Ramón Llanes. Cercano a la mirada sureña de la Huelva poblada se descubre el estuario de aguas mareales cuya confluencia de los ríos Tinto y Odiel ambientan la inmensidad de la marisma haciéndola magnífica y magnánima, generosa y protegida para la convivencia de especies heterogéneas que se desarrollan en libertad por un mundo fascinante de fracciones de islas y humedales que embellecen esta parte de la tierra mar tan inmersa en la vida de la ciudad. Estas marismas son adornos naturales y entorno propicio para aves zancudas y acuáticas y para plantas halófilas que saben soportar la abundante salinidad de los esteros.
Sus pobladores se distinguen por la belleza; las garzas, los flamencos, las gaviotas, cormoranes, espátulas, archibebes, zarapitos y las cigüeñelas, disfrutan a diario de su festín alimenticio merced a la abundancia de pececillos, camarones y gambas, de hierbas y algas, tienen a pie de boca un rico merendero donde la historia anterior ha ido prestando su atención. Las estancias de romanos, musulmanes y quizá tartessos se encuentran evidenciadas a través de los vestigios que permanecen en el entorno. Los lugares son amplios en extensión y en prolíficos en vidas, son paraísos de flora y fauna en algunas casos autóctonas que consiguen fortalecer los niveles de capacidad de convivencia pacífica entre ellos convirtiendo la marisma en un sistema natural perfecto y admirado.
El hombre también disimula su estancia pero aprendió a su cuido y ahora es elemento de protección que la otea y disfruta más desde la complacencia que desde el desorden; los tiempos han dado empuje de halago y valor, han fortificado las cuotas de trabajo en su favor y han puesto lo más deleitoso de la especie al servicio de este Paraje Natural, tan bello como único. Es premio heredado merecer la ciudadanía tan excelente patrimonio.