el Gran Poder y tenía la sensación de que todos los ojos de la iglesia estaban sobre mí y me duró hasta que hice unas cuantas y fui cogiendo veteranía”.
Pepe también guarda gratos recuerdos de algunos momentos históricos en los que le ha tocado estar, bien por contrato o, simplemente porque pasaba por allí, como cuando vuelca la Nao Victoria durante su botadura en la Ría Carreras. Circulaba por el muelle, se percata del momento y aprieta el disparador, capturando toda la secuencia, “hasta cuando salta Curro al agua”. Pero si se tiene que quedar con tres momentos, y en especial con uno del que se siente orgulloso, es por haber sido elegido por la Universidad de Málaga para fotografiar los pueblos de la costa de Huelva para la Enciclopedia Electrónica de Andalucía, expuesta por primera vez durante la Expo´92 de Sevilla. También recuerda la llegada de SAR la Infanta Doña Cristina de Borbón, con motivo de la botadura de la reproducción de La Pinta y, más reciente, la visita a Isla Cristina del, por entonces, Príncipe de Asturias, ahora Rey, Don Felipe de Borbón.
Durante estos cuarenta y ocho años de profesión a Pepe Arenas le ha pasado casi de todo, desde el niño que no para de llorar y se hace imposible el álbum fotográfico, al que viene relajado “y es un gusto tirarle las fotos”, o aquel padrino que le espetó “déjate ya de tantas fotos que tenemos hambre y queremos irnos a comer”. Pero para él, “todos los trabajos son bonitos, todas las fotos tienen su secreto y satisfacciones, todo depende de las circunstancias, del momento y el estado de animo”.
Hoy, si se pasea por la céntrica calle comercial isleña, el escaparate de su estudio, ese que siempre estaba lleno de sus trabajos, ahora está oculto por un papel de estraza en color marrón y un par de folios donde Pepe explica el cierre y agradece a la población todos estos años de confianza. Cuenta, emocionado, casi con alguna que otra lágrima a punto de brotarle de sus ojos, que “me dio un pellizco cerrar la cancela por última vez, echar la vista atrás y recordar todo lo que hemos vivido, poner el cartel también me costó pero creo que es lo mínimo que puedo hacer, un detallito dándole las gracias al pueblo por la buena acogida que tuvimos, siempre me esforcé por atender lo mejor que pude y pido disculpas si alguna vez fallé a alguien”.
Ahora Pepe, con todo el tiempo del mundo, se está resituando ante su futuro más inmediato, intentando desconectar y dedicarse a sus aficiones, como la pesca o los programas informáticos sobre simuladores de vuelo y algún que otro viaje en mente. Pepe Arenas ha echado la cancela de su negocio pero ha abierto otra, la de vivir y disfrutar con y de su familia.