Bárbara Yáñez. Ayer, al atardecer, caminaba por los aledaños del antiguo mercado del Carmen, entre las obras del museo al aire libre de Man-o-matic, cuando tuve que pestañear dos veces pensando que mi vista estaba demasiado cansada para así, a bote pronto, asimilar la nueva intervención artística del grafitero.
La propuesta parecía tan clásica como rabiosa, muy acorde con el tiempo veraniego y de playa que estamos a punto de inaugurar. Una obra que, ya en su época, supuso un escándalo: ‘El origen del mundo’, de Gustav Courbet, había sido despojada, por el artista, de su florido vello y se había convertido en un “Nuevo origen del mundo”, que luce un pubis con una perfecta depilación brasileña o más bien caribeña….
Imagínense la impresión que causó esta pequeña obra de Gustav Courbet en el París romántico de fines del siglo XIX, donde una burguesía adinerada había conquistado posiciones, tras los duros sucesos revolucionarios que habían asolado Europa. Esa nueva clase social, en su afán por emular a la nobleza, aparentaba vivir ávida por conocer todos los placeres que la mundanidad les ofrecía: la ópera, el teatro y, también, el arte.
Los salones de exposiciones eran los lugares idóneos para la presentación en sociedad de los artistas. Allí recibían el reconocimiento o el rechazo de los burgueses y su impostado gusto.
‘El origen del mundo’ cuelga, en la actualidad, en el famoso museo d´ Orsay (París) y es admirado, con devoción, por su belleza, armonía, realismo a la vez que simbolismo, pero causó una dura impresión, en el contexto parisino en el que surgió, a la remilgada sociedad burguesa del momento.
La obra hacía honor al dicho popularizado por los poetas Charles Baudelaire y Arthur Rimbaud: “épater le bourgeois”, ya que buscaban, con sus actos extravagantes y sus escritos, sorprender y dejar atónica a esa burguesía.
Si por aquella época los impresionistas supusieron la rebelión en la técnica artística, la obra de Courbet rompió los conceptos preestablecidos, las temáticas almibaradas, las escenas cargadas de sentido épico que proliferaban como temas estrella en los salones.
Este artista, sin embargo, no tenía pudor en mostrar el cortejo fúnebre de un entierro en su pueblo natal Ornans, ni una escena de sexo lésbico extractada de un poema de su amigo y coetáneo Charles Baudelaire. Estaba, con sus piezas, destinado y decidido a “épater le bourgeois”.
Es quizás este concepto de epatar y sorprender, o más bien de desconcertar, en lo que Man-o-matic y Courbet tienen una conexión. Courbet no ponía más que sobre la mesa realidades subyacentes en la sociedad francesa de la época. Sólo hacerlo con franqueza era ya una forma segura de epatar.
No creo que nadie se asuste al ver este “Nuevo origen del mundo” puesto que, en nuestra cultura de la imagen, es inconcebible ese pubis de vello florido como el que mostraba Courbet; para eso los centros de estética ya nos ofrecen múltiples soluciones láser, cera, etcétera, a tan incómoda presencia vellosa, tanto para mujeres,como para los hombres más exigentes.
Man-o-matic ha homenajeado a Courbet y su osadía, pero claro, en dos siglos, los tiempos han cambiado, y también las modas y los usos culturales. El artista no hace más que revelar una realidad actual de la que no creo que haya que escandalizarse ¿o es que acaso no has pedido cita ya a tu centro estético de confianza, o has comprado toda la gama de cera Veet, para la puesta a punto de este verano?