No me pises que llevo chanclas

Ramón Llanes. El solsticio de verano viene a confirmar que evolucionamos, que hemos superado la parte de sombra de los antiestíos, que se surte la tarde de biznagas, que los geranios son otros, que el agua, que la arena, que la alegría por el cambio, que la ilusión en tanto para hacer tantas cosas, para construir nuevos sueños. Cualquier ansiedad es bienvenida y de sustos ni tan siquiera un pisotón, que ahora los pies se enfundan solo con andanzas y los zapatos se hacen ocupas del rincón. Media un trecho lindo por delante de este tiempo sin asperezas, la vanagloria de los trazos que pone la calidad del ambiente se nutre de ritos desenfadados y todo es grácil y suntuoso aunque no se queden los cultivos del penar en los olvidos.

En este asidero de aromas del sur, como un fuego majestuoso somos los seres; habremos perdido la loba ignominia o estaremos sobrados de recursos íntimos para atracar en los puertos más insólitos y dormir en las deseadas palmeras con la mente libre de intereses y mordazas. Quien se marchó a los fiordos o quien en la arena hizo sus castillos, ambos tendrán sus causas abiertas, sus determinaciones consensuadas y sus obras casi perfectas. Los unos que se transforman, los otros que inventan libertades –creyendo que el verano para ello es propicio-, aquellos que rugen por quedar amarrados al mismo barrio, los menos viajeros, los más conformistas, un mundo estival dentro de otros mundos ambiguos tan diversos como estériles o como vagos. El estío es al menos principio y para volverse a los mismos cauces con las mismas aguas habrá tiempo y se pondrán agallas, pero ahora tocan sombrero y chanclas sin esperar un desaire ni una culpa.


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Es la costumbre, la docilidad de la costumbre que se enajena de la voluntad y se deja llevar por la inercia que impone el mundanal régimen, hasta las trancas de la insolencia si se diera el caso, con el desenfreno por el gozo, si fuera posible. Tiempo, en definitiva, del que una mayoría absoluta espera una absoluta versatilidad de mente y sentimientos. Y si se cae en la desidia no habrá de ser torpe la decisión. Ni sobras dejará el verano, la suerte no se echa en la sartén, que se busca con ahínco hasta hacerla aliada y sutil. Ni una tibia mirada en estío ni siquiera un no intencionado pisotón, solo armonía.


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