Ramón Llanes. Porque es abril y los días son fastuosamente más cálidos, se han puesto los libros al albur de esta dorada inclemencia, en un acomodo céntrico de Huelva, para el susurro bienestar de los amantes a las hojas y a las historias y a los cuentos; lugar agradable para pasearlo, leerlo, para destinarlo al conocimiento o acaso solo al sosiego; lugar propio para tener un libro en las manos, diez días enteros, muchas horas completas, todo un tiempo entre cómplices seres de humanidad convertidos en la misma pasión. Una ciudad resumida en una plaza a donde han acudido los duendes universales para deleitar a curiosos y adeptos.
Los versos están colapsando la plaza de las monjas, enjambre de versos, escrituras de versos, poemas sueltos en el aire, los escritores presentes, los poetas constantes, la inmensidad de la luz entre los colores, la falta de gestores de la cultura, la escasez de nuevos ojos mirando los escaparates, la indolencia de los muchos que no viven para leer, la inconsciencia de los tantos que deberían estar atentos a los renglones que la ciudad precisa escribir, la intolerancia de la economía, las palomas sin inquietarse; el atardecer no refleja el bullicio deseado, faltan ciudadanos a esta cita anual con la cultura y falta ambición por encontrarse frente a frente con la fantasía.
Qué será de quienes están aprendiendo a escribir y de quienes aman desenvolverse entre páginas o qué será del lector convulsivo o qué será de las emociones perdidas. A la fiesta de los libros no vinieron los hombres, simularon que tenían dedicación a otras cosas más importantes, tampoco vinieron los obligados, aquellos que inauguraron este curso con su foto y su cinta, ni los precursores ni los responsables del mundo. Y quedaron los versos indefensos y agónicos en las hojas del ficus de la plaza determinadamente molestos por tanto olvido. Quienes estuvieron se jactan ahora de su aprendizaje entre portadas, poemas, novelas y amalgama de historias. Había merecido la pena e indicaron que debería ser feria del libro todas las semanas.
¡Qué complacencia!.