José Luis Rúa. Muchas veces cualquier excusa es buena para conocer otros lugares, otras gentes o para descubrir la creación de quienes cada día, buscan a través del estudio y la investigación nuevas formas de innovar en aquellas parcelas en las que se encuentran más cómodos o están más habituados. Este es el motivo que nos ha llevado, en esta ocasión, hasta otra desembocadura menos salvaje y más urbanita que la nuestra. Hemos ascendido en el mapa y dejado atrás el Guadiana, para sucumbir ante la inmensidad del Duero. Oporto nos ha recibido en medio de una semana cargada de otoño.
“Lufada de ar” es la muestra abierta al público en la sala de la Fundación PT de Oporto, en la Galería Teniente Valadim y que estará visitable hasta el día 30 de este mes. Dos mujeres, dos historias, dos artes distintos pero casados para la ocasión y un grito de admiración a la hora de traspasar la puerta principal de esta sala perfectamente dispuesta para el recreo visual de cada una de las obras. Amigas desde los años setenta, crearon su amistad en una playa virgen que aun hoy lucha por mantenerse alejada del cemento y el bullicio. Isla Canela fue el argumento para cada verano, contar historias, fraguar sueños y buscar la ocasión para interpretar las inquietudes de entonces y convertirlas en leyendas de hoy. Isabel venida de Angola y Beli del internado de Huelva, pero con raíces próximas a sus inquietudes, son los personajes.
Beli Toscano, ayamontina de nacimiento pero afincada en Sevilla, dominadora del color y provista de una imaginación en plena efervescencia, muestra su último trabajo a través de una serie de 13 cuadros en pequeño formato donde cuatro elementos se disputan el protagonismo en cada una de las obras: el agua, la figura humana, la rosa de los vientos y el viejo velero. Un juego de colores, de luces y tamaños que parecen traer una secuencia de mensajes difuminados y distribuidos en tan corto espacio físico. Y una docena de obras en formato medio, donde muestra su amplia paleta, su técnica mixta novedosa y la figura humana como eje central de su discurso. Desde 2006 no veíamos la obra de esta mujer inquieta y creadora, que aquel entonces se mostraba en el Real Alcázar de Sevilla.
Isabel de Andrade, angoleña en su origen pero portuense de pro, se vuelca en la escultura y lo hace con igual destreza tanto en cobre como en papel. Sorprenden sus trabajos coloristas en papel, donde la forma y el tamaño dan vida a su creación y se deja llevar sin esfuerzo alguno. Sin embargo para esta exposición se ha inclinado por el bronce y ha dejado en manos de los espectadores la exclamación más adecuada o el gesto más natural. Sus trabajos se centran en el cuerpo humano y los trata con una enorme delicadeza y elegancia de una especial estética. Uno, que toda la vida ha estado sumergido por entre escenarios deportivos, que ha rastreado el movimiento como la base de ejecución para cualquier práctica deportiva y que ha utilizado el lenguaje corporal como arma de comunicación, no ha podido más que aplaudir a rabiar la traducción tan magistral de semejantes obras, repletas de una coreografía gestual perfecta, de una elasticidad donde el movimiento se transforma en verso y donde los cuerpos se diseñan para que no tengan fin, que sean inmensos y prolongados hasta la eternidad. Esos bailes, o esos estiramientos y esa coordinación motora entre participantes, esos gestos, transforman las esculturas en obras maestras.
Ha sido un enorme acierto combinar ambos estilos, ambas formas de expresarse y de mostrarse, como un todo que ha dejado un magnifico sabor de boca en los porteños presentes y en los amigos y admiradores de ambas, desplazados desde diversos puntos de la geografía tanto lusa como española. Una exposición que tenemos entendido que podremos disfrutar en el próximo verano por tierras onubenses, lo que será una nueva excusa para disfrutar de estas dos mujeres creadoras de estilos muy personales.