Lola Lazo. Una interrupción en el funcionamiento (¡qué suerte!, pienso ahora) de mi libro electrónico me obligó a dirigir la mirada a la biblioteca de la casa familiar en la que me encontraba, mirada rutinaria en principio, enseguida ilusionada al recordar a la gran lectora que había vivido allí. En efecto, algunos ejemplares sugestivos, y entre todos, se me impone Heinrich Böll, autor que leí mucho en mi juventud y al que no había vuelto nunca, con el imponente título, “El honor perdido de Katharina Blum”: fue el escogido.
El tema, el abuso y desvergüenza de la prensa sensacionalista en aquellos años 70, que utilizando argumentos de cualquier tipo, desde vinculaciones políticas a desafecciones religiosas, errores vitales o sencillamente humanas debilidades, hábilmente manipulados, llegan a hundir y destrozar no solo a una persona sino también al mundo que la rodea. Bajezas de toda índole contra una mujer joven, empleada de hogar, íntegra, inteligente y bella, que después de resistir impertérrita insinuaciones de personajes de alto nivel pero escasa moral y oscuros deseos, escoge sin dudarlo, y al primer golpe, amar a un personaje buscado por la justicia, “su querido Ludwig”.
Son 140 páginas en las que el autor nos lleva y trae a su antojo, de forma certera y magistral, por los cuatro días en que se desarrolla la novela; pocas pero densas páginas que nos retratan a uno de los personajes femeninos más interesantes con que he “tratado” en los últimos tiempos, una mujer honesta y sin embargo incomprendida, porque “está visto que la integridad, unida a una inteligencia metódica, no se desea en ninguna parte”(pág. 131).
La dureza de los hechos y de la decisión final de Katharina no está reñida con un cierto humor amargo, con el que el autor pulveriza a los autores de las difamaciones e infamias alejándolos del drama, vislumbrándose al final el desquite y la ilusión de esa ejemplar mujer una vez restituido, a su manera, su honor.
La similitud con la cosa diaria de los medios periodísticos más bajunos, destructivos y del peor gusto de ahora, no resulta “intencionado ni casual, sino inevitable”, en palabras del propio Böll, y a veces una echa de menos la valiente intervención de una Katharina que viniera a poner las cosas en su sitio.
Se trata de la primera edición, año 1975, de la Editorial Noguer; la encuadernación, de pastas duras, la deliciosa sobrecubierta ilustrada y una acertada traducción (ay, las traducciones), han contribuido a animar a mi espíritu a “volver a los 17”, y recordar aquellas lecturas de los grandes autores que devoramos entonces (además de Böll, Hesse, Durrell, Grass, Miller…) casi de una vez, con una avidez lectora que nunca más ha vuelto a repetirse.
Y un detalle final, irrelevante pero curioso, la existencia de uno de los personajes secundarios, una enfermera española de buen corazón a la que Böll sitúa en un hospital de la región minera alemana de Kuir, y a la que llamó Srta. Huelva.
Fdo: Mª Dolores Lazo López,
Jefa de Archivos y Bibliotecas del
Ayuntamiento de Huelva.