(Las imágenes y el texto de este artículo, no corresponden a los contenidos del libro «Casinos de Huelva»)
Miguel Mojarro.
La radio, que es uno de los medios más atractivos, a veces aporta cosas sumamente interesantes, para reflexiones con nosotros mismos de interlocutores.
Esta mañana, cuando mi mesa de trabajo estaba aún pendiente de organizarse, un señor, en uno de esos programas de opiniones que proliferan, dijo algo que me ha marcado el día.
El señor, una de esas voces anónimas que olvidamos una vez ha dicho lo que le dejen. La emisora, una de esas que todos escuchamos desde siempre. El programa, uno que está bien llevado, pero que a veces incorpora a gente con menos experiencia de la aconsejable. Pero un programa bueno y por eso está en mi dial preseleccionado.
Pues el tal señor, en su opinión, dijo algo que lo convierten en ponente del sentido común, de la inteligencia al servicio del análisis y del valor de decirlo en público. Bravo por él.
No tenía nada que ver dicho programa con los casinos, pues se hablaba de los políticos, las votaciones y los efectos de sus resultados.
Pero uno, que es muy dado a extrapolar las ideas de calidad, enseguida convirtió a los votantes en socios, a los políticos en directivos y a las instituciones en casinos.
Decía ese Señor (esta vez lo escribo con mayúsculas), algo parecido a esto:
«Votamos con el corazón y no con la cabeza. Somos responsables de lo que suceda en nuestro país, porque los dirigentes que hay y sus acciones, son el resultado de nuestras decisiones a la hora de votar, elegir y designar.
Porque somos nosotros los que elegimos a quienes, en nuestro nombre, actuarán en la sociedad en la que vivimos.
Somos nosotros quienes tenemos la libertad de seleccionar entre los aspirantes y elegir a quienes nos parezcan adecuados.
Libertad, que queda empañada por eso que hacemos: Votar con el corazón y no con la inteligencia.
(Más o menos, esto vino a decir el Señor de referencia)»
Y uno que está algo sensible ante cosas de este tipo, no tiene más remedio que trasladar esta reflexión al mundo de los casinos, que es el ámbito del que escribimos todos los primeros sábados de mes en este medio.
Y no cuesta mucho trabajo convertir al votante en socio y al votado en directivo.
Lo que no cambia es la libertad que tenemos los socios de ejercer nuestro derecho a elegir, con la consecuencia de ser responsables de los resultados. Porque cada acción libre tiene como consecuencia unos resultados del que somos responsables.
Como mi amigo Marcelo, que una vez me dijo cuando le argumenté mi libertad de actuar de una determinada manera en una partida de dominó:
– «Tú puedes hacer lo que quieras, que para eso las fichas son tuyas. Cada uno es libre de hacer y responsable de los resultados.»
Se termina este año ciertamente convulso para la vida casinera. Que para eso estamos en época de zarandeos sociales. Se termina un año que debería traernos una reflexión sobre los hechos que hemos propiciado con nuestras decisiones.
Y comienza otro año, nuevo se suele decir, pero que rara vez cumple este vaticinio. Todos los años nuevos, se parecen mucho al anterior. Precisamente porque nosotros, los que actuamos con libertad, lo seguimos haciendo con el corazón y no con la cabeza.
Señores socios:
- Un casino es un valor nuestro que depende de la gestión que se hace de él, por quienes hemos elegido nosotros.
- Un casino es un Patrimonio social irreemplazable e insustituible, que está en nuestras manos, porque para eso somos los dueños.
- Un casino ha sido durante tres siglos (XIX, XX y XXI) el templo de nuestro ocio local, porque aquí no había teatros, ni ateneos, ni certámenes importantes. Solamente teníamos el Casino para ocupar el espacio de nuestro asueto.
Y nosotros, los socios, somos quienes decidimos salvarlo o prolongar su agonía, empujar hacia el futuro o poner arena bajo sus ruedas.
Nosotros somos quienes, como dueños, tenemos la libertad de elegir y decidir. Con egoísmo o con sentido de futuro (No muy lejano).
Somos nosotros quienes somos libres de actuar con el corazón o con la inteligencia que se supone tenemos.
Corazón o inteligencia, «he ahí la cuestión». Ya nos lo propuso Guillermo, en boca de su príncipe de Dinamarca.
Final de año y comienzo de otro. Y un reto importante: El casino es nuestro y podemos perderlo si no «sabemos» actuar.
Y no lo olvides: Cuando un casino cierra, es para siempre. De nosotros depende.
El dilema es fácil: Corazón o inteligencia. El casino está sobre el tapete.
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