Ana Rodríguez. En la Facultad de Humanidades de la Universidad de Huelva imparte clase uno de los mayores expertos en El Quijote y su autor, Miguel de Cervantes. Se trata del catedrático de Literatura Española Luis Gómez Canseco, quien acaba de sacar a la luz dos volúmenes que representan la primera edición crítica de las comedias y tragedias del ‘manco de Lepanto’. Un trabajo, publicado por la Real Academia Española, que es el fruto de varios años de investigación por parte de un equipo internacional, en el que han participado especialistas y cervantistas de primerísimo nivel procedentes de Perú, Suiza, Italia, Francia y España, bajo la dirección de Gómez Canseco.
Así pues, las más de 2.000 páginas de este estudio se han dado a conocer este febrero de 2016, año dedicado a Cervantes (1547-1616), en el que se conmemora el cuarto centenario de su muerte. En ellas queda patente el amor que el literato profesaba al teatro, un amor que no fue correspondido en su época, pues sus piezas nunca llegaron a triunfar sobre las tablas. «Como no lograba representarlas, las publicó, naciendo así en 1615 Ocho comedias y ocho entremeses nuevos nunca representados. Por entonces quien volvía loco al público con sus obras de teatro era Lope de Vega y Cervantes se quejaba, pero es que él pertenecía a otro mundo, su concepto del teatro era distinto, aunque seguía siendo extraordinario», explica el coordinador de la recién publicada Comedias y tragedias.
En el primer volumen de este trabajo han sido editadas ocho comedias –El gallardo español, La Casa de los celos y selvas de Ardenia, Los baños de Argel, El rufián dichoso, La gran sultana doña Catalina de Oviedo, El laberinto de amor, La entretenida, Pedro de Urdemalas– y las piezas manuscritas El trato de Argel, Tragedia de Numancia y La conquista de Jerusalén por Godofre de Bullón. Mientras que en el segundo ejemplar se recogen estudios y anejos de numerosos autores, entre los cuales se encuentra, por supuesto, el profesor Gómez.
Éste es el último estudio que el catedrático de la Universidad de Huelva ha sacado a la luz, aunque su labor investigadora es muy prolífica, centrando gran parte de la misma en indagar sobre la obra de humanistas españoles como Rodrigo Caro, Arias Montano o Francisco Sánchez de las Brozas, entre otros.
«El Humanismo es una dimensión moral del mundo que siempre ha llamado mi atención», reconoce a este respecto, y añade: «éstos sostenían que un mundo mejor y ser más felices era posible gracias a una educación adecuada. Sin educación no hay libertad verdadera, es la raíz de la Ilustración y de la Revolución Francesa, la base de cualquier democracia. Ellos defendían que la Humanidad puede llegar a la perfección por la educación y la libertad«.
Quizá por esa fuerte convicción, Gómez Canseco estudió Filología en la Universidad de Sevilla, «la única decisión que he tomado en su vida», afirma medio en broma, pues «cuando estaba en la cola para echar la matrícula en Derecho, que era lo que mis padres querían que estudiara, me cambié a la de Filología. Mis padres se llevaron un disgusto enorme, pero luego vi que no me equivoqué». Como desde adolescente siempre le gustó leer, encontrar un trabajo relacionado con las letras era algo maravilloso, de hecho, reconoce que enseñar en la Universidad de Huelva, donde lleva ya 26 años, es un empleo estupendo.
Pero al margen de su labor docente, es su faceta investigadora la que más cultiva y, en este sentido, puede decirse que es todo un experto en Cervantes y temas cervantinos. Su relación con el de Alcalá de Henares comenzó cuando Luis tenía unos 13 años y cayó en sus manos El Quijote en uno de esos interminables veranos que pasaba en su tierra, Extremadura, en los que daba tiempo a bañarse en el río y a leer muchos libros. Había oído a su padre hablar de aquella novela y tuvo curiosidad. De su primera impresión sobre aquel texto recuerda que jamás le pareció una obra aburrida, más bien bastante divertida. Y es que el volumen fue escrito en su momento para un público que ni siquiera sabía leer, era divertido, para reírse a carcajadas, dirigido a unos oyentes que tenían poco de eruditos.
«Ahora cuando doy clase explico a mis alumnos que El Quijote en el siglo XVII ocupaba el mismo espacio que hoy la televisión. De hecho se llamaban obras de entretenimiento en la época porque éste era su objetivo. Luego está la profundidad humana de Cervantes, pero en sí era un libro para hacer reír», recalca el catedrático.
Y es que la literatura era por entonces un negocio fundamental que, junto con el teatro, ocupaba el espacio del ocio. Desde La Galatea, que empezó a circular en 1585, Cervantes no había vuelto a publicar nada, siendo años después cuando aquel escritor prácticamente desaparecido sacaba Don Quijote de la Mancha, quizá movido por la necesidad económica.
Pero la repercusión de aquel supuesto libro de caballería en en siglo XVII fue, en palabras de Gómez Canseco, «como un programa de Jorge Javier Vázquez, un pelotazo. Se hicieron ediciones pirata, se tradujo a múltiples lenguas, obtuvo grandes ventas, se difundió por toda Europa… su éxito sólo fue comparable por entonces al de la novela picaresca El Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán». Y es que hasta en los carnavales de 1605, cuando la obra llevaba menos de tres meses en la calle, en las fiestas aparecían ya las figuras de Don Quijote y Sancho, un hecho que demuestra hasta qué punto aquellos personajes calaron en la sociedad de la época.
Según el catedrático de la UHU, el primer éxito de la novela fue por la gracia, por los golpes y caídas del Quijote, su manera de hablar, los conflictos entre lo que imagina y la realidad… Pero es en la segunda parte de esta obra universal cuando Cervantes sacó lo mejor de sí, cuando «reescribe la novela de otra manera. No fue tanto su éxito, pero lo convierte en una figura esencial para la literatura universal, que influyó en la novela inglesa, los rusos lo repiensan… adquiere una dimensión casi metafísica», reconoce el experto.
Pero ¿qué había cambiado entre el Cervantes de la primera y el de la segunda parte? La respuesta está en el llamado Quijote de Avellaneda, una novela en la que su autor (hasta ahora desconocido aunque se haga llamar Alonso Fernández de Avellaneda) se burla del auténtico Don Quijote de la Mancha. En este sentido, Gómez Canseco señala que «El Quijote de Avellaneda se publicó para fastidiar a Cervantes, está escrito con mala sangre porque hay que odiar mucho a alguien para escribir 300 y pico páginas con el único fin de molestarlo. Su autor odia a Cervantes pero le gusta El Quijote, lo imita porque lo admira, siendo capaz de separar ambos sentimientos».
Aunque no está mal escrito para la época, sí se nota que el ejemplar se hizo aprisa y corriendo. El motivo es que en 1613 Cervantes estaba a punto de sacar la segunda parte de El Quijote y entonces Avellaneda, pensando en la venganza, corrió para publicar el suyo antes, siendo la obra una burla al madrileño.
En reacción a tal afrenta, el ‘manco de Lepanto’, que estaba enfrascado en ese momento en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, el que pensaba que sería su mejor libro, dejó este trabajo aparcado y retomó la segunda parte de Don Quijote, usando aquel libro enemigo dentro de su propio texto, creando un juego entre la realidad y la ficción que dio origen a la novela moderna. «Cambia todo y hace cosas insospechadas. Se saltó completamente la verosimilitud. Hasta entonces, los escritores tenían un género cerrado, pero Cervantes manda eso al garete y se da libertad total a sí mismo«, explica Gómez Canseco, quien además señala que los lectores de la época pensaron que el verdadero Cervantes era el de la primera parte. Así pues, Avellaneda hizo que el de Alcalá sacara lo mejor de sí y casi puede decirse que gracias a él terminó la segunda parte de su obra cumbre y lo hizo de manera extraordinaria.
Pero sigue existiendo la duda sobre la autoría de aquel otro Quijote, aunque varias teorías apuntan a que fue un seguidor de Lope de Vega instigado por éste quien la redactó, ya que en la obra de Avellaneada hay mucha presencia de Lope, a quien el desconocido escritor cita, elogia y encumbra. Y es que la enemistad entre de Vega y Cervantes era manifiesta, incluso Félix llegó a decir que no había libro tan malo como Don Quijote. También Miguel se cachondeó de Lope lo que pudo, con falsos elogios que escondían mucho veneno.
En este sentido, Gómez Canseco reconoce que Cervantes «sería buena persona con una visión alegre de la vida, valeroso y honorable como militar, tuvo una vida heroica y difícil, pero como escritor se las traía, tenía una retranca considerable«.
En cualquier caso, para el catedrático de la UHU, El Quijote «es una obra extraordinaria que acaba ganándote, un clásico que, como todos los grandes libros, se adaptan a lo que tú eres y te explica el sentido del mundo y de la vida. Cuando lo lees de joven ves la risa, la alegría, el amor… y de mayor detectas la reflexión sobre el sentido de la vida«. Una enseñanza que intenta inculcar a sus alumnos, ya que reconoce que conseguir que lo lean es el mayor favor que puede hacerles.
Por otro lado, Gómez Canseco considera que si el genio literario viviera, le gustaría que para conmemorar su cuarto centenario se leyera su obra, «sería el mejor homenaje, su lectura en salas y vivir la vida con más consciencia, tomar las riendas de nuestra vida y vivirla, él nos ayuda a eso y querría que lo hiciéramos«, manifiesta el profesor.
Finalmente, tras publicar Comedias y Tragedias de Cervantes, el catedrático de la Universidad de Huelva cierra un capítulo de su trayectoria, pero ya tiene otro proyecto entre manos, éste de la Dirección General de Investigación de España sobre biografías de escritores españoles del siglo XVI y XVII. Un cambio para volver a llenarse de ganas de estudiar y seguir haciendo cercanas y más inteligibles las obras de grandes figuras de nuestra literatura.
2 comentarios en «Un profesor de la UHU dirige la primera edición crítica de las ‘Comedias y Tragedias de Cervantes’»
Enhorabuena, Luis. Y gracias por tu trabajo para bien de toda persona amante de la literatura.
Desearía encontrar alguien que me venda un poster de Don Quijote y Sancho Panza, para regalarlo a un restaurante instalado en un molino en Hamburgo, Alemania.
El ideal sería sin letras ni escritos. Como si fuera un óleo de buen tamaño, de unos 80 cm o un metro de altura por el ancho proporcionado.