Ramón Llanes. Decíamos que El Conquero observa la vida de Huelva desde los mejores ángulos, hablábamos de él como enigmático y útil, como señor de las miradas que llegan desde allí a los márgenes del río, a sus esteros y a sus floras; decíamos mucho porque es nuestro patrimonio alto, el que más, el único que nos eleva para otear horizontes y ansias. En tal lugar, en su confluencia de norte, aparece la coqueta efigie del Santuario de La Virgen de La Cinta, como un encuentro inesperado que los siglos pusieran para sorpresa de devotos y para la muestra siempre vital de la demostración de onubensismo innato.
Fuere que pareciera mágico el entorno para tal fin o fuere que se necesitara como espacio para peregrinación, cierto parece que las decisiones que influyeran –tiempo atrás- en esta elección, dejaran grabado un exquisito gusto por la belleza; es emblema del culto religioso y propuesta de agrado para quienes contraen nupcias, es un poco el espíritu sentimental de la ciudad y la cristiana manera de entender desde la altura el devenir de los humanos, aunque no signifique ello grado alguno de altivez. Precioso ámbito que representa una arquitectura figurativa con originalidad, quizá diseñada al molde de varios estilos y quizá consiguiendo la pretensión de lograr encerrar en una ermita-santuario la identidad colectiva de un gran número de seres que se sienten gratamente identificados con su razón estética y también con su razón afectiva.
Otrora en su silencio y soledad, ahora acompañada, siempre fue la ermita causa de visita obligada para agradecer favores o solicitar ayudas en este difícil trance del mundo; siempre vigía de los aconteceres, añadiendo en su quietud la solemnidad que el tiempo le ha otorgado desde el alma devota hasta la simple inspiración poética o artística a pintores, poetas o personas que se acercan con la necesidad de la admiración. Es un refugio para los sentidos este Santuario nuestro de La Cinta.