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Carlos Fernández / @karlos686. “Esta es mi opinión hoy y en este momento de mi vida”. Guillermo del Toro, al que respeto profundamente por El laberinto del fauno, es un director que en su última película, La cumbre escarlata, está en su salsa pero ésta no sabe especialmente bien. El empeño que hacen algunos directores por entrar por los ojos más allá de la historia es francamente inútil. Ejemplos parecidos al Gravity de Alfonso Cuarón o Las sombras tenebrosas de Tim Burton, películas que entran por los ojos con una historia descuidada y previsible.
La cumbre escarlata es un clarísimo homenaje al terror gótico de Drácula o Frankestein pero sin el terror que deberían inspirar. No da miedo y, lo peor, no entretiene y eso es algo que, más allá de su perfecta y ambiciosa dirección artística, resulta más difícil de perdonar como espectador.
La historia es un batido de géneros y referencias sin identidad propia y lo peor es que parece no haberla buscado. Sin embargo, el simbolismo es fascinantemente misterioso y revelador en clave de presentación de sus personajes, en especial una perfecta, como siempre, Jessica Chastain.
Los monstruos que del Toro pone en pantalla resultan incalculablemente falsos donde el ordenador parece haberle hecho todo el trabajo (lejos queda el hombre sin ojos de El laberinto del fauno). La explícita violencia y el melodrama familiar resultan demasiado gratuitos y del Toro lanza las pistas para que el espectador “atento” las cace al vuelo.
Poco más que decir aparte de destacar su estética visualmente bella y gótica. Es una película gratuita e innecesaria ya que hay películas olvidables que son, al menos, entretenidas.