Redacción. El director del Archivo Histórico de Moguer, Diego Ropero, ha presentado en compañía del concejal de Turismo del Consistorio moguereño José Antonio Rodríguez, el ‘Documento del Mes’ de noviembre que ocupa ya un lugar destacado en la sala de consultas de la institución.
Entre el acervo documental que custodia y proyecta el Archivo, en esta ocasión propone al público un acercamiento a la capellanía, que instituyó el moguereño afincado en Veracruz, Juan Toscano. Cabe recordar que la capellanía era una institución piadosa cuyo origen es un legado testamentario con el que el testador procura asegurar la bienaventuranza de su alma y la de sus familiares.
El 3 de diciembre de 1674, el Concejo de la ciudad de Moguer se reunió en cabildo ante el teniente corregidor Antonio González Caballero, procediéndose a abrir un pliego que vino de las Indias y una carta del capitán Bartolomé Enríquez, vecino de Veracruz, en el galeón ‘Nuestra Señora de la O’, en el que enviaba 1.750 pesos de plata para que se emplease en la fundación de la capellanía de Juan Toscano en la iglesia parroquial de Moguer, y es precisamente este interesantísimo documento el que se expone este mes de noviembre en el archivo histórico de Moguer.
Toscano dejaba previsto que de sus bienes se enviasen en la flota del general Pedro Corbet 1.500 pesos a la villa de Moguer para que se empleasen en rentas y, con ellas, se instituyera una capellanía de 41 misas rezadas por su alma, la de sus padres, parientes, amigos y bienhechores en las 41 festividades religiosas que se indicaban en el documento. Nombró capellán a su hermano Mateo Enríquez, vecino de Sanlúcar de Barrameda, adjudicándole 18 reales de vellón por cada misa, y tras su fallecimiento al convento de Ntra. Sra. de la Rábida y, en caso de no aceptar, a los hijos naturales de Moguer, prefiriendo los más pobres y virtuosos.
Las capellanías, el negocio de las almas. Las capellanías se erigían a perpetuidad con el respaldo del patrimonio del fundador, ya fueran fincas rústicas o urbanas, o dinero en metálico que se invertía. Los bienes se arrendaban con el fin de obtener una renta que permitiera sostener la capellanía, que contaba con capilla propia en el lugar del enterramiento del fundador. Éstas capellanías funcionaban a veces como entidad de crédito ya que el carácter financiero de las mismas surgió de la necesidad que tuvieron sus patronos de invertir las dotes para cumplir mejor con la voluntad del testador.
El fundador cuidaba, a la hora de testar, los detalles sobre la institución de su capellanía o memoria de misas. Nombraba al capellán y a su patrono entre los de su linaje, quienes la servían de por vida, a no ser que alguno renunciara. El servicio de capellán estaba remunerado en función de las misas que dijera.
En el año 1645, según el investigador Méndez Silva, había en Moguer hasta 153 capellanías dotadas, de las cuales la mayoría fueron instituidas en la parroquia de Santa María de la Granada y también, según las querencias de los testadores, en los conventos de Santa Clara y San Francisco y, en menor medida, en las ermitas del Cristo de los Remedios y San Bernardino. Muchas de estas capellanías de misas fueron instituidas por moguereños residentes en Indias o retornados, sobre todo hombres, aunque también lo hicieron algunas mujeres o ambos cónyuges.
La fundación de capellanías, ya fuera por prestigio o por las prerrogativas fiscales (los bienes adscritos a ellas no tributaban), fue muy frecuente hasta 1763, fecha en que se prohibió realizar nuevas fundaciones en todas las diócesis.