Ana Rodríguez. La Universidad de Huelva inicia sus actividades culturales del mes de mayo con una invitada muy especial. Se trata de la escritora Lucía Etxebarría, que este día 3 visitará a las 19.30 horas la MicroSala del Campus del Carmen en el marco del ciclo Presencias Literarias. Lo hará para ofrecer una conferencia sobre las nuevas formas de relación sexo-afectivas en el siglo XXI, una temática en torno a la cual versa su nuevo libro: Más peligroso es no amar.
Así pues, la mundialmente famosa autora valenciana llega a Huelva para compartir con los universitarios de la Onubense las experiencias que ha recogido en este volumen, un ensayo que se presenta como una investigación documentada, a base de varios testimonios, sobre el fenómeno del poliamor y «otras formas de organizar la vida sexual y afectiva en relaciones de no monogamia consensuada, vividas con honestidad».
Aprovechando la presencia de la autora en nuestra tierra, hemos hablado con Lucía Etxebarría:
– Su nuevo libro parte del concepto de poliamor, háblenos de él.
– Este libro trata de personas que han elegido vivir sus relaciones de amor de otras maneras. Entre ellos, los poliamorosos. Poliamor es la filosofía no posesiva, honesta, responsable y ética y la práctica de amar a varias personas al mismo tiempo. No es un club de intercambio o de grupo, no es sexo recreativo o promiscuo. Con frecuencia se describe el poliamor como “no-monogamia consensual, ética, y responsable”. En este libro yo me limito a recoger testimonios, pero no doy el tema por cerrado, en absoluto. Seguro que hay quien me dice que, en su experiencia, el poliamor es algo completamente diferente. De la misma forma que para cada cual su concepto de lo que es Dios, “la buena literatura” o “la música dance” varían mucho. Pero habrá quien se vea reconocido en las historias que cuento.
El poliamor implica el consentimiento y conocimiento de todos los involucrados pero no es una ciencia exacta. Hay infinitud de formas de aceptarlo y vivirlo y no todas las relaciones (ni poliamorosas ni monógamas) siguen los mismos principios ni exigen conocer los mismos datos sobre lo que hacen o dejan de hacer sus diferentes parejas cuando no están junto a ellos. No todas las personas poliamorosas tienen las mismas ideas políticas. No todas creen en el poliamor como un desafío al heteropatriarcado o al capitalismo. Y no todo el mundo “nace poliamoroso”.
Con el tiempo las acciones que realizamos se convierten en nuestras identidades. Como actúas es cómo acabas siendo. Si actúas amablemente, eres amable. Si estás en pareja monógama, eres monógamo. Si entras en un mundo poli, eres poli. Todo el mundo puede ser potencialmente monógamo o decantarse por el poliamor.
– ¿Considera que le da miedo a las personas aceptar que son polis? ¿que se lo niegan a sí mismas? ¿por qué?
– Porque no es tan fácil despertarse un día y decir “hala, desde hoy soy poli”. Desde la ruptura formal de la monogamia hasta la construcción de relaciones no monógamas y consensuadas se pasa por muchas etapas. Por muchas dudas, conversaciones, roces, conflictos, complejo de culpa, chantaje sentimental, miedo, pasitos adelante y saltos atrás. Cambiar de paradigma y de modelo implica dolor, vulnerabilidad, pero también cuidado, vínculos, empatía, aventura, descubrimiento, libertad.
Cambiar de modelo implica empezar a redefinir dónde están nuestros límites, nuestros dolores, nuestros anhelos, nuestros sueños, nuestras fantasías. Y saber al servicio de quién queremos ponerlas. Quien se arriesga tiene que hacer camino al andar; el camino no está pavimentado y casi ni siquiera trazado, no está hecho, ya que ha sido poco transitado. En ese camino se puede ir acompañado por compañeros de viajes ocasionales o permanentes, y aunque no se debería llevar mochila, el caso es que siempre se carga con una al empezarlo. Una mochila cargada de educación, de religión, de complejo de culpa. De discusiones con gente que no te entiende. De miedo, miedo de gente que te ataca precisamente porque te tiene miedo. De clandestinidad, porque escondes parte de tu vida a otros. De aventura, del placer enseñarles a otros rincones y tesoros escondidos. Pero el camino, como el de Santiago, tiene el poder de transformarte y de transformar a otros.
– ¿Cree que una relación digamos tradicional de amor -fiel y para toda la vida- es posible en la sociedad actual o este tipo de relaciones están avocadas a la extinción?
– Antes de seguir quiero aclarar que existe mucha gente genuinamente feliz y satisfecha viviendo en matrimonios monógamos permanentes. Además, el reconocimiento y el fuerte apoyo social y legal del que disfrutan las parejas monógamas ofrece un nivel de seguridad y estabilidad que otros enfoques alternativos no podrán ofrecerte: matrimonios, pensiones, seguros de vida… incluso ofertas de viajes o de líneas de teléfono móvil pensados para parejas.
Pero, por supuesto, el sistema monógamo NO funciona para mucha otra gente. Normalmente se asume que se trata de un fallo de la personalidad, o simple mala suerte. Más no es así. Es un fallo del propio sistema, diseñado para que se adapte a toda la población, cuando es imposible que se pueda imponer de forma satisfactoria como universal.
La mayoría de nosotros adoptamos la monogamia de forma automática como un mapa para definir nuestros objetivos personales en las relaciones y en nuestro estilo de vida. La monogamia es el patrón para elegir pareja, para evaluar nuestras relaciones, y para juzgar las relaciones de los demás.
La parte “automática” es crucial: la mayoría de la gente no la cuestiona. La mayoría de nosotros –inconscientemente– aceptamos la premisa social de que la monogamia no es una cuestión de elección o preferencia, sino algo “natural” o incluso una fuerza “supernatural” en sí misma; una mezcla de física y magia. Simplemente se trata de lo que “ocurre de forma natural” en las “buenas” relaciones y cómo “se supone que deberían ser”.
Nuestra sociedad, de forma activa, trivializa, ignora y demoniza otras elecciones o preferencias a la hora de manejar las relaciones íntimas. La relación estable y monógama te valida socialmente como una persona adulta, deseable y respetada. No tenerla –tanto si eres soltero como poliamoroso– te marca como una persona inmadura, defectuosa, dañada, o egoísta, no merecedora de confianza y, posiblemente, incluso peligrosa. Y por supuesto, en el caso de los poliamorosos, no apta para criar y/o educar niños.
Las relaciones que no requieren exclusividad sexual, o que dan la bienvenida abiertamente a parejas íntimas adicionales (poliamor y relaciones abiertas) suelen ser objeto de desdén, ridículo, sospecha, indignación y miedo.
Pero la ilusión o la pretensión de monogamia es mucho más común que la monogamia real. Mantener relaciones paralelas, íntimas o sexuales, es una práctica comúnmente reconocida. Y en la mayoría de las sociedades, la nuestra sin ir más lejos, la infidelidad está moderadamente aceptada, sobre todo si la practica el hombre y no la mujer.
Es importante reconocer que la monogamia es una cuestión de elección personal, además de una convención social. Cada uno de nosotros somos responsables del tipo de relaciones que tenemos. Las convenciones sociales y las presiones influyen en qué modelos de relación son más fáciles y proporcionan más validación y privilegios sociales. Pero la elección final, en realidad, es personal. Nadie te pone una pistola en la cabeza para elegir hacer según qué casos.
La tiranía de la monogamia consiste en que la sociedad no reconoce que se trata es una cuestión de elección personal, y que existen otras alternativas válidas.
Este libro no pretende atacar a las personas que son felices en una relación monógama ni quiere acabar con su estilo de vida. Sí que pretende que esas personas acepten que existen otros tipos de relación. En última instancia, es la sustancia y la calidad, y no la estructura (a dos, a tres, a cuatro, en grupo) lo que debería determinar el éxito o el valor de cualquier relación íntima.
– Cuando la atracción desaparece y la pareja continúa, ¿se puede decir que el amor es el sustituto del sexo?
– Lo cierto es que, como bien decía Erich Fromm “comenzamos a amar cuando dejamos de estar enamorados”. El enamoramiento es loco y apasionado. Las relaciones de larga duración suelen ser sensatas, racionales y tranquilas. Por más que haya un sentimiento fuerte, y un vínculo profundo, la pasión no se vive con la misma intensidad que como era al principio de la relación.
El enamorado siente que su pareja es perfecta. La idealiza. Ve sus virtudes pero no ve sus defectos. El que ama profundamente ama a alguien a pesar de sus defectos y no por sus virtudes. No idealiza. Ve, comprende y respeta. Enamorarse es adorar las coincidencias, amar es aceptar las diferencias. El enamoramiento ve las virtudes, el amor ama pese a los defectos.
Conozco matrimonios de muchos años que mantienen una relación excepcional donde no cabe duda de que hay mucho amor, pero puedo asegurar que ellos no sienten a su pareja como perfecta y son perfectamente conscientes de los fallos de su cónyuge. Es posible, sin embargo, que sí consideren que su relación es perfecta, aunque su pareja no lo sea.
El enamoramiento apasionado tiene una duración de unos seis meses a tres años. Pero ya dice el refrán que “todo por servir se acaba y acaba por no servir”, así que cuando nuestros niveles hormonales regresan a su estado normal (pre enamoramiento) es cuando nos enfrentamos con la realidad y nos comienzan a irritar cosas de nuestra pareja. Nos molesta que sea tan desordenado, o tan obsesionada con el orden, o que ronque, o que se mueva en la cama, o que apenas lea, o que sea tan pedante o que… (la lista es infinita). Si el vínculo es lo suficientemente seguro y profundo, dejamos de tener una pareja perfecta y comienza a ser un mejor amigo a quien amamos, un testigo de nuestra vida. El estar enamorados es una experiencia. El amar a nuestra pareja es una forma de vida. Un compromiso que se tiene que trabajar día a día para conservar el respeto, la confianza, la comunicación, el cuidado mutuo, y por ende, el amor.
Pero si en la fase de enamoramiento no se ha creado un vínculo fuerte entre esas dos personas, la separación está al caer. En cambio, si en esa pareja había algo más que un desfase hormonal, si se ha creado un vínculo de amistad, compañerismo y proyectos comunes, comienza la segunda fase. El amor. Es el momento en el que la locura e intensidad del enamoramiento se reemplazan por un sentimiento de paz, seguridad y comodidad.
– ¿Debe morir el romanticismo para que triunfen las relaciones?
– La pareja no funciona porque en demasiados casos se construye sobre una extrema dependencia poco compatible con la individualidad, la libertad y la autonomía, o desde preceptos excesivamente románticos e irreales.
Cuando buscamos una mezcla romanticismo y libertad en el ámbito de la pareja, la sometemos a la contradicción implícita entre pasión/novedad y seguridad/durabilidad. Porque la pasión, por su propia naturaleza, no dura, así que es una locura ir buscando una relación que sea a la vez pasional y permanente. Y así se va creando la percepción extendida del amor como algo que escapa a la propia voluntad, una situación que no depende de nosotros, que no elegimos, que nos viene del cielo, en forma de flecha de Cupido, en la que la razón no tiene nada que opinar.
En resumen la experiencia de la libertad y la autonomía personal no pueden vivirse en relación con un concepto de pareja asociado a la dependencia emocional y a la fusión de la propia identidad con la de otro. De ahí viene la experiencia problemática que muchos viven en la relación de pareja tradicional, asociada a la monotonía y a la atadura, frente a un modelo más pasional y con menor nivel de compromiso.
Es evidente el debilitamiento de la pareja como institución social frente a la tendencia a interpretar el vínculo amoroso desde el beneficio individual. De ahí el carácter cada vez más temporal y efímero no ya de las relaciones afectivas, sino de las sexuales. Hace menos de veinte años casi ninguna mujer que no fuera prostituta se habría planteado en serio la posibilidad de tener una relación sexual de una noche solo porque sí, por pasar el rato, porque no hay nada mejor que hacer. A día de hoy muchas mujeres aceptan que eso es lo que hay. Preferirían otra cosa, pero mientras tanto se conforman con lo que les llega.
Nadie dijo que fuese fácil desarrollar relaciones afectivas y sexuales en tiempos tan complicados. Las relaciones humanas son eso: humanas, y para ello necesitan de nosotros al cien por cien. Requieren tiempo, esfuerzo, trabajo, paciencia, valor y coraje, compromiso. Como seres sociales que somos, necesitamos de calor humano y nos resulta muy difícil aplicar la distancia de la era digital a unos vínculos que necesitan de contacto piel con piel, y la mentalidad consumista a algo que requiere estabilidad y tiempo.
En este contexto en el que tanta gente se siente tan sola, parece que haya que elegir entre dos modelos. El primero, la pareja tradicional de toda la vida, la pareja fusional, con sus roles rígidos, su pérdida de autonomía, de libertad e identidad, con su imposición de renunciar al sexo pasados unos años. El segundo implica el sexo sin compromiso, las relaciones de kleenex, el usar y tirar, el aquí te pillo aquí te mato.
Pero existe una tercera vía. Un camino que se abre a su vez a muchos otros caminos: porque entre el blanco y el negro existen muchos matices de gris.
– ¿Cómo sería, según usted, una relación equilibrada, tanto monógama como poliamorosa?
– Aquella en la que las partes implicadas tengan un compromiso de honestidad, transparencia, lealtad y cuidado, y lo cumplan.
– Si de usted dependiera, ¿qué tipo de educación sexual y afectiva impartiría en los colegios e institutos?
– Aquella que desafíe a la idea de consumismo afectivo que impera en nuestra sociedad. La orientación individualista del sexo, sustentada en el deseo de alcanzar un interés personal, somete al impotente amoroso a una necesidad constante de validación. El impotente amoroso debe recibir constantemente señales de que aún es un producto valorado en el mercado del amor y el sexo. El impotente amoroso es como una marca de ropa, que arrasa hoy, pero puede dejar de venderse mañana. Porque el consumismo ha trasladado la inseguridad y la incertidumbre al ámbito afectivo.
Consecuentemente, el modelo surge como característico de la sociedad consumista es el que representa un vínculo inestable, frágil. Un vínculo cuya capacidad para proporcionar satisfacción resultará más vinculada al azar que a la voluntad. Un lazo endeble cuya temporalidad viene impuesta por la misma lógica consumista que hace perder valor al producto consumido.
Los cuerpos se consumen. Se usan, se desechan y se buscan otros. Como si fuera una camiseta de marca que se pasa de temporada.
– A nivel afectivo y sexual, ¿qué consejo les daría (o dará) a los jóvenes que asistan a su charla en la UHU?
– El mismo: que no crean ni en el amor romántico ni el consumismo sentimental, que hay terceras vías. Vivimos en una sociedad caracterizada por el cambio, la rapidez, la temporalidad, lo efímero, en un contexto marcado por la idealización romántica de la pareja, el individualismo, la libertad y la incertidumbre. En una sociedad en la que la intimidad de muchas personas está asociada a la inseguridad y la inestabilidad, las familias se rompen y se desestructuran, las parejas se divorcian, el sexo está infectado en muchos casos y los amigos son relaciones de zapping. En una sociedad en la que muchos experimentan sentimientos intensos de soledad y estrés. En una sociedad y en la que las relaciones de pareja están sometidas a deseos y expectativas crecientes.
En este modelo de sociedad se espera que una pareja sea amigo, amante, refugio, compañero y proveedor de estatus. Es decir: la pareja no solo asume connotaciones de refugio y paño de lágrimas, sino que su prestigio social hace que se convierta en una marca de éxito El novio o novia debe ser buen compañero, excelente amante, apoyo moral y además, debe quedar bien mono cuando uno lo lleva colgado del brazo.
En este contexto es normal que aumente la idealización romántica del amor como modo de satisfacer de forma inmediata la necesidad afectiva. Pero la idealización supone una dificultad para hacer frente a los conflictos reales de la convivencia y de las relaciones interpersonales: lo ideal de poco sirve en el terreno de lo real. Especialmente en las personas más jóvenes, este ideal amoroso a menudo incentiva una búsqueda de relaciones dominadas por elementos como la pasión, la evasión y el descubrimiento constante, al tiempo que conlleva una asociación entre monotonía y conflicto.
Existe una necesidad generalizada de saber afrontar la soledad como parte de las experiencias vitales que nos afectan en el contexto de una sociedad cuyas relaciones se caracterizan por la fragilidad. No nos han enseñado a soportar la soledad, y nos han hecho vivir en una sociedad en la que la soledad en muchas ocasiones es la norma, en una sociedad que devalúa aspectos como la responsabilidad y el compromiso, que no facilita un desarrollo personal satisfactorio, y en la que la incertidumbre se ha impuesto de forma generalizada en la experiencia del amor y también del sexo.
Aunque la mayoría de los hombres y mujeres desean tener relaciones afectivas que perduren en el tiempo, lo cierto es que también la mayoría de ellos/as concibe el amor como algo cambiante, desligado de la voluntad, sometido al azar y a la incertidumbre, y que puede agotarse en un determinado momento.
La idea de un amor esencialmente romántico, caracterizado por la intensidad emocional y el placer que se pueda experimentar en el presente, hace que la relación tradicional y “para toda la vida” pueda incluso ser vista de forma negativa. Una relación tradicional es incompatible con la dinámica que rige un comportamiento social basado en la acumulación y la satisfacción inmediata. La influencia que puede llegar a tener los valores propios de la sociedad de consumo en la conducta amorosa es incuestionable y converge con la importancia que hombres y mujeres otorgan a la atracción sexual, lo que en ocasiones traslada una interpretación del amor incompatible con el hecho de que perdure, porque se confunde enamoramiento con amor.
Por eso demasiada gente considera que la relación de pareja termina de forma natural cuando el deseo se agota. Y eso lleva a que aparezca el conflicto en una relación de pareja tras la reducción de la atracción sexual. Especialmente si esto sucede en una pareja en la que hay intereses comunes muy fuertes: hijos, la construcción de un hogar, un vínculo de muchos años. La persona no quiere romperla, pero echa de menos el sexo.
La gran decepción llega cuando la relación de pareja se vive desde modelos o interpretaciones más estereotipadas y tradicionales. Hombres y mujeres que han vivido matrimonios de larga duración dentro de una estructura muy rígida sienten que han perdido libertad, alegría, oportunidades.
Vivimos en una sociedad fieramente individualista, que glorifica los ideales de libertad y autonomía. Pero la necesidad humana básica de vínculo y apego sigue ahí, bajo todo ese discurso de “porque tú lo vales”, “porque te lo mereces” o “persigue tu sueño”. Yo les diría que leyesen más, que indagasen , que buscasen su propio modelo, un mayor conocimiento sobre el amor y el deseo, sobre una nueva gestión de las emociones que permita desarrollar una afectividad satisfactoria y a la vez respetuosa con las diferentes individualidades, necesidades, impulsos y deseos de cada cual.
Muchas gracias Lucía
Breve biografía. Recordemos que Lucía Etxebarría es licenciada en Filología inglesa y Periodismo y doctora en Letras por la Universidad de Aberdeen, donde impartió clases durante varios años. Su primer gran éxito literario fue La historia de Kurt y Courtney: aguanta esto (1996), al que siguió la novela Amor, curiosidad, prozac y dudas (1997).
Con Beatriz y los cuerpos celestes, su segunda novela, ganó al año siguiente el Premio Nadal, al que siguieron otros muchos a lo largo de su trayectoria profesional, como el Primavera de Novela con De todo lo visible y lo invisible (2001), el Planeta por Un milagro en equilibrio (2004), el Premio Barcarola de Poesía por Actos de amor y placer (2004) y Il Lazio a la mejor novela extranjera, un galardón que concede el Ministerio de Cultura de Italia.
Entre sus libros más conocidos se encuentran El club de las malas madres, Ya no sufro por amor, Cosmofobia o Dios no tiene tiempo libre. Su obra ha sido traducida a una veintena de idiomas y también son suyos los guiones de las películas Sobreviviré; Amor, curiosidad, prozac y dudas; La mujer de mi vida y I love you baby.
1 comentario en «Lucía Etxebarría: «Todo el mundo puede ser potencialmente monógamo o decantarse por el poliamor»»
Extraordinario artículo. Y extraordinaria la postura de Lucía, al exponer con gran claridad y lucidez el poder de elección del individuo en sus relaciones de pareja.