Raúl Molín. Aquellos que tienen la sana costumbre de pasear por las calles de Huelva levantando la vista del suelo tienen cada vez más razones para el optimismo. En una ciudad en la que el patrimonio urbano ha sido y es sistemáticamente pasado por la piqueta, y donde la estética queda siempre al capricho de la constructora de turno o del comerciante que coloca su rótulo o su cartel publicitario sin más miramientos por el entorno, resulta reconfortante comprobar que hay gente que no se resigna y lucha por traer un poco de encanto y lirismo a sus muros.
En sólo unos meses de actividad, el sello personal de Wild Welva se ha vuelto totalmente reconocible gracias al boca a boca y al éxito de difusión en las redes sociales. Pero la cosa va aún más allá; son los propios vecinos y admiradores anónimos los que agradecen su labor, sugiriendo nuevas intervenciones o velando personalmente por la integridad de su obra. A ello contribuye sin duda el respeto mostrado por el artista en todo momento por la propiedad privada o por los edificios históricos, centrando sus intervenciones en espacios ruinosos o maltratados, los cuales adecenta y rehabilita físicamente antes de colocar su obra (blanqueando paredes, limpiando malas hierbas…), y lo que es más importante aún: dándoles un nuevo significado, convirtiéndolos así en espacios con identidad propia e incuestionables puntos de interés para turistas y residentes.
Creo que todos nos estamos llevando una grata sorpresa con la actitud que está mostrando la ciudadanía de Huelva en los últimos tiempos ante el arte urbano. Sin duda alguna, todo esto se debe en gran medida a la incansable labor de Man-o-matic, que ha convertido un lugar tan sórdido como el antiguo Mercado del Carmen en un verdadero museo al aire libre, y cuya reciente exposición en el Museo de Huelva ha batido todos los récords de difusión y asistencia. En este contexto se puede entender que los onubenses vayan por fin superando el manido tópico que sitúa al artista urbano más cerca del delincuente que del artista, y es por esto que cada vez con más frecuencia vemos efusivas muestras de aprobación y respeto tanto por estos artistas como por su obra.
La última intervención de Wild Welva va un paso más allá de lo hecho con anterioridad. La escena de animales que ya es su marca personal se desarrolla esta vez en un espacio arquitectónico ilusorio, una ventana rematada por un elaborado frontón barroco que funciona como trampantojo, dando solemnidad a un muro que hasta la fecha sólo servía como espacio residual.
En su alféizar, dos palomas permanecen ajenas al siniestro destino que se cierne sobre una de ellas en la forma de un halcón, lanzado ya inevitablemente a acabar con la vida de su presa. Si la imagen ya resulta impresionante por sus dimensiones, por su realismo y por el contraste entre el feroz movimiento del cazador y la tranquilidad y estatismo del resto de la escena, lo cierto es que gran parte de su fuerza se debe a lo abierta que queda la obra a interpretaciones subjetivas.
¿Por qué una de las palomas está sin terminar? ¿Quizás por la cercanía de su ya inevitable muerte, que hace que a estas alturas sea ya intrascendente su existencia? ¿Por qué la otra paloma permanece impasible ante el terrible destino de su compañera? ¿A quién (o a qué) representan estas opulentas y despreocupadas palomas, ajenas e indiferentes a su futuro más inmediato? ¿Una fábula política? ¿Una historia de desamor?
Personalmente, yo siempre agradezco estos gestos artísticos que olvidan por un momento la simple denuncia o la moralina didáctica para dejar que cada espectador complete la historia con su visión personal.
En definitiva, una obra ambiciosa de un artista que no deja de sorprendernos, y que esperamos que siga luchando tan obcecadamente por dignificar y llenar de sensibilidad los espacios más descuidados de nuestra ciudad.
1 comentario en «Wild Welva, el arte como regenerador urbano»
Muy logrado el intante de ataque del halcón, en cuanto a posición de alas y garras, pero en cuanto al pico, lo veo » serio»