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Carlos Fernández / @karlos686. “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Nadie podría haber sospechado que aquel director mexicano que dirigió hace casi 15 años una obra maestra rodada en español llegaría a trabajar con el mejor director de fotografía del mundo en más de una ocasión y con el actor con más talento del Hollywood actual.
Nadie podría sospechar que su ambición no tenía límites, y es que ésa es la palabra que define la carrera de este hombre, hispano, que ya ganado ya el Oscar a la mejor película, dirección y guión por la maravillosa Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). El nombre de este director es ya conocidos por todos: Alejandro González Iñarritu; un director pedante para unos y un genio para otros pero sin duda, uno de los grandes contemporáneos.
La megalomanía y grandilocuencia formal de sus películas suponen una irreverente versión del mismo Iñarritu, hecho cine claro. Sus películas, esqueletos del alma humana, tratan de invadir a través de poderosas imágenes el interior vacío de unos personajes que navegan sin dirección o, mejor dicho, que se han perdido en una tormenta en la que tratan de llegar a casa.
El renacido es la segunda colaboración de Iñarritu con Enmanuel Lubezki (director de fotografía de las portentosas Hijos de los hombres, Gravity, El árbol de la vida…) tras colaborar con él en Birdman (o la inesperada virtud de la ignorancia). El resultado es una suma del cine de Terrence Malick (El árbol de la vida, La delgada línea roja) con Tarkovsky (El espejo, Solaris, Nostalgia) donde la tipología de plano es tan “parecida” que asusta pensar hasta qué punto estamos hablando de “plagio u homenaje”.
Personalmente no me molesta nada esto en una película como El renacido; los directores (véase Tarantino con el western o Bill August con Bergman) cogen lo que les gusta del cine que ven para introducirlo en sus películas y eso, por suerte o desgracia, es lógico, y más en un director cinéfilo como Iñarritu.
Lo que destaca de El renacido es una película de aventuras extravagante, poderosa, imprescindible y sublime que sin duda es la merecedora del Oscar a la mejor película y dirección (junto, quizá, a la maravillosa Spotlight). Leonardo DiCaprio conseguirá por fin su Oscar (metería la mano en el fuego por esta interpretación). Iñarritu podría repetir galardón dos años seguidos por esta dirección llena de planos secuencias, paisajes nevados, peleas con ferias realmente impresionantes y viajes hacia el interior de la fuerza humana más instintiva.
En definitiva: una joya imprescindible e impredecible; una película épica al estilo de David Lean o del de Bailando con lobos de Kevin Costner.