Miguel Mojarro
Cumplimos nuestra promesa. En el artículo anterior de esta serie de tres, decía nuestra compañera Salomé:
«Durante un siglo, casinos de todo tipo han regado la provincia de Huelva de un ocio semejante, variado, rico y gratificante. Hasta que el siglo XX, el de la gran frontera histórica, se hace dueño de toda clase de sociedades, las que han tenido edad media y las que no. Pero eso es de otra semana».
Pues ya estamos en otra semana. Habrá que explicar esto, pero a lo largo de la propuesta de hoy, diluido en ella, para que todo esté en «contexto», como se dice ahora.
Los casinos, nacidos a caballo entre dos siglos, el XIX y el XX, han tenido una vida en desarrollo tranquilo, sin grandes presiones del entorno, porque ese entorno ha evolucionado moderadamente, sin cambios profundos. Aunque ha habido diferencias entre décadas, no han sido especialmente notables, sino que estas diferencias parecían la antesala del «gran cambio».
Los casinos, en su origen, eran obra de una clase social basada en su poder, con dos sectores bien diferenciados: Burguesía afianzada y clase media emergente. De sus ideas y de sus dineros salieron las sedes de los casinos. De sus afanes, nacieron las actividades de sus salones: Relaciones, competición y cultura.
Los jóvenes (Que también lo hemos sido), contábamos los días que faltaban para cumplir los dieciséis, que era la edad exigida para hacerse socio del casino.
Los mayores, contaban las horas que faltaban para terminar la jornada laboral y familiar, para ir al casino, como la más deseada y mejor opción de ocio y cultura.
Y así, hasta que en la segunda mitad del siglo XX, el que nos ha tocado vivir y conocer, surge el mayor acontecimiento que en la Historia de la humanidad ha sentado sus influencias: La gran revolución químico-digital.
Cambio histórico en el mundo, que supera en efectos a los grandes hitos de la Historia: El Renacimiento, el fin del Antiguo Régimen y la revolución industrial (Las dos).
En la segunda mitad del XX, hay dos hechos que harán que el mundo se convierta en «otra cosa»: Las aplicaciones químicas y la tecnología digital. Ha sido el gran cambio en la historia de la humanidad y lo hemos vivido nosotros. Lo que ocurre es que la perspectiva de los hechos solamente se percibe pasados los años, en la distancia. Por eso no somos muy conscientes de lo que hemos vivido, de su importancia en la evolución de la Humanidad y de su papel en transformaciones profundas en los modos de vida.
Este cambio incide en las costumbres, los recursos, las comunicaciones, los desplazamientos, las posibilidades, la alimentación, las fábricas, el deporte, el ritmo de vida, las relaciones entre personas y grupos,…
La Química es dueña y señora de la vida actual, en forma de casi todo lo que usamos y manipulamos. Miremos a nuestro alrededor y la visión está dominada por objetos y formas impensables antes de que la química dijera aquí estoy yo. Pocas cosas hay en nuestra vida que ya existieran y usáramos antes de esos años cincuenta. Nuestras formas de vivir han sido radicalmente modificadas por esa ciencia, amante confesa de la Naturaleza. Y de la Física, que era bígama la señora.
Por otro lado y como resultado de las relaciones de concubinato entre la Química y la Física, aparece en escena un hijo natural de ambas: Lo digital.
Y empezamos a vivir entre aparatos y cables distintos, vértigos de comunicaciones sin hilo, recepciones de datos que no sabemos cómo nos llegan, motores que funcionan mediante un dispositivo que no es de hierro, cartas que recibimos en casa sin que el cartero nos visite, radios que llevamos en un bolsillo, televisores en todas las casas, trenes que alcanzan velocidades inimaginables, aviones con precios al alcance de muchos, …
No hace falta ir muy lejos ni ser muy listo, para establecer una comparación entre nuestra vida de hace unos años (Los que peinamos canas) y la que actualmente estamos obligados a compartir.
Los casinos, entidades sociales nacidas en una sociedad con una características determinadas, cuando el tiempo era como era (Y su medida también), eran lugares en los que el tiempo de asueto se explotaba al máximo con los recursos que satisfacían el ocio buscado. No había más. Era todo lo que la Naturaleza y la Sociedad nos permitía. Por eso en todos los casinos había un reloj de pared, para que nos controlara el tiempo de asueto, que por entonces era superior al de ahora.
Los casinos son lo que son: El lugar sagrado del ocio de los hombres. Un ocio con necesidades heredadas de muchos siglos atrás.
Con la revolución químico-digital, el mundo ha cambiado de manera absolutamente radical. Los recursos a nuestra disposición, son increíblemente mayores y mejores. Vuelco total a las circunstancias sociales y a sus posibilidades. Sobre todo en dos aspectos fundamentales: Comunicaciones e inmediatez.
Los medios de comunicación podrían parecer de otro mundo a nuestros padres, si alguien se los hubiera mostrado en sus tiempos.
La inmediatez en todo, ridiculiza aquellos largos tiempos empleaos en cualquier actividad de la vida cotidiana. A modo de ejemplo, sirvan las muchas horas y a veces días, que se tardaba en lograr hablar con un familiar de «la capital», con aquel procedimiento llamado «aviso de conferencia». Ahora basta con apretar un pequeño botón en un dispositivo que llevamos en el bolsillo, para contactar de inmediato con nuestro primo de Badalona.
Junto a todo esto y como consecuencia de ello, la oferta de ocio y cultura se ha multiplicado de manera asombrosa, impregnando las posibilidades de todos los rincones, por muy recónditos que sean.
Baste con recordar lo que hacíamos en los casinos hace … no tantos años: Oír la radio y las retransmisiones de los partidos por Matías, ese amigo de todos. Leer la prensa del día anterior, porque no llegaba en el día. Ir al cine los sábados por la noche, porque en el Casino de El Repilado «ponían» una de «la Loren», que a todos nos gustaba. Asistir al baile de fechas determinadas, porque era el único baile en tres meses. Hacer cola para ver la actuación de … . Y así tantas actividades de ocio y culturales que tenían al casino como escenario.
Hasta que una oferta cultural y de ocio, al amparo de los nuevos recursos de la sociedad, dejó a los casinos sin la exclusiva de ser la única posibilidad.
Y, unas entidades que tenían en sus salones un potencial enorme para satisfacer las necesidades de los hombres en su tiempo de asueto, han quedado restringidas en su oferta a la prensa del día (Eso sí), televisión de plasma (Eso también) y alguna partida con los amigos (Pero ya quedan menos). Esto ha tenido dos efectos contundentes:
Ha desaparecido de los casinos la oferta cultural, que era parte importante de las necesidades sociales en un pueblo.
Y la gente tiene unos recursos de movilidad e inmediatez tales, que ya no necesita cumplir los dieciséis para recurrir al casino como agua de mayo.
Los casinos son entidades privadas que hay que financiar. Existen porque quieren, con finalidad restringida y no pública. No tienen más remedio que autofinanciarse. No dependen de ningún organismo ni de sectores mercantiles del entorno. Son de los socios, igual que una casa es del dueño.
Depende exclusivamente de las aportaciones de los socios, que para eso son los dueños y beneficiarios de sus ventajas. Pero los gastos permanecen, aunque los socios disminuyan. La solución solamente tiene un camino: Mantener la relación entre ingresos y gastos.
Una realidad parece incuestionable: El equilibrio entre ingresos y gastos es algo que nadie se atreve a poner en tela de juicio. O no debería, porque hace falta ser … negado, para no entender que si no hay ingresos, los gastos de mantenimiento del casino, que son muchos, no los van a sufragar nadie, porque es una propiedad privada.
No creo ser irreverente con ninguna convicción personal, si tacho de egoístas e irracionales, las posturas que se colocan en la línea de seguir usando el casino, como toda la vida se ha hecho, y «el que venga atrás que arree», como el dicho popular acostumbra a sentenciar.
Solo un argumento: Tenemos casino, no porque lo hayamos creado nosotros, sino porque unos antepasados nuestros lo imaginaron, lo fundaron y lo conservaron. Por eso lo poseemos. Si tenemos la actitud de aceptar graciosamente el legado de nuestros abuelos y sus esfuerzos, alguien debería calificar posturas que no aceptan la obligación, tras haber disfrutado de la herencia.
Un casino es un bien patrimonial, heredado e instaurado en la localidad al servicio del ocio y de la cultura de sus socios. Como bien de uso, está el derecho de los socios a disfrutarlo. Como patrimonio recibido por la generosidad de nuestros padres, debería estar el deber de mantenerlo, conservarlo y cederlo a otras generaciones, como nosotros lo recibimos.
Conviene una reflexión:
Los casinos son la enciclopedia cultural de los pueblos. Lo contrario a la especialización. Ahora hay disciplinas tan concretas y especializadas como la «Dialectología italiana del sur». Antes se estudiaba todo en un libro que se llamaba «Enciclopedia».
Un casino es el baúl de todos los saberes y la ventana a todas las perspectivas. Fuera de ellos, cada opinión busca su nicho y cada uno mira por la ventana que le apetece para ver la realidad. En los casinos no hay corralitos de opinión ni ventanas únicas.
Yo he visto en algún casino a socios de toda la vida, oponiéndose a actividades, porque no desean modificar nada de lo anterior. La actualidad de los casinos pasa por asumir que los cambios en el entorno, implican cambios en nosotros.
Eso sí, sin que se modifique la esencia de los casinos, los fines por los que nacieron: Relaciones, competición y cultura.
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