Ana Rodríguez. Juan Luis y Daniel Rodríguez Romero llegaron el pasado 8 de septiembre a las ciudades peruanas de Abancay y Lircay. A trabajar por el desarrollo de éstas han decidido dedicar un año de sus vidas, regalar su tiempo a fin de lograr que los habitantes de estas poblaciones tengan posibilidades de labrarse un futuro mejor. Y lo están haciendo cada uno en su especialidad, en lo que mejor conocen y saben hacer: la enseñanza y la nutrición.
Los dos jóvenes, naturales de Cortegana, son voluntarios del programa de cooperación internacional de la Diputación Provincial de Huelva, el cual les está permitiendo vivir una experiencia apasionante que, según reconocen, les está cambiando los esquemas.
Antes de marcharse, ambos tenían trayectorias y rutinas distintas. Juan Luis había recorrido mundo tras licenciarse en Magisterio en Lengua Extranjera (inglés). Estuvo con una beca Erasmus en Wroclaw (Polonia), luego trabajó en Waterford como profesor de español y también pasó una temporada en Bristol antes de volver a España. Mientras estaba en Madrid, haciendo un Máster en Fotografía en el Centro Internacional de Fotografía y Cine (EFTI), se enteró de que la existencia de un programa de voluntariado para onubenses y solicitó plaza en la modalidad de corta duración. Así, tuvo la suerte de ser seleccionado y pasar un mes trabajando en la Casa Hogar Ana Almendros en Puerto Maldonado (Perú). “Me gustó tanto la experiencia que este año volví a solicitarlo, pero esta vez en la modalidad de larga duración”, explica Juan Luis.
Daniel, el menor de los hermanos, es dietista-nutricionista, licenciado en Nutrición Humana y Dietética por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Durante la carrera disfrutó de una estancia de seis meses en Lisboa, donde hizo prácticas de empresa en dos hospitales y en la Cámara Municipal de la ciudad portuguesa. Tras acabar los estudios, inició un proyecto de educación nutricional junto a una compañera, el Proyecto MeNutres, centrado principalmente en la zona de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche. Fue entonces cuando su hermano, “el aventurero” como Daniel lo califica, le avisó de que una de las plazas de voluntariado del programa de Diputación este 2015 era para un nutricionista, así que tampoco se lo pensó dos veces y echó la solicitud.
Y es que algo movía por dentro a estos dos hermanos de Cortegana para lanzarse a ayudar a los demás, una “inquietud”, “la curiosidad por conocer de primera mano las realidades tan desfavorecidas que hay en otros países”, reconoce Juan Luis. Por su parte, Daniel destaca que “desde pequeño quise irme un tiempo a un país en vías de desarrollo a ayudar en lo que pudiera. Conforme fui creciendo, esa inquietud fue aumentando y siempre tuve claro que algún día lo haría, aunque pensaba que cuando fuera más mayor”.
Después de que las peticiones de ambos hermanos fueran aceptadas por la Diputación y pasaran la entrevista personal, en la que presentaron sus currículos y acreditaron sus experiencias previas como voluntarios en ONGs (Cáritas, Cruz Roja, etc.), recibieron sendos cursos de formación teórica y práctica con dinámicas de grupo que los prepararon para el viaje.
Quizá, uno de los momentos más complicados fue decírselo a sus padres. Que los dos únicos hijos del matrimonio Rodríguez Romero se marcharan a la vez a miles de kilómetros de distancia y por un año, no fue sencillo de encajar. Pero, como no podía ser de otra manera, el matrimonio apoyó a sus hijos, con los que, gracias a las nuevas tecnologías, se mantiene en contacto permanente.
En Perú, Juan Luis y Daniel están conociendo otros estilos de vida. Cada uno en una población distinta y con unas tareas diferentes, llenos de ilusión y recibiendo la mayor recompensa del mundo, el cariño de la gente a la que ayudan.
Juan Luis se encuentra en Abancay con la ONG Madre Coraje que, a su vez, trabaja con una organización local llamada Tarpurisunchis, la cual gestiona tanto una escuela como proyectos sociales. El trabajo del onubense en esta comunidad consiste en dar clases de inglés y apoyar al centro en todo lo relacionado con nuevas tecnologías, como instalar una pizarra digital, mejorar la sala de cómputo y el laboratorio, etc. “Ése estaba siendo mi trabajo hasta hace unas semanas, que también empecé a impartir clases de Geografía e Historia Universal porque renunció la profesora que daba esas materias y pensaron en mí para asumir sus clases”, explica el profesor.
En otro punto del país, en Lircay, su hermano Daniel trabaja para un Programa de Desarrollo Territorial Integrado (PDTI “Sumaq LLaqta”) que se lleva a cabo en la provincia de Angaraes, situada en la región más pobre de Perú, Huancavelica. Allí, las ONGs Madre Coraje, Salud Sin Límites y SICRA realizan actividades en 42 comunidades altoandinas de siete distritos centradas en cuatro ámbitos: la gobernabilidad ambiental, agua para el desarrollo, comunidades y familias saludables y fortalecimiento institucional.
Daniel, en su condición de nutricionista, contribuye con su labor diaria a reducir las cifras de anemia y desnutrición infantil y a disminuir la incidencia de enfermedades diarreicas y respiratorias aguadas, responsables de la citada desnutrición. Como él mismo explica, “mi ocupación consiste en trabajar con las familias que tienen hijos pequeños, fundamentalmente para sensibilizarles de la importancia de la alimentación y de unos hábitos higiénicos-sanitarios para conservar la salud y prevenir las enfermedades”.
En conjunto, dos laborales, la de ambos vecinos de Cortegana, muy loables y que contribuyen a combatir problemas de base en estas zonas de Perú.
Del día a día de estos lugares, uno de los aspectos que más llama la atención de ambos hermanos es la tranquilidad de estas gentes, que llevan un ritmo muy diferente al occidental, en el que todo son prisas. En este sentido, Juan Luis reconoce que “al principio, cuando llegas, todo te parece un caos… pero luego, cuando ya llevas un tiempo por aquí te das cuenta de que dentro de ese caos existe un orden. Luego, por lo general, toda la gente es muy simpática y amable”.
Sobre Lircay, Daniel afirma que “se vive tranquilo. En la zona hay empresas mineras que dan trabajo a los lugareños y el Estado está llevando a cabo obras públicas, como carreteras, que también generan empleo. Eso ha supuesto que en la última década Lircay haya crecido bastante y haya aumentado sus servicios como hospedajes y restaurantes”.
Sin embargo, el joven onubense también pone de relieve que las comunidades altoandinas en las que trabajan suelen estar alejadas de los núcleos de población con mayores servicios, siendo por ello su acceso a la educación y sanidad más difíciles. Ésto se suma a que su producción, agrícola y ganadera, queda a merced de la climatología por falta de ayudas, lo cual explica que sigan viviendo en un nivel de pobreza considerable.
A pesar de lo duro que puede resultar ver con tus propios ojos las penurias y necesidades por las que pasan estas comunidades, la experiencia está resultando fantástica para ambos hermanos, que están abriendo sus mentes a estas otras realidades. “Aprendes, sobre todo, a ser más tolerante y abierto, a no darle importancia a las cosas que no la tienen, a ser paciente y, si encima tú puedes ayudar a todos estos niños a mejorar su nivel de inglés o a usar las tecnologías… la satisfacción personal cuando ves sus caras de felicidad es enorme”, asegura Juan Luis.
En los mismos términos se expresa Daniel: “el hecho de entrar en contacto directo con estas familias, que te abran sus puertas y te ofrezcan lo que tienen, ya es suficiente. Aprendes a ser tolerante, paciente, a respetar su forma de hacer las cosas, su cultura y, aún así, diseñar una estrategia que les permita mejorar sus condiciones de vida. Cada minuto aquí es de aprendizaje de cosas nuevas o de reflexión de ideas previas que uno tenía y ahora las va cambiando”.
Además, el hermano menor reconoce que para él este viaje está resultando todo un reto profesional, pues si hasta ahora estaba acostumbrado a tratar a personas con problemas de sobrepeso y obesidad por culpa de un consumo excesivo, actualmente se encarga de grupos de población con desnutrición y anemia. “Sentía la necesidad de trabajar del otro lado, y ahora lo estoy haciendo y me encanta. Por eso, a diario me pregunto: cuando se acabe este periodo, ¿qué voy a hacer? Y ya se me vienen nombres de ONGs y personas a las que contarle mi motivación y buscar la manera de seguir trabajando en este ámbito”, reconoce el dietista.
Ser voluntario supone, por tanto, estar abierto a cambiar de perspectiva, a mirar la realidad desde otro prisma distinto, menos cómodo que el habitual. A muchas personas les surge la duda de si serían capaces de vestirse con esa otra piel, pero los hermanos Rodríguez Romero afirman que para ayudar a los demás en estos términos lo esencial es tener ganas, capacidad de adaptación, ser resolutivo, positivo y respetuoso con la cultura y tradiciones de los demás.
Por todo ello, Juan Luis y Daniel aseguran que recomendarían a todo el mundo vivir esta experiencia, al menos, una vez en la vida, porque “ayuda a encontrarse a uno mismo y a averiguar qué quieres ser en la vida, qué quieres hacer con tu tiempo”. En esta línea, el menor de los hermanos va más allá, indicando que incluso instituiría el voluntariado como algo “obligatorio” para que muchas personas se dieran cuenta de “cuáles son los valores que realmente importan en la vida. Entonces adoptaríamos una forma de comportarnos mucho más justa y sostenible, favoreciendo la desaparición de las desigualdades”.
En suma, Juan Luis y Daniel tienen por delante un año para regalar su trabajo a los demás en pos del desarrollo de otras comunidades menos favorecidas, un año de autoconocimiento, de descubrir otras realidades y de ponerse a prueba cada día. Vivencias que están marcando el presente y el futuro de estos dos onubenses de Cortegana, que se están sintiendo realizados en Perú dándose a los demás.
1 comentario en «Juan Luis y Daniel, dos hermanos de Cortegana que combaten el analfabetismo y la desnutrición en comunidades de Perú»
Muchísimas felicidades, enhorabuena y gracias por vuestra labor, gracias de corazón paisanos.