La Sierra

Sierra de Aracena.
El patrimonio de la Sierra no sólo es de carácter natural.
Sierra de Aracena.
Sierra de Aracena.

Ramón Llanes. Nuestra incomparable Sierra de Huelva tiene siempre a mano un paisaje nuevo, un olor distinto o una palabra antigua; conserva ese “no sé qué” de extraño que involucra los sentidos del caminante, le hacen sentirse en la posición de la nobleza y a identificarse con la costumbre del ámbito al que recurre para su deleite; la búsqueda domina las insinuaciones y el prestigio de una tierra ancestralmente alta, esbelta y admirada. Los pueblos son hábitos de convivencia donde la estirpe impone su idiosincrasia indeleble en las formas de sobrevivir y de compartir los modelos adecuados en esa virtud de saber entenderse.

Cuando es otoño la luz se columpia en los árboles desnudos, las hojas cubren el solar quieto, los frutos del castañar aparecen en la órbita del aire custodio para hacer de sustento, el campo se arrisca con moldes de espera y suena el eco profundo de balidos en la lejanía del barranco;


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Sierra de Aracena.
Sierra de Aracena.

al mismo trance la montanera pende del engorde sistémico para que cuando llegue el invierno se oigan gruñidos entre encinares y alcornocales del predio alto y comience la otra vida en las orillas verdes del serrano tiempo; se inventa el crepúsculo temprano, se sueña antes y se anclan los pasos a la simbología pura de la prestancia. Luego se devolverán las flores a la primavera para que nunca falte el roce natural con la prominente nacencia.

Los seres que se habitan conscientes de su estado real son privilegiados de este universo de liturgias y se refieren adeptos a las sombras y a los soles y a las lumbres y a las templanzas, no se aquietan en los contrastes y se duelen cuando la agresión les pisa sus memorias o sus quehaceres. El agua es la otra madre enriquecida que adorna los versos y los ojos que se suceden en esta parte del mundo como flores de todos los ciclos.


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Sierra de Aracena.
Sierra de Aracena.

Acude el verano a los ritos y se ocultan soledades en las constelaciones luminosas de los días extensos y se mueve la vida con solaz garantía de disfrute y felicidades hechas de manera artesana, sin ocultismos, sin especulaciones. Es vivir, no es otra cosa; participar plenamente de los ciclos de la naturaleza y aprender a seguirla y acomodarla a los propios sentimientos de los seres que pueblan los hogares de esta gratitud llamada Sierra, tan holgada en seriedad como abierta en belleza. Patrimonio de nuestros sentidos para todos los tiempos.

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