Ramón Llanes. Anda por ahí el hambre estrangulando vidas sin dañar siquiera una simple conciencia. Los estudios demográficos y sociológicos apuntan que es suficiente el alimento que se produce para satisfacer todas las necesidades de la población, que solo la falta de imaginación y solidaridad evitan una redistribución más adecuada de los recursos; significa, según los estudios aludidos, que el planteamiento primigenio deba modificarse a fin de conseguir lo que las organizaciones humanitarias vienen demandado. El destino de las riquezas, que es la plusvalía que genera el trabajo, ha de ser aquel otro mundo que parece juega a morir en nuestro anverso, sin una atención preferente ni una gota de nuestro compromiso.
En nuestro estado de bienestar las cosas se discuten hasta la saciedad menos el hambre de los otros, ese distintivo no lo llevamos puesto, se nos olvidó en la mochila que hace tiempo dejamos en nuestra indiferencia. Para qué nosotros!, nosotros no somos poderosos ni gobernantes, no tenemos responsabilidades, no podemos exponer nuestros valores; que busquen a otros con perfiles distintos, que busquen entre los héroes que se gastan los sueños luchando contra mil mundos como el nuestro para solucionar el hambre en un mundo maldecido por la ignorancia.
Mañana llegarán inmigrantes a nuestras playas, se habrán puesto de frente al miedo y habrán conseguido alcanzar una parte pequeña de ese sueño grande; mañana mismo el sentimiento de muchos habrá cambiado desde su propio valor y nuestra sociedad mirará el noticiario a la hora del almuerzo para acaso derramar un suspiro de pena hacia los recién llegados; mañana mismo nos habremos desocupado de ponerle valentía a la esperanza. Somos muchos, demasiados, y tenemos un poder económico repleto de fórmulas capaces de acabar con toda esta lacra indigna que algún día nos soplará el cuello y nos colgará la culpa personal para descrédito de las generaciones venideras. No entendemos de responsabilidades pero sabemos entender cuándo el hambre nos avisa. Solo era eso.