Rosa Mora. Son muchas las personas que en algún momento de sus vidas han sentido el deseo de partir con una ONG hacia un destino extranjero con la intención de participar en un proyecto de voluntariado. Una oportunidad que no a todos se les presenta y que, en ocasiones, el miedo a la incertidumbre y a lo desconocido puede llevarlos incluso a rechazarlas en última instancia. Nuestra protagonista de hoy, la onubense Marina Rosillo Otaño, buscó la oportunidad y, lo más importante, supo aprovecharla.
A sus 26 años de edad, esta joven diplomada en Turismo por la Universidad de Huelva, con un Posgrado Superior en Dirección de Marketing y Ventas por la Escuela de Negocios EAE, en Barcelona, y la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, acaba de vivir la que califica como “una de las experiencias más enriquecedoras” de su vida. Han sido cerca de tres meses junto a ‘Las Misioneras de María Mediadora’ en Malawi donde ha ejercido como educadora, ha colaborado en la catalogación de los libros de la biblioteca de la misión y ha tenido la oportunidad de desarrollar –con excelentes resultados- una de sus grandes pasiones: la fotografía.
Han sido decenas las imágenes tomadas por esta joven onubense que ahora serán expuestas en varias muestras que ya comienzan a tomar forma. La primera de ellas será previsiblemente en su localidad natal, Beas.
Más allá de la calidez, el encanto y la belleza que se desprende de las instantáneas tomadas por Marina Rosillo, Huelva Buenas Noticias se ha interesado por conocer los detalles de su experiencia en la República de Malaui. Un país cuya capital es Lilongüe, que se localiza en el sudeste africano y que, sin salida al mar, limita con Zambia al noroeste, Tanzania al noroeste y Mozambique al sur, sureste y suroeste. Un estado en el que como nos cuenta esta joven, el principal sector de su economía es la agricultura, al que está vinculado alrededor del 85% del país.
– ¿Qué razones te llevaron a embarcarte en esta aventura?
– El momento. Es algo que siempre he dicho que haría. El año pasado lo organicé todo para irme tres meses a Tanzania con una ONG pero tuve que cancelar en última instancia. Y ahora era el momento, antes de entrar de cabeza en el mundo laboral. Estas Navidades la idea de venir a África me seguía rondando por la cabeza. Así que después de Reyes me pusieron en contacto con Helping Malawi y, a través de ellos, contacté con unas monjitas encantadoras, las Misioneras de María Mediadora, y dos semanas más tarde aterricé en Malawi, un caluroso 19 de enero.
– ¿Cuáles han sido exactamente tus funciones allí y cómo era tu día a día?
– Pues por las mañanas, después de la Morning Meeting, una reunión que se hace de lunes a sábado a las 7.30 de la mañana, que dura aproximadamente unos 15 minutos, y en la que se dan los buenos días, se reza un rosario y tanto los niños como los trabajadores cantan, solía salir de la misión, andar unos 7 minutos hasta el colegio del pueblo St Matthias, y subir hasta la biblioteca. Allí mi función principal era ordenar y catalogar los libros -los cuales han sido donados, todos o casi todos, por la Fundación Oriol Miranda-. Además, con la llegada de dos nuevas voluntarias, retomamos un programa de refuerzo para los niños del colegio, que consistía en enseñar a leer y escribir a aquellos niños que más lo necesiten. Me gustaría señalar que por clase pueden llegar a ser perfectamente 120 niños y tan solo un profesor. ¿Una locura verdad? Pero ahí no termina el problema, si un niño de seis años llega nuevo al colegio sin haber tenido la oportunidad de haber ido a la escuela con anterioridad, lo ponen con los de su edad, un niño que no ha cogido un lápiz jamás, imagínese…
Por las tardes, lunes, jueves y viernes después de almorzar solía dar clases de informática a los niños de la misión, contábamos con seis ordenadores que donó Manos Unidas en el año 2015. Los martes los pasábamos en Lilongwe, capital del país, día en el que íbamos a la ciudad para hacer compras y recados. Y los miércoles teníamos catequesis.
Para terminar la semana, los sábados, de 9.00 a 11.00 horas estábamos con los niños de la misión del nivel STD 3, de entre 7 y 9 años, y por la tarde solíamos ir al campo de fútbol y jugábamos con ellos. También empezamos a dar clases de sevillanas a un grupo de niñas para su actuación de fin de curso. El último día de la semana era para nosotras, íbamos a misa a las 07.30 de la mañana, he de decir que dura dos horas -muy larga-, pero tiene su encanto, su no sé qué. Se pasan la misa bailando y cantando ¡Y vaya como cantan! Maravilla de coro. Y entre tanto día de la semana, aprovechaba para andar entre los poblados de alrededor, ver el atardecer, la fotografía, escribir, reflexionar…
– ¿Marina, cómo es vivir en Malawi?
– Vivir en Malawi…, buena pregunta. Yo en casi tres meses que he estado no podría daros una definición objetiva, ya que pienso que es muy poco tiempo para sentir al 100% Malawi en todo su esplendor. Por lo que os comparto un par de opiniones que he podido recopilar. Según Teresa Comín De Barberá, responsable de Proyectos de Active Africa, «Malawi es el Warm heart of Africa y este eslogan es el que mejor define a su gente. Llevo más de 10 años viajando a este pequeño y tranquilo país del sudeste africano y, la verdad, es que allí me siento como en casa.
La gente es hospitalaria, sencilla, cariñosa y agradecida. Viven en contacto directo y dependen de la naturaleza. Si el año de cosecha es bueno, todo parece facil. Hay alegría y esperanza y compensan la falta de comodidades y medios, con la tranquilidad de no sufrir una hambruna. Quizás esta inmediatez en sus objetivos de vida les hace ser poco previsores o emprendedores, pero no podemos juzgar, seguramente cualquiera de nosotros, en su situación, tendría la misma actitud. Se preocupan por el día a día, sin atreverse a pensar mucho en el mañana. Por eso, los años de mala cosecha causan estragos en la población más débil. Pero algo está cambiando y hemos apreciado una inquietud en los jóvenes que al principio no vimos. Quieren estudiar y formarse para abrir puertas a su futuro. Tienen esperanza y nuestro trabajo consiste en ayudarles a cumplir algunos de sus sueños. Por eso seguimos adelante».
Por otro lado, Covadonga Rodríguez Alonso, colaboradora de Mary’s Meals, nos cuenta que «vivir en Malawi me ha dado la versión más primitiva de una sociedad. Las necesidades del 80% de la sociedad son las más básicas que he visto nunca. Sus habitantes tienen características tan opuestas a las de los europeos que es difícil juzgarles. Envidio su enorme capacidad para disfrutar de lo básico, lo que debía ser la esencia de la vida. Y sin embargo me frustra bestialmente su falta de ambición para evolucionar y superarse. Sin duda alguna es un país que enseña mucho y a su vez tiene mucho que aprender».
– ¿Cuál es el idioma oficial de Malawi? ¿Te ha resultado sencillo comunicarte?
– El idioma oficial de Malawi es el chichewa. Se supone que me comunicaba con ellos en inglés, pero la mayoría no lo habla. Así que entre gestos y un inglés adaptado al chichewa. Por simplificarte, podría decirte que todas las palabras terminadas en ‘i’.
– Tres meses, pero muy intensos, ¿Qué te ha impresionado más?
– Pues podría destacarte varios asuntos. Por un lado la gran labor que están haciendo las Misioneras de María Mediadora desde 1993 en el St Mary’s Rehabilitation Centre, tanto en el hospital como en los programas que desarrolla el centro. Proyectos como Rainbow, gracias al cual a día de hoy se da respuesta a 120 niños huérfanos , y Sunrise, que atiende a 230 personas mayores, una iniciativa que permite darles de comer un miércoles de cada mes y regalarles un saco de 10 kilos de harina a cada uno -en el caso de tener azúcar, sal, aceite o jabón también se les da-. Asimismo las religiosas atienden además a los niños malnutridos y a sus madres de fuera de la misión.
Por otro lado, entre las cosas que también me han impresionado destacaría el miedo y la fobia que nos tienen los bebés y la mayoría de los niños pequeños de las aldeas y poblados a los asungus, las personas blancas. Un ataque de nervios y lloros… aunque las madres y los niños más mayores se hartaban de reír ante esta situación, lo encontraban de lo más divertido.
Como seña de identidad de sus habitantes señalaría: el ritmo, el cante y el baile. Les encanta todo lo relacionado con la música. Y, por otro lado, algo que me llamó mucho la atención fueron las pocas muestras de cariño. Y cuando menciono esto me refiero a besos o abrazos. Ni en las aldeas ni en la misión. Así que me puse manos a la obra y decidí que yo quería mi besito de buenos días. Por las mañanas los peques me venían a dar mi besito mañanero en la Morning Meeting. También se apuntaron las profesoras y las cocineras de la misión. Hasta me sorprendían entre horas con algún abrazo.
Otro aspecto es el pelo de las mujeres. Por lo visto se puso de moda llevarlo muy corto. Cuando se quieren arreglar el pelo – trenzas y peinados varios– se dejan crecer el pelo un poco, lo suficiente para poder agarrar las extensiones y a partir de ahí hacerse los peinados típicos. O directamente se ponen peluca, no sólo las madres sino a veces las niñas pequeñas.
– ¿Anécdotas vividas?
– Pues enlazando con la pregunta anterior, te diría que no tienen sentido de la incomodidad. [Ríe]Me explico, tuvimos la oportunidad de irnos de excursión a Cape Maclear–Lake Malawi. Para llegar tuvimos que coger tres minibuses, una moto y siete horas de viaje. Minibús por llamarlos de alguna forma ya que realmente son al estilo de las Nissan Vanette y donde caben 10 caben 27. Éramos como piezas de un tetris, parecíamos sardinas en lata, donde no cabía ni un alfiler, soportando una gran cúmulo de olores -no sólo de la gente sino de lo que transportaban-, y muchas veces no podríamos abrir las ventanillas ya que el control lo tenían los que estaban en primera fila sentados. Pero ellos estaban cómodos… y yo más agobiada que un cangrejo en un cubo.
– ¿Y alguna de las visitas más especiales que realizaras?
– Pues la visita al campo de refugiados de Dzaleka. Abierto desde hace 22 años, cerró el año 2015 con 23.355 refugiados. Imaginen tener que irte lejos de tu casa y raíces para vivir en unos metros cuadrados y en aquellas condiciones. Además, sintiéndote de ningún lado ya que el Gobierno de Malawi no permite la inserción de refugiados. Me llamó mucho la atención que el colegio el colegio del campo, el Umodzi Katubza F.P School, es multicultural -el primero de Malawi- adaptado y ofrece clases especiales para niños discapacitados, por ejemplo, lecciones de braille.
– ¿Qué pensó tu familia y amigos cuando les comunicaste que querías vivir esta aventura?
– Mi decisión no les cogió de sorpresa. Me encanta estar de allí para aquí, y ya el año anterior había hecho el intento de voluntariado. El primer pensamiento fue de respaldo. Tengo la gran suerte de contar con una familia y unos amigos que me apoyan incondicionalmente en todas las decisiones de mi vida. Desde aquí quiero agradecerles a todos los comentarios que he estado recibiendo durante mi estancia, mensajes más que positivos.
– ¿Qué balance haces de tu experiencia?
– Una parte de mí se quedó allí. Allí con mis 120 niños. Allí con mis monjitas. Allí en los poblados y sus gentes. Allí en Malawi. Podría decir que es una de mis mejores experiencias hasta el momento, única, llena de aprendizaje y de cariño y valores. Una experiencia de las que te llega al fondo del corazón, que ha marcado un antes y un después en mi vida, y que volvería a repetir una y mil veces con los ojos cerrados. Una experiencia para la cual solo tengo palabras positivas y llena de anécdotas.
– Y como próximos objetivos…
– Como objetivo a corto plazo me encuentro volcada en un proyecto de fotografía pararealizar diversas exposiciones acerca de mi experiencia en Malawi con el objetivo de recaudar fondos para la gran labor que están desarrollando las Misioneras de María Mediadora. Y en cuanto a mí se refiere: viajar, seguir desarrollando el libro que estoy escribiendo, pintar, la fotografía y encontrar trabajo en el sector comercial y de eventos del mundo de la hostelería.
– Por último, un mensaje a los onubenses.
– ¡Viajen, viajen y viajen! Bien sea por ocio. Bien sea para vivir una temporada fuera de casa. ¿El motivo? Lo mismo da. Pero no pierdan oportunidad. No pierdan oportunidad de conocer mundo y diferentes culturas.
Personalmente me encanta descubrir nuevos sitios, culturas y personas. Pienso que es una manera de acercarte a las diferentes formas de vivir y de pensar, y lo más importante, de aprender. Los viajes, las experiencias y la gente que vas conociendo por el camino te hacen, o por lo menos a mi parecer, crecer como persona, entender que ‘tu mundo’ no es el único que existe. Existen muchos más, y cada cual tiene algo que aportar, y tú que aportarle a ellos. Y en cuanto a los voluntariados, es algo más que viajar. Es algo con lo que te involucras desde el minuto número uno, lleno de experiencias enriquecedoras, que te hacen sumar y ver otra visión del mundo. Lo recomiento a todo el mundo. Da igual la edad ¡Nunca es tarde si la dicha es buena!
-Muchas gracias y mucha suerte.
1 comentario en «La onubense Marina Rosillo nos cuenta su experiencia en una misión en África»
Muy bien Marina,eres una chica valiente