Redacción. Recorriendo lugares lindos de Huelva -todos lo son-, el placer de vivirla hace comprender que esa sana brisa que la mar envía, a veces más húmeda de la cuenta, desentraña cualidades para sabernos intérpretes de la belleza natural hecha solo con la artesanía del tiempo.
En el sur más lejano a la ciudad confluyen los dos ríos, allí se besan después de recorrer cada uno la largura distante que pareció separarles, se abrazan en un cauce común que es el estuario primigenio de la mar y hacen que la espuma amanezca en sus aguas. En esa comisura se divierte La Punta del Sebo, con su playa, su efigie al descubrimiento, su otero para observar el horizonte y su chapoteo ingente en el pequeño malecón que lo reserva.
Allá fuéramos a curtir piel y alcanzar morenez de seducciones, a disfrutar los paisajes desde el tren y a descargar los días del cansancio normal; la playa se convertía en la vida distendida de Huelva, era el ágora, el templo, el mentidero y la plaza del ocio; allá se soñaba mejor, con aquella luz tocando tanto los pensamientos y animando la manera de convivir. Las familias poseían la arena o la sentían suya y la ocupaban con la misma naturalidad que se ocupa el aire. Las cosas así vienen ahora desde la nostalgia porque las fauces del progreso cambiaron los tonos de aquella vida hasta que poco a poco la playa dejó de ser playa para ser solo arena olvidada; luego se deshizo el olvido y se reconstruyeron las ganas de playa en ese extremo convergente hasta resurgir la ansiedad por volver a vivirla.
Ahora también es la luz por excelencia, también es fragor y exuberancia de grandiosidad, se recuperaron los deseos de invadirla, Colón nos abrió sus puertas tanto tiempo cerradas y pudimos admirar un interior gratificante nunca observado, donde aparecen motivos de América, de los Reyes Católicos y de los marineros de la gesta. Ahora se nota más el abrazo de los ríos y se acercan románticos al atardecer a adivinar cómo huele el mar y cómo se alargan las tardes en aquel regazo de costumbres. La Punta del Sebo sigue siendo lugar de confort y estancia templada y aunque ya no le llegue el tren de antaño se vale para alimentarse de otras sensaciones que han dejado los tiempos en sus orillas tan agraciadas y tan amadas. A este emblema onubense pusimos letra y lírica en este caluroso otoño.