Una gala de Año Nuevo con un espíritu muy salvaje: ‘Mi gran noche’

Escena de la película 'Mi gran noche'.
Escena de la película 'Mi gran noche'.

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Escena de la película 'Mi gran noche'.
Escena de la película ‘Mi gran noche’.

Carlos Fernández / @karlos686“Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Álex de la Iglesia, director caracterizado por el exceso de equipaje en sus películas, vuelve a llenar su maleta con todos sus elementos argumentales favoritos: humor negro, delirio, exageración, intensidad y un tan frenético, como salvaje, caos en su última película.


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Al principio de Mi gran noche, uno duda de si el bueno de Álex será capaz de sostener la trepidante aventurilla enclaustrada en ese plató de televisión durante toda la película y, como no podía ser de otra manera, lo logra con creces. Más allá de su espíritu comercial (actores, todos famosos), el salvaje espíritu de esa gala de Año Nuevo en rodaje dos meses antes de las auténticas campanadas, logra hacerse hueco en la sociedad española donde se aplaude, no se sabe porqué, se hace lo mismo que el que está al lado, no se tiene voluntad propia ante los problemas, se da la lucha comercial entre lo viejo y lo nuevo (divertida y sincera guerra entre Mario Casas y Raphael) y el caos se divide entre la burbuja de una gala falsa en la que todo el mundo sonríe y el mundo real que arde con violentas manifestaciones.

La película de Álex de la Iglesia bebe de todos sus anteriores filmes (especialmente de Muertos de risa y Las brujas de Zugarramurdi), pero logra, pese a repetir la temática de la lucha de sexos y la violencia exagerada, hacer que los españoles nos riamos de nosotros mismos con una comedia mucho más inteligente que las decepcionantes Ocho apellidos vascos y Los amantes pasajeros.


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Pese a que yo considere al señor de la Iglesia un tipo bastante inteligente y que su cine me caiga muy simpático también, debo decir que Mi gran noche no es en absoluto una obra redonda, pero tampoco pretende serlo. Mi gran noche es una película segura de sí misma y sin miedo a la parodia, de la que tan descaradamente vive. Es una película entretenida, salvaje, visualmente poderosa y sabe perfectamente de lo que habla. Su absurdo delirio viene a cuento y resulta, curiosamente y en contra de todo pronóstico, una de las películas comerciales y autorales más necesarias en mucho tiempo.

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